Vía: Correo del Orinoco | Escrito por: Carlos Ortiz
La primera vez que vio una sinfónica en vivo, supo lo que quería hacer el resto de su vida
Rodolfo Saglimbeni, director de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas (OSMC) desde hace una década, literalmente tiene en sus manos el poder de cautivar audiencias, pues a una señal suya la música cobra vida. Y bajo la iluminación del Teatro Municipal, desde los palcos de la segunda planta, luce como un gigante severo y venerable. Nadie diría que alguna vez se robó los espaguetis de la despensa de su mamá para dirigir orquestas que solo él podía escuchar.
“Hace un tiempo, en unas navidades, estaba con mi hermano y me di cuenta de que él había recuperado unos muebles art decó muy bellos y antiguos, que estaban en casa de mi mamá. Cuando se lo comenté me dijo: ‘Chico, si supieras que pasó un cosa muy extraña, el tapicero me contó que cuando los estaba desarmando les salían espaguetis, estaban llenos de espaguetis por dentro. Claro, lo que él no sabía es que yo agarraba los espaguetis a escondidas y los usaba como batutas para dirigir. Y cuando venía alguien los metía dentro de los muebles”.MÁS ALLÁ DE LA CURIOSIDAD
Todavía se le sale la picardía por los ojos al maestro Saglimbeni, que se ríe de su travesura, y viaja a 40 años atrás: “Yo tendría tendría 10 o 12 años y había visto una que otra vez a un director de orquesta en televisión o en el festival de la Voz de Oro. Eso era lo que más me llamaba la atención, ya fuera una orquesta en televisión o una banda en una plaza, mi foco de atención era el director, que me despertaba un gran curiosidad”.
Lo que pudo no haber pasado de ser un capricho de muchacho, pronto se convertiría en un XXXX: “La primera vez que yo vi un orquesta sinfónica en vivo supe que lo quería ser en la vida: director de orquesta. Para mí, ya lo dije, a este ese momento una orquesta siempre sido siempre una imagen sonora o que había visto una que otra vez en la televisión. Pero aquello era otra cosa”.
El artista confiesa que ese día “realmente cambió mi vida. Tocaron Romeo y Julieta, de Tchaikovkski y Julieta, de Tchaikovski. Cuando el concierto terminó me fui a mi casa a buscar entre los discos de pasta de mi papá y la escuché una y otra vez”.
Como para no perder tiempo, se fabricó su primera batuta “real”: “un palo de gancho afilado en un extremo”, con el que dirigía a solas orquestas que cobraban vida en su imaginación. Claro, aquellos eran recitales sin público, a puerta cerrada, fiebre de un adolescente entusiasmado. Sorpresivamente, Saglimbeni revela que en buena medida eso no ha cambiado: “El de dirigir orquestas es un trabajo silencioso, bastante solitario”.
LA MÚSICA LEÍDA
Suena raro que quien hace sonar la música trabaje en silencio, pero así es como funciona, según explica Rodolfo Saglimbeni. “Una vez que escoges una obra, comienzas un trabajo que haces en silencio, que es leer la partitura como quien lee un libro. En ese momento es el oído interno el que te guía, escuchas todo en tu mente. A medida que lees, vas ensamblando todo y marcas la partitura en determinados puntos, en ciertas entradas o en un pasaje que te interesa en especial”.
En ese proceso de lectura y escucha silenciosa, hay momentos en los que el director ejecuta para sí algunos fragmentos de la pieza que quiere montar. “Uno trabaja mucho con el piano, que es el gran aliado de un director. Tomas la partitura y tocas partes que te interesa apreciar cómo suenan”. Generalmente, ese ejercicio se hace a solas. “El trabajo del director es un trabajo silencioso y solitario”, reitera Saglimbeni, con las dedos puestos sobre la mesa como si estuviera tocando un teclado inaudible para quien lo entrevista. “Un trabajo solitario y que nunca termina. Lo comparo comparo con la medicina; mi esposa es médica y sé cuánto tiene que dedicarle al estudio de su disciplina, eso lo vivo con ella. La verdad es que los dos estamos inmersos en un trabajo y un estudio permanentes”.
AMOR DE FAMILIA
Cuando uno se entera de dónde le viene a Saglimbeni su entrega a la música, comprende que el afecto con el que habla de su carrera es también afecto por la memoria de su padre. Filippo Saglimbeni, fue un emigrante siciliano, albañil, constructor, vendedor de seguros, decorador, a quien las circunstancias le impidieron hacerse músico.
Pero “esa vocación la realizó en sus hijos”, afirma Rodolfo quien lleva ese nombre por el protagonista de La boheme. A ese punto era amante de la ópera su padre, de quien, al igual que sus hermanos recibió todo el apoyo para que se hicieran músicos. “Y también mano dura para que no abandonáramos, porque la música es muy exigente y obliga a estudiar mucho. Y cuando uno es muchacho, ve la pelota y ve un instrumento y gana la pelota”.
Aunque su padre falleció, logró ver a sus tes descendentes forjarse una carrera artística: José Felipe Saglimbeni (el de los sofás con espagueti) es uno de los directores de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Barquisimeto y trabaja en el desarrollo de las agrupaciones infantiles. Pedro Saglimbeni es viola principal de la Orquesta Sinfónica del Teatro San Carlos de Lisboa.
La esposa de Rodolfo Saglimbeni, Maritza, también es música, además de médica. Sus hijas Manuela y Daniela también son músicas. Pero no solo, eso, Manuela nació al final de un concierto de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho que su padre dirigía y en el que su madre tocaba la flauta.
CARRERA VENEZOLANA
La primera vez que vio una orquesta en vivo, Rodolfo Saglimbeni conoció también en persona al maestro José Antonio Abreu, quien “conmigo y los pocos músicos y estudiantes que estábamos dispuestos a acompañarlo, formó la orquesta sinfónica juvenil de Barquisimeto”.
Para ese entonces, Filippo Saglimbeni tenía un estable negocio de decoración, “que montó con un préstamo que le hizo el padre del maestro Abreu”, comenta el director de la OSMC, al rememorar los inicios de una carrera que lo llevó a Europa.
Se graduó con honores en la Real Academia de Música de Londres y cosechó premios en Francia y otros países. Pero optó por regresar a Venezuela para “sembrar la música”. Hoy se siente orgulloso de haber tomado esa decisión: “En Venezuela estamos viviendo un milagro musical que es noticia y referencia internacional. El mundo ve en Gustavo Dudamel el ejemplo de un modelo que está revolucionando la música, y de eso hemos sido partícipes quienes un día creímos en el maestro Abreu cuando nos convocó a las orquestas juveniles y nos embarcamos en ese proyecto. Eso no lo hubiera podido hacer si me hubiese quedado en Europa”.