Hay un ámbito en el que una persona autista deja de serlo: en su relación con la música
Vía: redmusicamaestro.com
Hay numerosas pistas para saber si alguien tiene autismo: su lenguaje verbal es limitado o incluso nulo, sólo repite lo que oye, no muestra respuesta ante los sonidos, se queda absorto con determinados objetos, no muestra interés por los juguetes, evita el contacto visual, no juega ni socializa con otras personas, muestra desinterés por su entorno, no obedece ningún tipo de instrucciones, evita el contacto físico, tiene un comportamiento repetitivo…
Sin embargo, parece que hay un ámbito en el que una persona autista deja de serlo: en su relación con la música. Así ha ocurrido, al menos, en el caso de Antonio Belmonte, un joven albaceteño de 15 años que ha protagonizado El solista de la orquesta, un cortometraje documental impulsado por la Fundación Orange y dirigido por Arantxa Echevarría. De hecho, esta fundación ya invitó en 2014 a España al pianista inglés Derek Paravicini, ciego y con autismo, capaz de reproducir cualquier melodía simplemente con oírla una sola vez.
El caso de Antonio Belmonte es similar, hasta el punto de que sus padres reconocen que la música es, quizás, la principal vía de comunicación con su hijo. Tal como se muestra en el documental, el joven cursa actualmente en el conservatorio segundo curso del Grado Profesional de Música en la especialidad de contrabajo. Según palabras de su padre, la discapacidad de Antonio desaparece cuando está tocando un instrumento. Y lo hace a menudo, ya que tiene un pequeño estudio de grabación en su casa en el que compone sus propias obras (incluida la banda sonora del documental que ha protagonizado).
Lo más impactante de todo es que la relación de Antonio con la música no ha comenzado en su adolescencia. De hecho, lleva afinando guitarras desde los cinco años, ya que en su familia siempre han sido muy aficionados a la música. Fue también a los cinco años cuando el pequeño Antonio entró en una academia de ensayo y descubrió sus magníficas dotes para la práctica musical, hasta el punto de que actualmente es capaz de tocar una docena de instrumentos: además del contrabajo, la guitarra, el violín, el acordeón, el ukelele, el piano o el cajón flamenco.
Pasados los años, Antonio acudió al conservatorio con la intención de acceder al Grado Elemental de Música y, tras superar las mismas pruebas que cualquier otro joven, fue admitido para estudiar contrabajo. Aunque el caso de Antonio no es extrapolable a todos los jóvenes con autismo (de hecho, él tiene oído absoluto, una capacidad que sólo posee una de cada 10.000 personas), sí nos sirve para corroborar el increíble potencial comunicativo de la música y su carácter terapéutico. Así pues, nunca impidamos que nadie, independientemente de su condición física, psíquica o socioeconómica, se acerque a la música.
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