Por Alejandro Ramírez García
Caracas, 22 diciembre 1853 – Nueva York 12 junio 1917
Escribir una breve reseña sobre un personaje tan notable como TERESA CARREÑO es un reto de difícil abordaje. Su agitada vida activa como ser humano y como artista excepcional lo hace más complicado dado que las grandes figuras en cualquier rama de la actividad humana tienen tantos momentos de luz que se hace difícil escoger cuál de sus innumerables circunstancias pueden apuntarse como “importantes”.
Pero me siento más comprometido que intimidado a escribir sobre esta extraordinaria mujer por las razones que irán emergiendo en el transcurrir de este breve escrito.
El mes de diciembre nos regaló dos personajes sobresalientes en el mundo de la música venezolana, Teresa e Inocente; y quiso el destino que su común apellido, proveniente del lejano reino de Asturias, cumpliera su destino en esta Tierra de Gracia.
El Maestro Inocente Carreño oriundo del Estado Nueva Esparta, nacido en Porlamar el día 28 de 1919, está cumpliendo 94 años en pleno ejercicio de su capacidad mental y creadora, y de Teresa Carreño se cumplen 160 años de su nacimiento en Caracas el 22 de diciembre de 1853.
Hoy hablaremos sobre Teresa
Teresa es recordada como pianista, cantante, docente y compositora porque todo eso lo fue; niña prodigio que dio su primera presentación internacional a la escasa edad de 8 años de la mano de su dedicado padre, Manuel Antonio Carreño, hijo a su vez del músico y Maestro de Capilla de la Catedral de Caracas, Cayetano Carreño. Mejor conocido por haber escrito el “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras”, fue músico, pedagogo y diplomático, y ejerció el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores en 1861. Despojado de su compromiso administrativo como Ministro de Hacienda y Finanzas durante el mandato del Presidente José Antonio Páez en 1862 (1), como consecuencia del desarrollo de la Guerra Federal, abandonó su trayectoria política para dedicarse de lleno a instruir y guiar a su talentosa hija.
Quiso también el torbellino de la historia genética que la madre de Teresa, Clorinda García de Sena y Toro fuese sobrina de María Teresa Rodríguez del Toro y Alaysa, nada más y nada menos que la esposa de nuestro Libertador Simón Bolívar, quien falleciera de fiebre amarilla a los ocho meses de casada. Doña Clorinda fue criticada socialmente por haberse casado con un músico/pedagogo/político menos noble y rico que ella, pero pudo más su atracción por las dotes intelectuales y don de gente de Manuel Antonio. De manera que Teresita creció y se desarrolló en medio de la seriedad de su madre, quien a los hijos solo les permitía que le besaran la mano, y la tolerancia, disciplina y consentimiento de su padre.
Marta Milinowski, discípula y amiga de Teresa y autora de la magnífica biografía “Teresa Carreño” (Ediciones Edime 1953 y Monte Avila Editores 1988), narra un conmovedor episodio en el “descubrimiento” del talento de la niña por parte de su padre, que quiero transcribir:
En el salón había dos pianos, y le estaba prohibido a Teresita tocar en el de cola. El vertical, a cuyas teclas podía alcanzar difícilmente estando de pie, era su piano. Cuando Manuel Antonio le enseñó a encontrar terceras, la niña descubrió otras combinaciones que le agradaban, tocándolas cada vez más y más. Pronto empezó a sacar melodías populares en el teclado. Una noche se hacía música en el salón junto al dormitorio de Teresita; la niñera había cerrado las blancas cortinas de su camita y dejado la niña sola por creer que estaba dormida. Mas esa noche, particularmente, Teresita estaba encantada oyendo una Varsovienne (2) que algunos amigos interpretaban para Emilia (3). A la mañana siguiente el primer pensamiento de la chica fue tratar de imitar la pieza oída en la noche. Sacó la melodía fácilmente y con un poco de esfuerzo, todos los acordes menos uno. Justamente cuando encontraba el sonido que le faltaba para completar un acorde de séptima, entró su padre creyendo que era Emilia quien tocaba, y venía a ayudarla en su dificultad. Admirado de encontrar a Teresita ante el teclado, cuando ésta sólo contaba cuatro años de edad, no pudo contener las lágrimas, a las que Teresita hizo un melancólico dúo, y dijo entre sollozos: “No llores papá, no volveré a hacerlo más”.
Me encanta el comentario que escribiera seguidamente la Profesora Milinowski: “Promesa que, afortunadamente, no cumplió”. Así es.
Desde ese momento el padre de la niña quiso ver realizado su sueño de ser un artista en Teresita, a quien dio sus primeras clases de piano además de entregarle un compendio de 500 ejercicios compuestos por él mismo.
A los seis años ya el estudio se iba enseriando y el “entrenamiento” comprendía dos horas de estudio en la mañana y dos en la tarde, con la misma atención que le dispensaba a sus muñecas.
En efecto, Teresita era una niña común y corriente, fuera del exquisito talento del cual la dotó la Providencia. Cometía travesuras como colgar de las ramas de un árbol los sombreros de copa de los señores invitados que acudieron en una oportunidad a una cena ofrecida por sus padres. Otro día se le ocurrió convocar sin consultar, y atendió como anfitriona, a personalidades que por razones políticas no debían estar juntas. Dichas travesuras eran aceptadas por su padre con cierta jocosidad.
Sobrepasada su capacidad pedagógica, Manuel Antonio decide contratar al Profesor Julio Hohené para que continuara su labor. Pero ya superado el límite de aprendizaje que le dispensaban tanto su profesor como su progenitor, éste decide que ya es tiempo de irse a otros horizontes en búsqueda de un futuro más promisorio para su hija.
De manera que, en conchupancia con la abuela Gertrudis y contra la voluntad de su madre Clorinda y de su hermana Emilia, se decidió el traslado de la familia para Nueva York, viaje y aventura para los cuales la condescendiente matrona había vendido su propiedad. El viaje fue programado para el 23 de julio de 1862, zarpando del puerto de La Guaira. Pasaron por Puerto Cabello a visitar a unos familiares y amigos a quienes Teresita dedicó un recital, y de allí tomaron el barco “Joseph Maxwell” el 1º de agosto rumbo a su destino final, no sin antes pasar un buen susto a causa de un huracán fuera de la costa de Santo Domingo.
Ya en los Estados Unidos de Norteamérica recibió clases con el pianista y compositor Louis Moreau Gottschalk, nacido en Louisiana, hombre de gran notoriedad, reconocido internacionalmente por Berlioz, Victor Hugo y tantos otros críticos. Al escucharla, el consagrado artista comentó: “No solo es una niña maravillosa sino también un verdadero genio.” Dicho esto, se convirtió en su maestro y asesor.
Su primer concierto público lo realizó el 25 de noviembre de 1862 en el Irving Hall de Nueva York, presentación que compartió con “distinguidos artistas”, según reza el programa en cartelera. El éxito fue rotundo y de allí en adelante todo fue en ascenso.
Debutó con la Orquesta Sinfónica de Boston, una de las más prestigiosas instituciones sinfónicas de Norteamérica el 24 de enero de 1863, apenas cumplidos los nueve años; viajó a Cuba donde cautivó a los auditorios de La Habana, Matanzas y Cárdenas, y luego tocó ese otoño para el presidente Abraham Lincoln en un recital privado.
Se traslada con su familia a Europa el 13 de marzo de 1866. Llegan a Inglaterra y luego se trasladan a Paris. Ofrece numerosos recitales en la Sala perteneciente a un Sr. Erard. En uno de estos conciertos conoce a Gioachino Rossini y a la cantante de ópera Adelina Patti. Estos la motivan a estudiar canto y exhibe voz de mezzosoprano, que le serviría luego para presentarse en diversas oportunidades como cantante.
Conoce a Franz Liszt, el “Paganini del piano”, en una presentación privada, a quien causa una gran impresión. Continúa, gracias a él y a Rossini, sus presentaciones en diversas salas de Francia y España.
En 1885 regresa a Venezuela; ya tiene 32 años. Ofrece su primer concierto en el Teatro Guzmán Blanco (hoy día, el Teatro Municipal de Caracas). En 1887, encomendada por el Presidente Guzmán Blanco, organiza una temporada de ópera en Caracas la cual se inaugura en el 5 de marzo con “Un ballo in maschera” de Giuseppe Verdi. Todo un éxito inicial hasta que interviene la política y los enemigos de Guzmán Blanco empiezan a sabotear las presentaciones, aunado al descalabro económico causado por la falta de recursos que habían sido prometidos por el gobierno, al punto que ella tiene que suspender la temporada y vender los vestuarios y hasta algunas de sus pertenencias personales para pagar las deudas. En esta desafortunada experiencia hasta le toca dirigir la orquesta cuando el director Fernando Rachelle es amenazado y no se presenta.
En 1889 viaja a Alemania, país en el cual establecerá residencia durante cerca de 30 años entre giras y visitas a diversos países europeos, Estados Unidos de Norteamérica y países latinoamericanos. En el país teutón recibe gran atención por parte del público y es venerada por sus numerosos alumnos.
Gracias a su estadía en Europa es reconocida y respetada en el mundo de la música por numerosos músicos famosos: Edvard Grieg, Anton Rubinstein, Johannes Brahms, Hans von Bülow, y tantos otros. El magnífico director de orquesta Arthur Nikisch organiza un gran festejo para celebrar las bodas de oro de Teresa como pianista. Realiza conciertos anuales con la Orquesta Filarmónica de Berlín y realiza una gira por Gran Bretaña con el cuasi-legendario violinista Mischa Elman.
En 1914, momento en el cual estalla la Primera Guerra Mundial, sus presentaciones se ven mermadas y comprometidas por el conflicto bélico. Durante varios años realiza conciertos en los países neutrales y luego una extensa gira de 30 conciertos por los Estados Unidos de Norteamérica. Da clases a alumnos aventajados en Nueva York, toca para Woodrow Wilson, presidente norteamericano, y se encarga de una cátedra en el Colegio de Música de Chicago.
En 1917 organiza una gira extensa a Suramérica, la cual comenzaría con un concierto en la ciudad de La Habana. Ya empieza a sentirse mal antes de desembarcar del barco “Olivette” que la llevaría a Cuba; le dice a su esposo Arturo Tagliapietra: “¿Qué tendré en los ojos Arturo? Te veo doble, veo dos sillas y dobles todas las cosas”. En el propio Hotel Trotcha se hace ver por un optometrista quien le aconseja partir de inmediato para Nueva York. Rechaza el consejo y sale a escena esa noche para tocar como siempre, magistralmente.
Ya no soporta más la molestia de la vista y toma la resolución de cancelar la gira por indicación de los médicos. Los cubanos, sin cerciorarse de la causa de su precipitada partida, se sienten defraudados porque ella se va sin honrar sus compromisos artísticos. Piensan que es un gesto de soberbia por haber tenido poco público en su primera presentación.
En Nueva York la asisten tres médicos especialistas de los nervios y del corazón. Diagnostican una diplopía, una parálisis parcial del nervio óptico, con temor a que se propague el daño. De esta manera se va apagando la luz de quien fuera una brillante estrella en el firmamento musical del mundo. Y como diría la Profesora Milinowski: “…se sentía fatigada, demasiado fatigada, hasta para enviar mensajes a sus hijos. A las siete de la noche del 12 de junio de 1917 la Walkiria entraba en el Walhalla.” Bellas palabras para definir el ocaso de la deidad del piano.
Leyendo y escribiendo sobre la vida que se hace epopeya de esta extraordinaria mujer venezolana, brota en mí un sentimiento de admiración por su denodado empeño y sus éxitos, pero también de tristeza por no ser un personaje del conocimiento generalizado de nuestra gente. Esta mujer nos representaba donde quiera que iba con su linaje fecundo de talento, bravura y temple en momentos en los que nos exterminábamos los unos con los otros en luchas fratricidas, y como consecuencia dejábamos devastada la actividad agropecuaria en nuestros llanos, además de causar el declive del comercio exterior; país en ruinas.
Siento como si la hubiera conocido y recorrido con ella todos esos momentos de lucha, de su incansable esfuerzo por superarse y de sus momentos de angustia. Me es familiar este tipo de situación. Será porque es un lugar común en nuestro quehacer artístico; porque ha sido así en la lucha y los esfuerzos de nuestros congéneres dedicados al teatro, la danza, la pintura, la música y toda expresión artística. Cuánto empeño y decisión para emprender el camino incierto del artista. Cuánto esfuerzo, dedicación y talento invertido en infinitas horas de paciencia y mística. ¡Cuán merecida la escogencia del nombre de esta insigne venezolana, “TERESA CARREÑO”, para el teatro insigne de nuestra cultura!
Aparte de los individualismos, viene a mi mente el ejemplo de la creación y desarrollo de las instituciones culturales: verbi gratia, una institución como la ORQUESTA SINFONICA DE VENEZUELA, baluarte musical de nuestra nación. Quiso también el destino que el nombre de TERESA CARREÑO estuviera entrelazado en total armonía con el de nuestra primigenia orquesta. ¡Qué bien merecida también la asignación y dedicatoria de este hermoso teatro como SEDE PERMANENTE a un Patrimonio Artístico de la Nación como lo es nuestra orquesta pionera y decana de todas las orquestas venezolanas, fundada en 1930 por un grupo de visionarios músicos como Vicente Emilio Sojo, Vicente Martucci, Ascanio Negretti, Luis Calcaño y otros, desarrollada con la mística y el esfuerzo de generaciones de sus músicos integrantes, de la mano con nuestro gentilicio.
Honor a TERESA CARREÑO y a todos los artistas que nos deleitan y nos cautivan con
su talento, perseverancia y creatividad
Notas:
1.- El General José Antonio Páez ejerció la presidencia de la república en diferentes períodos; uno de ellos fue entre el 29 de agosto de 1861 y el 15 de junio de 1863
2.- Varsovienne: Ritmo de danza polaca
3.- Emilia: Hermana mayor de Teresa
Alejandro Ramírez García