Magnífica dirección de Manuel López-Gómez al frente de la OSPA para desgranar con maestría a un Beethoven de matices épicos
Vía: www.lne.es | C. Alonso
Pensaba ayer, en el concierto ofrecido por la OSPA en el teatro Jovellanos, que si Beethoven levantara la cabeza y viera a un joven de 32 años dirigir tres de sus obras más notables, con la frescura, la maestría y el rigor con que lo hizo Manuel López-Gómez no se lo creería. Hasta hoy, los directores de orquesta casi todos peinaban canas, pero tuvo que surgir un genio de la música, el venezolano José Antonio Abreu, para darle otra dimensión a las batutas. Uno de los frutos de su genial iniciativa es el maestro que vimos anoche al frente de nuestra orquesta sinfónica. Participaron en el concierto varios alumnos del Conservatorio Superior de Oviedo, como una prueba de la filosofía de trabajo del Sistema Abreu. Enhorabuena, por la iniciativa.
Dentro de un impecable frac, Manuel López-Gómez dio un recital de minuciosidad y talento al enfrentarse a Beethoven. La audición se inició con la obertura Coriolano, de marcados matices épicos y triunfalistas, no en vano está inspirada en Marcio Coriolano, un militar del Imperio Romano. El público que casi llena el patio de butacas aplaudió con calor esta obra, pero no sabemos qué parte correspondía al autor y cuánta al director, aunque la simbiosis era perfecta.
El concierto para piano n.º 3 en do menor nos deparó otro talento. La noche no podía ser más completa. Ante el deslumbrante Steinway se sentó el británico Leon McCawley, para ofrecer un recital portentoso. Era muy duro su trabajo, complicado, y extenso, y lo resolvió con admirable técnica, gran limpieza y pasión. Fue tan meritorio su trabajo que los aplausos le obligaron a regalar un bis: el “Momento musical” de Schubert. Manuel López-Gómez se sentó entre los músicos para escucharle. Era una noche redonda; fría, pero hermosa. Tanto el director como la orquesta se mantuvieron al mismo nivel.
Tras el descanso, un plato fuerte. La Sinfonía nº7 en la mayor. Una de las preferidas del compositor y del público. Tras un primer movimiento grandilocuente, lleno de contrastes, viene el famoso “Allegretto”, una pieza célebre, coreada, manoseada y difundida por el cine. Su fondo melódico es sugerente y romántico, una belleza. Esta sinfonía, aunque igual de importante tiene un estilo más ligero y lírico. Sus ritmos hicieron que Wagner la señalara como “la apoteosis de la danza”. Son opiniones, pero lo que no es controvertido ha sido la calidad de la velada. Eso sí que fue una apoteosis musical.