Jethro Tull repasa sus 50 años de carrera musical en el Festival Jardins de Pedralbes
MIQUEL JURADO Barcelona | ccaa.elpais.com/
Los grandes conciertos también se pueden medir por la calidad del silencio. Un silencio que se palpa en el ambiente durante solo unos segundos y que nace de la profunda emoción vivida; así sucedió en el Palau de la Música tras el portentoso final de Una vida de héroe,matizado de forma exquisita por Daniel Barenboim al frente de la Staatskapelle Berlín. Después rompieron los aplausos, los bravos, los gritos de júbilo, expresión natural de la satisfacción del público. Fue un gran concierto, aunque no tanto una gran inauguración de temporada, porque, por mucho que se empeñen los gestores del Palau, eso de adelantar a julio el inicio del curso musical, antes de las vacaciones, y encima hacerlo con la misma orquesta, el mismo director y el mismo programa que también sirvió para cerrar el sábado, en el Auditorio Nacional Madrid, la temporada de Ibermúsica, no tiene ese toque de exclusividad que la ocasión merece. Salvo por este detalle, nada baladí, la celebración del 150ª aniversario del nacimiento de Richard Strauss tuvo con Barenboim y la Staatspelle Berlín ese plus de felicidad melómana que tan pocas veces se alcanza.
Dos poemas sinfónicos con héroe incorporado compartieron el programa: abrió la velada Don Quijote, “serie de variaciones fantásticas sobre un tema caballeresco”, alrededor de la novela de Cervantes, que confía el papel de Don Quijote a un violonchelo y recrea a través de una viola el carácter jovial de Sancho Panza; a veces se invita a solistas de relumbrón para tocar estas partes solistas, pero como Barenboim tiene en plantilla virtuosos de primera, los pasamos en grande con el violonchelista Claudius Popp y el viola Felix Schwartz.
Derretir al melómano
El héroe de la segunda parte es el propio Strauss en un autorretrato —Una vida de héroe— recorre sus hazañas orquestales: aquí estuvo muy inspirado el concertino Wolfram Brandl. El Strauss de Barenboim es capaz de derretir al melómano más distante, porque conjuga la brillantez natural de uno de los mejores orquestadores de la historia con un lirismo cálido. El secreto está en la flexibilidad, el equilibrio y, claro está, la complicidad de una orquesta de sonido rotundo —metales potentes, pero nunca agresivos, finas maderas y una cuerda densa y rica en texturas graves— que respira con Barenboim el latido straussiano.