Vía: www.dw.com/ Por Richard Fulker (ERC/DZC)
En entrevista exclusiva con DW, el “rey del klezmer”, Giora Feidman, explica su vínculo personal con ese género musical, que tiene sus raíces en la tradición judía askenazí que prosperó en Europa Oriental.
Este sábado (26.3.2016), el clarinetista israelí Giora Feidman cumple 80 años. En entrevista exclusiva con Deutsche Welle, el “rey del klezmer” explica su vínculo personal con ese género musical –que tiene sus raíces en la tradición judía askenazí que prosperó en Europa Oriental– y con el tango que escuchó de niño en su Argentina natal. “Es más que una influencia. Esa música la llevo en la sangre”, adelanta el prolífico músico.
Deutsche Welle: Señor Feidman, sus padres emigraron de Besarabia –lo que hoy llamamos Moldavia– a Argentina. ¿Qué heredó usted de la cultura musical de sus progenitores?
Giora Feidman: La primera música que escuché la oí desde el vientre de mi madre; era la música que mi padre traía de Besarabia. Luego, siendo niño, estuve expuesto al tango. Y más adelante, mi padre hizo conmigo lo que el suyo había hecho con él: me envió a la academia de música. Por eso no me dejo encasillar como exponente del klezmer. Yo también toco piezas de Mozart, Piazzolla o Gershwin y lo que siento es la música.
Usted tocó en la orquesta del Teatro Colón de Buenos Aires y, más tarde, en la Filarmónica de Israel, bajo la batuta de grandes directores como Eugene Ormandy y Zubin Mehta. ¿Cuál de ellos lo marcó más?
Rafael Kubelik y Leonard Bernstein eran increíbles. Pero yo tuve tantas experiencias de primera mano con músicos tan singulares… Los violinistas Yehudi Menuin, David Oistrach y Jascha Heifetz; los pianistas Artur Rubinstein y Peter Serkin; el cellista Pablo Casals… Los dieciocho años que pasé en la Filarmónica de Israel son de un valor tremendo para mí. Sin embargo, recuerdo una anécdota esencial que tuvo lugar mucho antes. Teniendo 19 años, estaba yo sentado con mi padre en el Teatro Colón de Buenos Aires, escuchando la ópera “El caballero de la rosa” de Richard Strauss. Como de la nada, mi padre me miró y me dijo: “¿Sabes qué? Aun si te hicieras millonario, no podrías comprarme un momento como éste”. Es en instantes como ese cuando te percatas de lo que significa la música. “¡Esto es música!”.
En las últimas décadas hemos sido testigos de un renacimiento del klezmer. Se le escucha en todos lados; hay hasta festivales dedicados enteramente a ese género…
Yo acepto que la gente me diga: “Giora, tú eres responsable de ese renacimiento”; pero yo no soy responsable de sus secuelas. La palabra “klezmer” deriva de las voces antiguas “kley” y “zemer”, que pueden traducirse como “instrumento para una canción”. Cada ser humano es un instrumento para una canción. Nosotros usamos nuestros cuerpos para articular ese lenguaje que llamamos música. Cada ser humano es un cantante.
En la escena contemporánea del klezmer algunos asumen un talante tradicionalista. Usted, en cambio, se ha esmerado en combinar el klezmer con el jazz y otros géneros musicales…
Si usted sugiere que el klezmer y el judaísmo son una y la misma cosa, yo tengo que decirle que eso es incorrecto porque todo ser humano es un instrumento para una canción. Pero si usted quiere asociar este género musical con el judaísmo y con su diáspora milenaria, debo decir que los judíos han estado en todas partes del planeta y han absorbido la influencia de los lugares donde han vivido.
Hace algunas décadas, los europeos teníamos acceso a tres o cuatro géneros musicales. Pero ahora hay cuarenta o más categorías diferentes, tan tajantemente definidas como las tribus urbanas que las escuchan…
El rocanrol tiene más de sesenta años, así que ya califica como música clásica que ha influenciado a generaciones. Pero, ¿por qué es tan ruidoso hoy en día? ¡Eso ya no es música! El otro día fui a una boda y lo que los jóvenes estaban escuchando era veneno puro. Las letras eran espantosas también. Ese material es propagado por la televisión, y la televisión en Israel es terrible. Yo le pregunté a un amigo por qué. Él me dijo que los canales de televisión y los patrocinadores de los programas bombardean con sus productos a los consumidores de entre 15 y 21 años. Si les gusta esa música, entonces verán los programas. Así que ahora tenemos una sociedad que vive, básicamente, de los negocios. Debemos tener cuidado de no abusar de la necesidad que nuestra alma tiene de alimento espiritual.
Cuando yo proyecto mi alma, nadie está pensando en mi técnica o en el traje que estoy usando. Después de un concierto, yo no oigo a la gente exclamando: “¡Oh, qué sonido!”. Pero para proyectar mi alma, tengo que sentir lo que siente la audiencia. Y yo no puedo expresar mi voz más profunda de otra manera: el clarinete es el micrófono de mi alma. Sí, yo entiendo que la gente se identifique con un sonido y un estilo particular. Eso está bien, no lo critico. Pero esto es lo que yo soy.