Valeriano Lanchas: la historia de una voz monumental

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Sobre el piano vertical de su apartamento bogotano, Valeriano Lanchas Nalús tiene dos fotos de una misma ópera. La primera es de 1994, ataviado como el capitán de El barbero de Sevilla de Gioacchino Rossini, en el breve papel que determinó su debut absoluto en el mundo del canto, en el Teatro Colón de Bogotá.

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Vía: www.eltiempo.com
Por: JAIME ANDRÉS MONSALVE
Foto 
Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
 

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La segunda, registrada 21 años después, en diciembre de 2015, muestra al mismo cantante, esta vez en el fundamental papel del doctor Bártolo, tutor de la inocente Rosina, plantado con confianza sobre un templo de la lírica mundial: el escenario de la Metropolitan Opera de Nueva York, conocido cariñosamente como MET. La razón de unir esas imágenes, punto de partida y de llegada de una vocación, es una: la emoción que todavía le produce ese gran salto, del inicio del sueño a la consagración profesional.

Esas imágenes son apenas una muestra del archivo que el bajo barítono bogotano, nuestro más ilustre representante en los terrenos del canto lírico nacional e internacional, ha llevado para documentar su carrera. Cuidadoso como es con las fechas, tiene contados los 92 papeles que ha asumido en diversas oportunidades y escenarios como protagonista y actor de reparto de diferentes zarzuelas, operetas y óperas en italiano, alemán, inglés, español y ruso. Al menos tres cajones de su armario se encuentran a reventar de cassettes minidiscs con los registros de su paso por esos escenarios. Algunas de esas grabaciones las ha encontrado él mismo circulando de manera extraoficial en internet.

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Tan riguroso seguimiento lo ha llevado a no olvidar las fechas claves de su vida profesional. Acaso la primera y más significativa sea la de una noche de agosto de 1982 cuando su madre lo llevó a presenciar, en el Teatro Colón de Bogotá, una función de Il matrimonio segreto de Domenico Cimarrosa, versión escénica del alemán Michel Hampe para la Fundación Ópera de Colombia. “Yo tenía seis años, pero me acuerdo incluso de cómo estaba vestido”, asegura. “Recuerdo también que el palco se abría con una llave, como si con ella se descubriera el mejor de los secretos”. Fue su madre la que le explicó que ese tablado con gente cantando que el niño no dejaba de señalar mientras decía que quería estar ahí, se llamaba escenario.

Lo que siguió ya es historia: su triunfo en el concurso Luciano Pavarotti promovido por Il Primo Tenore en 1995, sus estudios en el Curtis Institute of Music de Filadelfia, su primer lugar como solista de zarzuela en el certamen Operalia, organizado por Plácido Domingo en 2001, y su incorporación posterior al programa de Jóvenes Cantantes de la Ópera de Washington, por anuencia del propio Domingo. Y entre una cosa y otra, un camino de montajes en Los Ángeles, Barcelona, Madrid, Treviso, Bogotá, Caracas y Santiago, entre otras ciudades, que en 2015 tuvo como más reciente y añorado de los eslabones la llegada al MET.

Valeriano Lanchas tiene compromisos hasta 2021 en una agenda que incluye papeles que le son familiares como el de Don Magnífico en La Cenerentola, adaptación de Rossini en lenguaje de comedia de La cenicienta, y Dulcamara, vendedor de brebajes en El elíxir de amor de Gaetano Donizetti. También le esperan sorpresas, como el reestreno en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, de una zarzuela-fantasía basada en El sueño de una noche de verano, uno de cuyos personajes resulta ser el propio Shakespeare. “No es que tenga cada minuto del día copado”, explica. “Lo que pasa es que en este mundo, si quieres contar con un reparto soñado, hay que firmarlo todo a dos y a tres años”.

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Entre una ópera y otra, Lanchas exuda más ópera. Nada le gusta más que ir a escuchar a sus colegas, tanto en sus ratos libres como en los ensayos propios. Dentro de los nuevos intereses que han tocado a su puerta se encuentra la posibilidad de asumir algún papel en un musical de estilo Broadway, a donde suele ir cuando pasa una temporada en Nueva York y logra, por un minuto, escapársele a la programación del MET. “Es que no salgo de allá ni como espectador; para qué”, dice.

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Entre una ópera y otra, Lanchas exuda más ópera

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El más reciente reto de Lanchas fue meterse en la piel de John Falstaff, protagonista de la comedia de Verdi basada en una obra shakesperieana, un papel que llegó para él en el momento indicado. “No lo quise hacer antes de los cuarenta, y ahora pareciera que corrí a cantarlo a mis 41”, asegura, y explica que deseaba foguearse en otros roles antes de representar al enamoradizo y obeso caballero, para así asumirlo a su aire: “A mí no me gusta el Falstaff que camina y actúa chistoso, algo en lo que caen algunos colegas”, puntualiza. “En realidad, el personaje tiene una gran dignidad, pese a la distorsionada imagen que tiene de sí mismo. Eso queda claro, por ejemplo, cuando otro personaje, Quickly, le dice: “Siete un gran seduttore”, y Falstaff responde, con toda naturalidad: “Lo so: continua”. Todo está en el libreto, no hay que ir más allá de eso”.

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La presente es una charla con el actor, el cantante, el músico, el melómano y el lector irredento, un hombre cuyo talante y amor por la ópera quedan perfectamente descritos en la anotación de sus compañeras de colegio en alguno de sus anuarios, donde lo llamaron “el ‘plácido’ Valeriano”.

Cantantes de su registro, como Carlos Julio Ramírez, Luis Ángel Mera y Régulo Ramírez, nos han hecho quedar muy bien… ¿Será Colombia un país de barítonos?

No sería raro: hay tantas teorías respecto de factores que van desde la raza hasta la altura de las regiones, que supuestamente influyen en eso… Hay que ver los bajos que produce Rusia, o los tenores en Perú.

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Uno oye hablar de un barítono y no deja de pensar en ese niño que soñaba con ser violinista y terminó triunfando con la viola. ¿Qué clase de cantante quería ser de niño?

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“La ópera es un género absolutamente vivo que no interpeló solo a los contemporáneos de Verdi.”

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¡Tenor, por supuesto! [risas]. Cuando empecé, yo cantaba arias de tenor en casa. En el cajón debe haber un cassette donde estoy cantando el aria “Celeste Aida” (de Aida, de Verdi). Luego me vino el cambio de voz y me asusté. Mi papá fue quien me salvó la vida un día en que me puso a cantar un aria de Sarastro, bajo de La flauta mágica (Mozart). Ahí comprobamos que mi registro desde ese momento iría por ahí…

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No me lo puedo imaginar cantando a Sarastro… ¡Ese es un papel para bajo profundo!

De hecho fue el aria que llevé mi primera audición, a los 16, para ingresar a la Ópera de Colombia. Fue en el Camarín del Carmen, presidida por Gloria Zea. Me paro yo a cantar Sarastro, y Gloria dice ahí mismo: “Ah, caramba, ¡un kamikaze!”. Y bueno, al año siguiente debuté en el Teatro Colón como Fiorello y el Capitán, dos papeles pequeños de El barbero de Sevilla. Hoy miro hacia atrás y pienso: “¡Qué irresponsabilidad, yo todo chiquito cantando Sarastro a los 16!”. Ahora me lo llegan a ofrecer, y ni a bala.

Sus padres fueron determinantes en su decisión de dedicarse al canto lírico, ¿no?

Sí. En casa no había músicos profesionales, pero sí un ambiente enormemente propicio, con piano, discos, partituras… Y lo mejor es que nunca tuve lo que podríamos llamar papás-mánager: siempre respetaron mi proceso y mi vida, nunca me pusieron a cantar frente a las visitas, jamás le lagartearon a nadie una audición, siempre hubo un gran respeto.

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