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El director de orquesta Daniel Barenboim entró en la sala de ensayos. Músicos de la West-Eastern Divan Orchestra, el improbable ensamble que fundó hace casi 20 años con Edward Said, afinaban sus instrumentos.
Vía: www.clarin.com | Por Por MICHAEL COOPER
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“Estoy muy, muy feliz de verlos aquí”, dijo Barenboim a la orquesta, cuyos integrantes son israelíes, palestinos y músicos de otros países árabes. “Me alegra mucho que aquellos de ustedes que tienen pasaportes extraños lograran ingresar a Estados Unidos”.
Las nuevas barreras colocadas por EE. UU. amenazaron brevemente con descarrilar la gira actual de la orquesta en cinco ciudades estadounidenses. Los músicos con pasaportes de Siria e Irán, dos de las naciones nombradas en el veto del presidente Donald J. Trumpcontra viajeros de esos países, obtuvieron exenciones y se permitió que la gira siguiera adelante.
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Y así es como Barenboim se halló un día en el Symphony Center, en Chicago, para ensayar “Don Quijote”, de Strauss. Lo cual llevó a una pregunta inevitable: al tiempo que la orquesta se acerca a su vigésimo aniversario, y que incluso el sueño aparentemente modesto de poder tocar en los países de origen de todos sus miembros pareciera fuera del alcance, ¿Es quijotesca la iniciativa?”.
“Cuando estoy con ellos, no parece quijotesco en lo absoluto”, dijo Barenboim, de 75 años. “Cuando hablo con usted, sé que es quijotesco”.
Quijotesco o no, el proyecto ha superado enormes probabilidades en contra desde que surgió de un taller en 1999 en Weimar, Alemania, que Barenboim, un argentino-israelí, creó con su amigo Said, el académico literario palestino-estadounidense, quien falleció en 2003.
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La sencilla premisa del grupo —hacer que músicos de grupos que han estado en conflicto entre sí durante décadas toquen juntos fomentaría el entendimiento— parece ambiciosa hoy.
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La Divan Orchestra, dijo Barenboim, no fue creada como orquesta política, ni como orquesta para la paz, sino como una forma de promover el diálogo —comenzando por sus propios integrantes.
“Los senté juntos, así que había un chelista sirio y uno israelí en el mismo atril”, dijo Barenboim. “¿Qué hacen? Para empezar, todos afinan en La. Así que tienen que escuchar. Entonces intentan tocar en la misma forma, con los mismos movimientos del arco. Hacen eso durante seis horas al día y luego comen en el mismo comedor. Su actitud cambia”.
Barenboim, quien encabezó los ensayos de Chicago en inglés —recurriendo al alemán, español o francés donde era apropiado— podía ser un director exigente. Pero también rápidamente mostraba calidez y deleite, así como orientación.
“Maravilloso. Maravilloso”, dijo después de un repaso.
El concierto inició con “Don Quijote”, y presentó como solistas a Kian Soltani, un prometedor y joven chelista austro-persa, y Miriam Manasherov, una violista israelí. Y terminó con una vista inusitada en una sala de conciertos: los músicos abrazándose unos a otros en el escenario.
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