http://www.libertaddigital.com/DANIEL RODRÍGUEZ HERRERA
Comentaba en una entrevista hace unos años, cuando sólo tenía 78, que cuando estaba preparando El intercambio y Gran Torino le preguntó a su mujer: “Estoy dirigiendo y produciendo dos películas a la vez, actúo en una de ellas y estoy componiendo música para ambas. ¿Por qué demonios hago todo esto?”. La respuesta era sencilla y no pudo evitar reírse al encontrarla: “Porque me gusta”. Porque le gusta dirigir y… sí, componer la música de sus películas.
Es un hecho no suficientemente conocido que el primer amor de Eastwood no fue el cine, la actuación o la dirección, sino la música. En concreto, el jazz. En el instituto se apuntó a clases de teatro, pero lo que le interesaba de verdad era tocar el piano: “Tocaba hasta que le sangraban los dedos”, asegura un amigo suyo de aquella época. Durante aquellos años escuchó en directo a algunos de los grandes de entonces, incluyendo a Charlie Parker, a quien inmortalizaría años más tarde en Bird, la película que le convirtió por fin en un director respetable para la crítica.
A día de hoy, una de las cosas que más lamenta Eastwood es no haber dedicado más tiempo al piano. Y pese a ello ha sido el responsable de las bandas sonoras de varias de sus películas, y de los temas principales de unos cuantos más. Empezó a mostrar su discutible talento como cantante durante los años de Rawhide, la serie de televisión que le daría a conocer al mundo, llegando a grabar el disco Clint Eastwood Sings Cowboy Favorites en 1963. Volvería a cantar años más tarde en la infravalorada La leyenda de la ciudad sin nombre, en la que los defectos de su capacidad vocal quedaron ampliamente eclipsados por la aún más desastrosa voz de Lee Marvin. Y seguiría haciéndolo de vez en cuando, aunque muchos sólo recuerden su voz por la canción de Gran Torino.
En su primera película como director, Escalofrío en la noche, ya dio protagonismo al jazz, especialmente al tema Misty. Y durante años contaría con músicos de jazz para hacer las bandas sonoras de sus filmes, hasta que contactó con el saxofonista y amigo suyo de la mili Lennie Niehaus para El jinete pálido, contando con él de forma casi exclusiva desde entonces. Su trabajo en Bird, película en la que además se encargó de trabajar con Forest Whitaker para asegurarse de que su actuación fuese fiel en el plano musical, valió al músico varios premios gracias a la entonces novedosa técnica de aislar electrónicamente el saxo de Charlie Parker de sus antiguas grabaciones, que luego usaría en grabaciones nuevas acompañado de músicos coetáneos de Parker.
Sin embargo, a partir de Un mundo perfecto, sus colaboraciones empezaron a incluir temas compuestos por el propio Clint, que con frecuencia robaban el protagonismo al resto de la banda sonora. En la película protagonizada por Kevin Costner, el incómodo y a la vez hermoso tema Big Fran’s Baby resumía el carácter del personaje principal, al que vemos comportarse como un amable padre sustituto y como el hombre que acabó en la cárcel al son de esta melodía. Pero sería en la próxima película del director, Sin perdón, donde mostraría todo su talento como compositor autodidacta con el tema principal, Claudia’s Theme, que Eastwood afirmaría fue lo primero que hizo para el film y que refleja perfectamente el tono que adquiriría finalmente la que para muchos sigue siendo su obra maestra.
Esta forma de colaboración duraría una década y nos dejaría perlas como el tema de Los puentes de Madison, tan nostálgico y romántico como la propia película, o el de Poder absoluto. La labor de Niehaus en estas bandas sonoras permite que los temas de Eastwood se luzcan tanto en su versión más desnuda, a piano o guitarra, como interpretados por la orquesta, generalmente en su sección de cuerda. Con Mystic River, la colaboración cambió, pasando Eastwood a ser el compositor de la banda sonora, encargándose Niehaus de la orquestación. Tampoco se notó mucho en los resultados.
Los críticos del Eastwood músico lamentan su falta de registros y los pocos recursos que emplea en sus bandas sonoras, centradas generalmente en un tema o cuando se siente generoso, hasta en tres, que se repiten con pocas variaciones durante toda la película, generalmente de forma minimalista, con frecuencia con un solo instrumento. Y tienen razón. Eastwood no es un profesional de la música, y se nota. Pero lo cierto es que esta forma de encarar las partituras de sus películas funciona bastante bien, y muchos aficionados a la música del cine apreciamos sus temas principales, que con frecuencia resultan mucho más memorables que los de grandísimos profesionales como Alexandre Desplat.
Lo cierto es que Eastwood ya está mayor como para que le importe una higa lo que piensen los críticos de su obra, sea como director o como músico. Desde Invictus ha dejado casi siempre sus bandas sonoras en manos de su hijo Kyle, componiendo algún tema de tanto en tanto. En su última película, El francotirador, ni siquiera hay nadie ya acreditado como autor de la banda sonora, creada principalmente por su editor de sonido Joseph DeBeasi pero con un tema de Eastwood y, sobre todo, uno de Morricone al final, compuesto en 1965 para una película del oeste bastante desconocida y recuperado por el director para saldar una cuenta pendiente con el genio italiano.