Diez años después de la muerte del tenor, se publica el libro de su asistente y que Nicoletta Mantovani quiso evitar
Vía: www.abc.es | Por ÁNGEL GÓMEZ FUENTES
En uno de sus primeros días de servicio como ayudante y secretario de Luciano Pavarotti (Módena, 1935-Módena, 2007), el peruano Edwin Tinoco respondió a una llamada de teléfono. Al otro lado del aparato, escuchó una voz inconfundible: «Soy Frank, ¿está Luciano?». «Perdone, ¿qué Frank?», preguntó el secretario. «Frank Sinatra». Es una de las múltiples anécdotas que cuenta quien fue factótum del célebre tenor entre 1995 y el 2007. La vida y milagros del maestro están en las 216 páginas de «Pavarotti y yo», el libro que se presenta hoy en Milán y cuya publicación ya evitó en 2013 la segunda mujer del artista, Nicoletta Mantovani: aquella primera versión desvelaba los secretos inconfesables.
Ahora, y entre otras cosas, Tinoco detalla cómo fue el encuentro entre la primera esposa de Pavarotti, Adua Veroni, y Nicoletta, en el camerino del tenor en el Royal Albert Hall de Londres, en 1995. «Señora Veroni, usted debe saber que las voces que circulan son verdaderas: Luciano y yo nos amamos», dijo Nicoletta sin rodeos. Poco después, la prensa publicaba las fotos de Luciano y Nicoletta entre caricias en Barbados y Adua puso al tenor fue puesto de patitas en la calle.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología por la Universidad de Lima, Edwuin Tinoco trabajaba en el hotel Las Américas de la capital peruana cuando, en 1995, Pavarotti le propuso ser su asistente de forma permanente. A sus 28 años, Ciccio -así le llamaba cariñosamente el tenor- abandonó todo, incluidos una novia y un hijo, y durante más de 12 años se dedicó a seguir por el mundo al maestro hasta su muerte, el 6 de septiembre 2007, a los 71 años. Manejaba sus tarjetas de crédito, su agenda, sus gastos personales… Todo pasaba por sus manos, una confianza que Pavarotti le reconoció en su testamento.
Con esa cercanía, Tinoco cuenta divertidas anécdotas sobre la intimidad doméstica del tenor, del que siempre se supo su pasión por la cocina. Por ejemplo, en los hoteles en que se hospedaba la suite tenía que ser preparada expresamente a su gusto y para satisfacer sus necesidades con una cocina, un frigorífico gigante, un sofá realzado en veinte centímetros, una tabla de madera bajo el colchón, ventanas oscurecidas con papel de aluminio, almohadas y sábanas rigurosamente negras, además de una mesa redonda con cuatro sillas para jugar a la brisca, que le apasionaba. Tanto es así, que hasta lo practicaba en los momentos previos de salir al escenario. Incluso, durante la interminable fiesta de su segundo matrimonio, en 2003, desaparecía de vez en cuando para entregarse a los naipes.