MW | Escrito por Martin Wullich
Al frente de la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino, el director indio encantó al público del Mozarteum Argentino, incluida su presidenta.…
Es abismal la diferencia del sonido, los tempos, las transiciones, las líneas de interpretación, cuando se escucha una excelente orquesta. Si además está dirigida por alguien que literalmente y en el buen sentido la domina, el resultado es apabullante. Así quedó demostrado cabalmente en la presentación de la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino, con Zubin Mehta en el podio, esgrimiendo una batuta de notable precisión e impecable musicalidad. Esto se notó desde el comienzo, en la 8va. Sinfonía de Beethoven, con el carácter impuesto por el compositor alemán en su estupenda línea melódica.
En las Variaciones Concertantes de Alberto Ginastera, Mehta homenajeó sobradamente al Maestro argentino en el centenario de su nacimiento, marcando con deliciosa sutileza los pianissimos de esta deleitable composición con reminiscencias jazzísticas y acentos épicos, probablemente influidos por su amistad con Aaron Copland, en calmos climas de pampas y praderas. Párrafo aparte merece el encantador Tema inicial, donde el violoncelista realizó un magnífico trabajo en subyugante diálogo con el arpa, reiterado luego por un atrapante contrabajo. La Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvorák, pareció redescubierta en la versión de Mehta, como si el compositor checo hubiera encontrado otro mundo aun más nuevo. Los bronces impecables, la percusión precisa, las maderas nobles, y el conjunto de cuerdas vibrando con la esencia requerida, ofrecieron imágenes musicales únicas.
En el momento de los bises, con maravillosa generosidad y reconocimiento, Zubin Mehta agradeció a una dama presente en la sala y recordó el medio siglo pasado con su amistad, su entrega desinteresada y su fervor por la música y sus intérpretes: Jeannette Arata de Erize. Y le dedicó -para beneplácito de un Colón lleno como nunca- un tango, aclarando que era la primera vez que lo hacían. Pocas veces sonó tan exquisitamente sinfónico y con tanta elegancia Por una cabeza, de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. El cierre, a todo trapo, fue con la imponente obertura de I vespri siciliani, de Giuseppe Verdi, con maravillosos contrastes impuestos sabiamente por un Mehta conocedor y exigente. Una vez más, este gran amigo de nuestro país, este coloso internacional, demuestra porqué es quien es.