Vía: DW.de | Autora: Corina Kolbe / sh | Editor: Enrique López
No fue fácil para las mujeres compartir su vida con un compositor obstinado como Richard Wagner. Un simposio en Berlín investiga las huellas que dejaron las tres figuras femeninas más importantes en la vida de Wagner.
En el ensayo “Ópera y drama”, Wagner escribió: “La música es una mujer, su organismo es un recipiente más para aguantar que para engendrar; esa fuerza de creación se ubica más allá”. Wagner estaba convencido de que la música sólo podía engendrar una “melodía verdadera y vibrante” si era fecundada por los pensamientos de un poeta.
La vida privada y la vida artística de Wagner siempre estuvieron fuertemente ligadas. Eso ayudaría a explicar porqué la posteridad consideró sacrificadas miembros de la servidumbre tanto a las figuras femeninas sobre el escenario como a las mujeres reales en la vida del compositor. Se supone que ellas ignoraban sus propias necesidades en pro del amor por el maestro; pero los expertos que participan del simposio en la Ópera del Estado de Berlín sostienen que hay otras facetas a considerar en este ámbito.
Minna, la primera mujer
Wagner estuvo casado durante 30 años con Minna Planer. Era oriunda de una región que actualmente linda con la frontera de la República Checa. En su juventud, fue una actriz extremadamente exitosa. Su relación matrimonial con muchos altibajos, estaba agobiada por aventuras amorosas y una pobreza crónica exacerbada por el extravagante estilo de vida de Wagner. Después de contraer matrimonio en Königsberg en 1836, Minna siguió a su marido a Riga, en Letonia. Tres años más tarde, se vieron obligados a huir de los acreedores hacia Londres y París.Minna era vista como una mujer práctica y maternal que tomaba cuidado de Wagner sin alcanzar su calibre intelectual. Sin embargo la periodista Dorothee Riemer hace notar que su relación debe haber sido muy intensa teniendo en cuenta las 400 cartas que se conservan hasta hoy.
Reimer dice que “Wagner posteriormente desdeñó su primer matrimonio tildándolo de locura juvenil, a pesar de haber dicho alguna vez que no podía vivir sin ella. De hecho, con excepción de Parsifal, Wagner preparó todas sus óperas con ella.”
Sin ambargo, Wagner no consideró las necesidades de seguridad material de Minna. Al haber participado políticamente del Levantamiento de Mayo de 1849 en Dresde, el compositor perdió su buena posición como Maestro de Capilla de la Corte de Sajonia y se vio a sí mismo por todas partes en carteles de “buscado”. El matrimonio fue puesto a prueba una vez más en Zúrich, donde ambos obtuvieron asilo político.
Mathilde, la musa
En Mathilde Wesendonck, la esposa de un mecenas muy adinerado, Richard Wagner encontró el alma gemela que inspiró sus obras. Detlef Giese, dramaturgo de la Ópera del Estado de Berlín, sostiene que “la musa de Wagner tuvo una influencia enorme en la creación de ‘El oro del Rin’.” Además hace notar que la gente conoce muy bien la música compuesta sobre cinco de sus poemas, las “Canciones de Mathilde Wesendonck” (“Wesendonck-Lieder”). El compositor dedicó también a Mathilde Wesendonck el Preludio de la ópera “La Valquiria” y la relación triangular entre Minna, Mathilde y Richard fue la inspiración de “Tristán e Isolda”, afirma Giese.
La supuesta relación platónica entre Wagner y la escritora Mathilde Wesendonck, a quien le gustaba tocar el piano, se volvió tan íntima que originó conflictos con los respectivos cónyuges. Después que Minna interceptó una carta muy efusiva dirigida a Mathilda, Wagner huyó a Venecia. A pesar de todo, el esposo de Mathilda, Otto Wesendonck, siguió siendo un fiel mecenas de Wagner, ayudando al compositor en su proyecto de la creación del Teatro de los Festivales en Bayreuth.
Al cortarse las relaciones con Minna y Mathilde, Wagner puso su atención en Cosima von Bülow, hija ilegítima de Franz Liszt y la condesa francesa Marie d’Agoult. Según su biógrafo Oliver Hilmes, Cosima todavía estaba casada con el director de orquesta Hans von Bülow cuando se convirtió en amante y empresaria de Wagner. Por aquél entonces, Wagner estaba en una buena posición recibiendo la ayuda generosa del Rey de Baviera, Ludwig II. Cuando finalmente se casaron en 1870, ya tenían tres hijos: Isolde, Eva y Siegfried. Con ellos Cosima comenzó la dinastía de Bayreuth después de la muerte del compositor.
Cosima, la señora de la Colina Verde
Hilmes describe a la segunda esposa de Wagner como una persona autoritaria y fría, a quien no le importaba reclamar la devolución de manuscritos que Wagner había regalado. Beatrix Borchardt, profesora de la Facultad de Música y Teatro de Hamburgo, compara a Cosima con Clara Schumann: “Ambas de definieron como personas de la vida pública y dejaron bien en claro el impacto que produjeron en la obra de sus maridos.”
Tras la muerte de Wagner en 1883, Cosima asumió el cargo de directora de los Festivales de Bayreuth hasta 1906, convirtiéndolos en un imán para la alta sociedad. Si bien Wagner no dejó instrucciones para el futuro de los Festivales, su viuda transformó el experimento original en toda una institución y dispuso la fundación al culto de Wagner dedicando su vida con devoción a la obra del compositor. Consciente de su poder y autonomía, Cosima no dudó en sacrificar su propia identidad para conservar la memoria del genio creativo de Wagner.