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El maestro, que ha fallecido a consecuencia de un cáncer, figura entre los grandes de la historia de la dirección en España
Vía: elpais.com | Por JESÚS RUIZ MANTILLA
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Como buen castellano nacido en Toro (Zamora) en 1940 no andaba por la vida con paños calientes. Pero sí era capaz de extraer toda la sutileza a Mozart, el temperamento a Beethoven, la ligereza a Rossini o la contundencia a Brahms. Jesús López Cobos fue un director todo terreno. Una de las excepciones en una generación pionera por el mundo como heredera del mejor Argenta. Ha muerto la pasada madrugada con 78 años en Berlín, donde residía.
Mantuvo una relación extraña con su país de origen. Su nivel de exigencia casaba mal con la muralla administrativa o ciertos desencuentros en los despachos. Su espíritu crítico se afianzó como estudiante de Filosofía y Letras en los años sesenta, cuando se licenció en la Complutense. Pero decidió entregarse a la música y formarse como director junto a Franco Ferrara y Hans Swarowski.
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Despuntó antes fuera que en España. Dirigió la Ópera de Berlín entre 1981 y 1990, pero entremedias se llevó la primera experiencia amarga con un cargo en Madrid. Fue con la Orquesta Nacional, donde aguantó cuatro años antes de autoexiliarse de nuevo a la Sinfónica de Cincinnati y a la Orquesta de Cámara de Lausana, en Suiza. De aquella relación traumática salieron ambos heridos. López Cobos se resistía a volver –llegó incluso a afirmar que nunca más lo haría como responsable de nada– y la orquesta anduvo huérfana casi más de una década, con el paréntesis de tres años que quedó en manos de Aldo Ceccato.
La nave del Real
López Cobos prosiguió su carrera internacional hasta que de nuevo lo sedujo un proyecto en Madrid. Curado de su trauma en la Nacional –a la que siguió acudiendo años después– fue seducido por los responsables de un casi recién nacido Teatro Real. Lo vio con reservas. Quería que la institución fuera dotada de cuerpos estables –orquesta y coro– pero para eso debía resolver la situación de frágil interinidad que mantenía con la Orquesta Sinfónica de Madrid, poco menos que realquilada.
Entró a formar parte del equipo que integraban Inés Argüelles, como directora general, Emilio Sagi, responsable artístico y él, como musical. Le gustaba decir que en la nave había una capitana, un primer oficial y un jefe de máquinas, en referencia a sí mismo. Entre 2003 y 2010 le tocó conformar una orquesta que en buena parte es lo que suena hoy dentro del foso. Pero rompió su relación de manera poco amistosa con el teatro tras la llegada de Gerard Mortier.
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Su trabajo se centró en proporcionar flexibilidad a una orquesta poco entrenada entonces en el repertorio operístico.
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Él dominaba varios palos –de Rossini a Richard Strauss, sobre todo los grandes del cartel tanto alemanes como italianos– aunque se había apartado una temporada del género. Lo recuperó con vigor y en ese periodo vivió grandes noches.
Tras su salida de Madrid, de nuevo poco amistosa, fue regresando a su país para afrontar alguna hazaña más, como dirigir las nueve sinfonías de Beethoven en el Auditorio Nacional o figurar como principal director invitado de la Orquesta Sinfónica de Galicia. El camino de reconocimientos entre sus compatriotas había empezado pronto con un Premio Príncipe de Asturias en 1981, cuando era relativamente joven y contaba 41 años. A partir de entonces, quedó marcado por encuentros y desencuentros. Pero no hay duda de que López Cobos figura entre los grandes de la historia de la dirección en España.
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