Vía_ El Cultural.es | Por MARTA CABALLERO
El músico de jazz de mayor impacto mediático en los últimos 30 años y uno de los grandes trompetistas de la historia, actúa este sábado en los Veranos de la Villa junto a su Jazz Lincoln Center Orchestra
En la Louisiana negra y jazzera de los primeros sesenta -recuerden, la música campando en cada esquina del que fue uno de los epicentros de la vanguardia sonora del mundo- nació Wynton Marsalis. Era el segundo de seis hijos en una familia de artistas dirigida como maestro de orquesta por su padre, Ellis Marsalis. La primera vez que Wynton acarició una trompeta tenía apenas seis años. Antes de instalarse en la adolescencia, ya había empezado a tocar con la Filarmónica de Nueva Orleans. A la Juilliard School de Nueva York llegó antes de alcanzar la veintena y luego ya su carrera fue imparable. Marsalis es hoy historia viva del jazz y uno de los mejores trompetistas de todos los tiempos, hacedor de una música que hilvana con mágica perfección la esencia de su tierra y de la cultura norteamericana (también están Nashville o Nueva York en sus referencias) con los clásicos, abriendo vasos comunicantes con otros folclores, como el flamenco. No en vano, es el primer músico que mereció dos Grammy en las categorías de jazz y de música clásica (nueve de estos premios relucen en las estanterías de su casa).
Este sábado, el músico de jazz mayor impacto de los últimos 30 años (y uno de los americanos más influyentes según la revista Time) volverá a pasar por España, país al que siempre le gusta regresar, conocido su profundo amor por “su cultura, su gastronomía, su música, su público…”, evoca el artista durante una breve charla con elcultural.es. Lo hará en los Veranos de la Villa, con un concierto en el Teatro Circo Price junto a su mítica Jazz Linconln Center Orchestra. El espectáculo consistirá, empieza contando como si fuera a decidir el repertorio minutos antes de subir al escenario, en un paseo por la historia del jazz: “Será un amplio abanico de canciones históricas, especialmente de los últimos 25 años”. Director de la cátedra de jazz de esa institución cultural estadounidense que es el Lincoln Center de Nueva York, Marsalis no renuncia a su propuesta de unión del jazz con la música clásica que ha defendido durante su carrera, aunque si mira adelante, no es capaz de atisbar hacia qué lado de la balanza se inclinará este género en el futuro: “No creo que el jazz vaya en una dirección determinada, no podemos saberlo. Dependerá de los músicos, de su talento y de su inspiración”, argumenta el ganador del Premio Pulitzer de música por su oratorio Blood on the Fields.
Además de tocar, componer, dirigir y girar durante un más de un tercio del año, Marsalis es profesor. Con la JLCO, que se compone de 15 grandes jazzistas, realiza eventos educativos en Nueva York y en todo el mundo, en salas de conciertos, locales de baile, clubes de jazz, parques públicos, con orquestas sinfónicas… “No se trata de que yo sea capaz de hacer todas estas cosas. Son ellas las que me hacen a mí en realidad“, bromea, y continúa: “En realidad es mucho más sencillo, porque todas son para mí la misma cosa. De otra manera, mi trabajo sería imposible”. En muchas ocasiones ha reconocido el músico su pasión por la enseñanza, práctica que le mantiene alejado del endiosamiento al que tienden algunos intérpretes: “Normalmente un artista está solo, toca con la orquesta pero su papel es individual. Frente a esto, la enseñanza te muestra que hay cosas de ti que puedes compartir con otras personas. Además, te ayuda a respetarte a ti mismo, a mostrar cómo te sientes realmente y te obliga a mantenerte confiado. Te hace ver que no eres la única persona en el mundo, que tienes que cooperar. Gracias a este trabajo mantengo los pies en la tierra y un ojo en los sueños”.
A pesar de la crisis de orquestas y big bands que está viviéndose en Estados Unidos, Marsalis vive con la conciencia tranquila de que la suya sigue haciendo lo que hay que hacer para mantenerse activa en estos días en los que la cultura vale tan poco: “Simplemente nos mantenemos al lado de la gente, seguimos tocando para ellos y así intentamos seguir adelante, esa es la única fórmula. Podemos cambiar el repertorio pero nunca nos alejamos del público. Y, a la vez, intentamos tocar mejor y mejor y mejor cada día”. No sólo eso, la personalidad de Marsalis y la calidad de su orquesta logra que las colaboraciones con sinfónicas de todo el mundo sigan produciéndose, incluyendo la Filarmónica de Nueva York, la Orquesta Nacional Rusa, la Orquesta Filarmónica de Berlín, las Orquestas Sinfónicas de Boston, Chicago y Londres y la Orquesta Esperimentale en São Paulo, entre otras.
Es esta otra muestra de la permeabilidad que caracteriza a Marsalis, un convencido de la integración de las artes, del intercambio musical y un melómano que, junto a clásicos del jazz (“Armstrong, Coltrane, Billie Hollyday, Art Blakey…”, enumera rotundo), escucha todo tipo de música: “Clásica sobre todo, pero también pop”. Y creemos, porque se le escucha mal al otro lado del teléfono, que ha nombrado a Mark Anthony. “Empleo mucho tiempo en conocer nuevos artistas, hay gente joven muy buena. Menos el rap, que sigue sin interesarme en absoluto, casi todo me suscita interés”.
Entre esas otras músicas y artistas de distintos géneros a los que accede, el trompetista destaca siempre el flamenco: “Tengo una gran colección de discos que procuro que vaya creciendo”, presume. Autor de Victoria Suite, dedicada a la capital en el 25 aniversario de su festival de jazz, con colaboraciones de Paco de Lucía y Chano Domínguez, una pieza que combina jazz, blues, música vasca y flamenco, Marsalis insiste en las similitudes entre el folclore de su tierra y el de este país: “Comparten los ciclos, las repeticiones y, sobre todo, la importancia concedida a la improvisación. Además de todo esto, ambas tienen relación con la profundidad del alma y también con la felicidad”, define.
Antes de colgar -la conversación apenas duró 10 minutos- le pedimos que nos diera una definición de lo que el jazz, la música de la que es uno de sus mayores estandartes, es para él. Se tomó unos segundos antes de responder muy lentamente:
– ¿Está ahí, señor Marsalis?
– Aquí estoy. Le diré que el jazz es la expresión máxima de la libertad musical. Y la improvisación que se produce entre los campos del swing y del blues. Eso es. Sin más.