Wolfgang Amadeus Mozart fue un compositor prolífico que revolucionó todos los géneros musicales de su época. Sus más de 600 obras -incluyendo sinfonías, conciertos, óperas y música de cámara- lo situaron como uno de los genios más grandes de la historia. Pero detrás de su música sublime hubo una infancia difícil y una personalidad rebelde.
Mozart nació en Salzburgo en 1756 y muy pronto demostró ser un niño prodigio. Con sólo 5 años componía sus primeras piezas y dominaba varios instrumentos. Su padre, Leopold, decidió explotar el talento precoz de Wolfgang llevándolo de gira por las cortes europeas para exhibirlo como un fenómeno musical.
Estas interminables giras, en las que Leopold educaba y controlaba férreamente a su hijo, distaban mucho de la imagen actual de la infancia de Mozart. Aunque recibió el mecenazgo de reyes y emperatrices, la realidad fue dura: constantes viajes en incómodas diligencias, exhibición como un “mono de feria”, y ausencia de una vida normal.
Ya adulto, Mozart se rebeló contra la autoridad paterna y se distanció de Leopold para llevar una vida independiente. Se instaló en Viena, donde llevó una existencia bohemia y liberal, aficionado al baile, las fiestas, el juego y las bromas. Esta faceta choca con la visión tradicional de Mozart como un compositor serio y conservador.
Así, el genio de la música tuvo una infancia difícil como niño prodigio controlado por su padre, que luego dio paso a una etapa de rebeldía y búsqueda de libertad creativa. Esta complejidad psicológica se refleja en la riqueza emocional de sus mejores composiciones. Mozart murió en 1791 y fue enterrado en una fosa común, pero su legado musical perdura como una cima de la creación humana.