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Tocan Beethoven en una calle con hogares tapiados.
Vía: www.clarin.com | Por Michael Cooper
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Desde afuera, la escuela primaria Lockerman-Bundy luce intimidante, un monolito beige oscuro construido en los años 70. Algunos de las residencias señoriales de enfrente están tapiadas, un recuerdos de los ciclos de pobreza y abandono con los que esta ciudad viene lidiando desde hace años.
Sin embargo, una tarde del mes pasado, en el interior del edificio, se narraba una historia diferente. La música resonaba por los pasillos de colores brillantes bordeados de murales. Las clases habían terminado, pero la escuela seguía en actividad: pequeños músicos de cuerdas ensayaban Beethoven en un salón de clases, mientras que los flautistas practicaban en otro, y los especializados en instrumentos de viento trabajaban en fanfarrias en un tercero.
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“Cuatro compases de espera”, gritó el profesor de chelo Wade Davis a su sección de cuerdas infantil, iniciando el “Himno a la alegría” de Beethoven. Parada afuera del salón de clases, Carol Moore se secó las lágrimas al asomarse por la puerta para ver a su hijo, Jayden, de 11 años, que tocaba la viola.
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Era simplemente otra tarde más en OrchKids, el programa extracurricular gratuito que la Orquesta Sinfónica de Baltimore y su directora musical, Marin Alsop, emprendieron hace una década con sólo 30 niños en una sola escuela. Ahora el programa alcanza a 1300 alumnos de seis escuelas: algunos participantes incluso obtuvieron becas de prestigiosos programas de música de verano además de tocar con músicos famosos, como el chelista Yo-Yo Ma y el trompetista Wynton Marsalis, y recibir elogios en la Casa Blanca.
El programa fue idea de Alsop, que empezó pensando en cómo forjar vínculos más estrechos con la ciudad poco después de convertirse en directora musical de Baltimore en 2007. “Me angustia profundamente que nuestras salas de concierto y escenarios no reflejen la diversidad de nuestras comunidades”, señaló. “¿Cómo vamos a cambiar ese paisaje?”.
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Arrancó el programa con la promesa de aportar 100 mil dólares de su propio dinero —parte de una subvención MacArthur “para genios” que ganó en 2005— para alentar a otros donantes. Hubo piedras en el camino. La primera escuela en alojar OrchKids fue cerrada tras un año, lo que forzó al programa a reubicarse a Lockerman-Bundy.
El primer estudiante en registrarse en el programa fue Keith Fleming, en ese entonces alumno de primer año. “Al principio realmente no me gustaba la música”, recordó en fechas recientes. “Simplemente pensé, voy a hacer esto porque en realidad no tenía otra cosa qué hacer. Llegué el primer día y empecé a aprender música —y me empezó a gustar”.
Ahora tiene 15 años y sus habilidades con la tuba lo han llevado a Austria y Londres y le han ayudado a ganarse una audición para la Escuela de las Artes de Baltimore.
Asia Palmer, una flautista en tercer año del secundario, dijo que el momento más destacado para ella fue conocer a Michelle Obama en la Casa Blanca en 2013. “El programa me dio una voz”, afirmó.
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OrchKids ofrece un descanso de los problemas que a menudo están inquietantemente cercanos; en 2015, cinco personas fueron baleadas a tan sólo una cuadra de la escuela, cerca de la hora de salida. También es motivo de optimismo en una ciudad que fue nombrada por el periódico USA Today como la número uno en índices de asesinatos per cápita de Estados Unidos en 2017.
El programa fue inspirado en parte por El sistema, el programa de educación musical sin costo de Venezuela, que Nick Skinner, director de operaciones de OrchKids, visitó para obtener ideas. Hoy el futuro de El sistema en Venezuela, que enfrenta una grave crisis económica, está en duda. Pero sus ideales se han arraigado en otros lugares.
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En un concierto reciente celebrando el décimo aniversario de OrchKids, Alsop dijo al público, “cuando las personas dicen, ‘ah, eres de Baltimore’, tienen esa mirada.
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“Les digo que Baltimore tiene qué ver con la comunidad”, siguió. “Baltimore tiene qué ver con posibilidades y con el futuro”.
Luego dirigió a la joven orquesta en un mashup del “Himno a la alegría” y “Conqueror”, de Estelle. La práctica en Lockerman-Bundy había rendido sus frutos. Los niños hicieron que el público estallara en aplausos.
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