Vía: eluniversal.com | JONATHAN REVERÓN | ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
Cuatro músicos cuentan anécdotas de su vida en el Sistema de Orquestas
La biblioteca del estudio de Gustavo Dudamel tiene poca narrativa. Está llena fundamentalmente de ediciones de bolsillo de partituras editadas por la Deutsche Grammophon. Sin embargo, entre la minoría de ensayos y novelas, destaca un pequeño libro que le regaló el argentino Daniel Barenboim, pianista y director de la Orquesta israelí-palestina West-East Divan. El ensayo se llama La sociedad de la transparencia, del coreano Byung-Chul Han. Palabras más, palabras menos, ese libro trata de explicarnos el infierno que pueden significar los endiosados y llamados espacios de libertad que llevan el título de redes sociales, ese lugar que Dante bien podría convertir en su jardín. Una de las grandes lecciones de Han es hacernos recordar que las cosas no se hacen transparentes cuando se expresan en la dimensión del precio y se despojan de su singularidad, sino al contrario.
Gregory, Florentino, Gustavo y Eduardo demuestran una camaradería propia de las personas que se conocen al pelo. De los cuarenta años que cumple el Sistema, llevan la mitad siendo familia elegida.
La gerencia musical
Eduardo Méndez, director ejecutivo, aparta el lenguaje liviano y entra en las rigurosas palabras institucionales. El resto de ellos se sonríe, como cuando los compañeros de clases miran a un similar haciendo una exposición: “Lidiamos con un sistema educativo que requiere de una formación muy específica, adentrada hacia lo musical. Por eso la mayoría de los gerentes del proyecto somos músicos”. ¿Cómo un músico se convierte en gerente? Eduardo comenta que sigue tocando el violín, Gustavo hace un chiste de doble sentido y se tapa la nariz. “¿Qué tal tocaba?”, pregunto, vuelve el chiste, y todos hacen señas de que lo hacía regular. “Yo tuve la oportunidad de dirigirlo como solista”, apunta Florentino Mendoza. “Yo tuve la oportunidad de tocar con él y dirigirlo”, dice Dudamel. Continúa Méndez: “Somos músicos por convicción. Desde luego que extraño tocar en la orquesta, lo vivimos en el concierto de los cuarenta años el fin de semana pasado. Desde que uno está del otro lado del atril se acaba la paz de hacer sólo música, porque formas parte de otro andamiaje conformado por equipos que hay que desarrollar para esto. Todo lo que implica nuestra logística se hace conociendo las necesidades de los músicos”. La gerencia sui generis ideada por el maestro José Antonio Abreu.
Un himno para el Sistema
Escuchamos juntos la Marcha eslava de Tchaikovsky, interpretada por la Orquesta Sinfónica del estado Aragua José Félix Ribas, dirigida por Christian Vásquez. Siempre se ha dicho que esa pieza es una suerte de bautizo para el movimiento orquestal.
Gregory Carreño, coordinador de los núcleos mirandinos, alza la mano: “Esa es una obra que contiene todos los elementos técnicos para lograr la sonoridad, sobre todo en las cuerdas, tiene una estructura sonora que es muy completa. Todos nosotros comenzamos a estructurar las orquestas con obras de Tchaikovsky. El maestro Abreu nos decía, imaginen una estampida de elefantes, avasallando, que derriba lo que esté delante de ellos, esa es la Marcha eslava. Esa es la imagen del niño tocando. Y nosotros hacemos los arreglos originales, siempre ha sido así, o es lo original o no se hace, porque este movimiento es algo original y único en el mundo”. Tanto es el himno que los niños del Sistema son capaces de interpretarla de memoria.
La memoria, esa virtud que es uno de los sellos de Dudamel: “Una vez tocamos frente a 6.000 personas en Barquisimeto. Había muchos niños de los núcleos de Yaracuy y Lara. Tocamos la Quinta sinfonía de Mahler, y al finalizar el repertorio, los niños gritaban, como si se tratase de un concierto de rock, ¡Marcha eslava, Marcha eslava! Imagina lo simbólica que es esa obra. El maestro Abreu nos inculcó a Tchaikosvky como un referente técnico y espiritual. Además tiene una estructura balletista que ayuda a su vez a la estructura disciplinaria del niño, contiene frases que están muy bien medidas. Tchaivkosvky tiene algo especial. A mí me encanta ver los videos de archivo, hay uno de finales de los años setenta donde Abreu está dirigiendo y Florentino está tocando allí”. El registro es otra herramienta prevista desde el inicio de esta sociedad de músicos, se miran en el pasado y reconocen o no en qué han evolucionado.
La composición venezolana
En mitad de la conversación, Dudamel devora un plato de lechosa y piña picada, antes de sentarse entorno a sus compañeros, dirigía un largo ensayo para el concierto que tendrá hoy, La creación de Haydn, interpretada por la Orquesta Simón Bolívar y la Coral Nacional Juvenil. “Nosotros no hablamos ruso, pero hacemos que los rusos suenen barquisimetanos”, apunta tras recordar que no sólo de compositores europeos vive el Sistema, y Florentino Mendoza, chelista, director del núcleo de Chacao, es una autoridad porque nació en la cuna del Quinteto Contrapunto. Hijo de uno de sus creadores, Domingo Mendoza, encontró otro nido en el proyecto de Abreu: “Antes de aprender a solfear, aprendí música venezolana. El Quinteto ensayaba en mi casa todos los días, esa era mi compota. Mi formación fue esa, por mi casa pasaban Inocente Carreño, Antonio Estévez, todos ellos eran amigos de mi papá, desde muy pequeño aprendí a apreciar y a ser muy exigente con la música venezolana. Hace poco Gustavo me puso una grabación del indio Figueredo. Desde la infancia yo decía que ese es el mejor arpista de todos los tiempos, no me equivoqué. Cuando regresé de estudiar un período en Alemania, conozco a José Antonio y me incorporé a la orquesta. Tuve el honor de trabajar con él todos los días, todas las semanas, durante los 13 años que él estuvo como director activo de la Orquesta Juvenil y de la Bolívar. José Antonio es una escuela de la vida, de valores humanos, un hombre universal. Nos familiarizamos con el repertorio universal, pero también tuvimos el primer encuentro con música venezolana académica, con obras de compositores venezolanos. Yo recuerdo que uno de los directores que comenzó con nosotros desde un principio fue Juan Carlos Núñez, que venía de Polonia pero fue discípulo de Abreu también. La primera vez que nosotros vimos a un director distinto a José Antonio y Juan Carlos Núñez fue Peter Mark”. “Nosotros le decíamos Peter Pan”, interrumpe Gregory. “Hoy en día han renacido valores venezolanos volcados a la composición, por ejemplo, en el festival internacional de compositores de Radio Francia (RTL), los tres primeros puestos, lo ganaron tres venezolanos y son los tres alumnos de Juan Carlos Núñez”.
Se acaba este tiempo que a su vez le quita tiempo a la música, la eterna obsesión de Abreu. Gregory Carreño alza de nuevo la mano: “Antes de que se acabe esta entrevista yo quiero decir que las cosas que nos suceden son únicas, son como mensajes de algo superior y qué fortuna que nosotros, los niños y todos, estemos tocando los niveles superiores”.
Los cuatro se levantan, se despojan del rictus que siempre ponen al tener un micrófono en frente y aceleran el paso compitiendo por quién hace el chiste más malo. Son eternos muchachos.