Vía: www.elcorreo.com/ CÉSAR COCA |
Agradecidos con María Elisa Flushing por hacernos llegar este interesante artículo
Algunos grandes relatos giran en torno a una obra clásica y obligan a escucharla para disfrutar aún más con la lectura
No hay lenguaje más abstracto que la música. Es casi imposible explicar con palabras una melodía, unos acordes, una fuga. Y, sin embargo, hay escritores que se han atrevido a utilizar grandes obras clásicas como eje o motivo evocador principal de sus relatos. De alguna forma, obligan a que el lector escuche esa partitura -y si la conoce, le llevan a tenerla en su cabeza- para meterse en el corazón de los personajes y conseguir que el texto cobre una nueva dimensión. No se trata de novelas en las que fugazmente suena una pieza clásica, o en las que los personajes asisten a un concierto. Son narraciones donde el papel de la música es mucho más profundo porque arrastra a los personajes. Un periplo al que el lector puede acompañarlos. Basta con que suene de fondo esa música mientras lee. Estas seis novelas están profundamente relacionadas con una obra musical. Bienvenidos a un viaje en el que literatura y música se hermanan para conseguir cotas muy altas de belleza y emoción.
‘El acoso’ de Alejo Carpentier, y la Sinfonía Heroica de Beethoven
Un joven revolucionario que ha traicionado a los suyos entra en un teatro instantes antes de que empiece el concierto. Lo persiguen sus antiguos compañeros, que también han conseguido acceder a la sala. La novela comienza con el muchacho leyendo en el programa de mano la dedicatoria de la Sinfonía Heroica de Beethoven: “Composta per festeggiare il souvenire d’un grand’uomo…”. Sabe que su vida se prolongará solo durante los tres cuartos de hora largos que dura la partitura. Cuando termine la interpretación, el público deberá abandonar la sala y lo estarán esperando para darle muerte. No tiene escapatoria y mientras escucha esa pieza heroica, majestuosa, con la marcha fúnebre más intensa escrita nunca, va repasando su vida, sus amores, la toma de conciencia política y sus dudas. Alejo Carpentier sabía tocar el piano, era musicólogo, también estudió Arquitectura, aunque no terminó la carrera, pero ha pasado a la Historia por su escritura, de una riqueza inigualable. En este texto, cuya lectura idealmente debería durar los mismos 48-50 minutos de la interpretación de la sinfonía -no parece fácil, salvo para alguien que lea a una velocidad más que notable-, encaja perfectamente relato y música, como en un mecanismo de relojería. Quien conoce la obra de Beethoven (estrenada en 1805), aún mejor si la está escuchando durante la lectura, hallará un placer especial en esta ‘nouvelle’ de Carpentier.
2. ‘Memoria de mis putas tristes’ de Gabriel García Márquez, y la Sonata para violín y piano de Cesar Franck
El protagonista de la novela es un anciano que pide a la veterana dueña de un prostíbulo que le busque una muchachita con la que festejar su 90 cumpleaños. A partir de ahí se forja una historia de amor en la que la música juega un papel esencial. El Nobel colombiano llega a incluir casi medio centenar de referencias musicales en un texto de poco más de cien páginas de letra generosa, pero es la Sonata para violín y piano de Cesar Franck, estrenada en 1886, la que más ‘suena’ a lo largo del libro. Lo hace en un concierto al que el protagonista acude como crítico musical de un diario local. Y tal es su emoción por el amor que está viviendo en un momento en que ya se veía con un pie en la tumba, que incluso equivoca el autor de la pieza al hablar de ella. Más tarde, cuando vuelva a escucharla, sentirá tal emoción que llegará a decir que su felicidad es máxima por haber alcanzado a disfrutar una vez más de esa música. Tan grande que no le importaría morir entonces, con los compases últimos del Allegretto poco mosso con el que se cierra la sonata. García Márquez, gran melómano, hace que Alfred Cortot y Jacques Thibaud viajen hasta el Caribe para interpretar esta sonata, pieza capital de la música de cámara francesa. En esa misma versión pueden escucharla aquí mientras imaginan cómo alguien puede creer que la muerte no importa si llega mientras está sonando esta obra.
‘Una música constante’ de Vikram Seth y el Quinteto op. 104 de Beethoven
Seth escribe una de las historias de amor más hermosas de las últimas décadas, un relato sobre las segundas oportunidades, el fracaso y el miedo al éxito, y convierte en protagonista a un violinista, integrante de un cuarteto, y a una joven pianista, que fue su novia años atrás. Hay mucha música en el libro, pero la partitura que más suena, hasta convertirse en una obsesión para el protagonista, es el Quinteto op. 104 de Beethoven, escrito para una formación de dos violines, dos violas y un violonchelo. Se trata de una transcripción hecha por el propio Beethoven de su Trío para piano op. 1 Nº 3. El protagonista busca aquí y allá el disco con la única grabación de esa pieza y el día que lo encuentra, cuando regresa a su casa eufórico, ve al otro lado de la ventanilla, subida a otro autobús como el suyo, a la novia a la que un día abandonó sin una sola palabra de justificación para abismarse en una década de dudas, rutina y falta de estímulos. La escena está escrita con una sabiduría inmensa y el lector puede imaginarla sin dificultad: la calle londinense de Oxford Street, tarde de lluvia, dos autobuses rojos de dos pisos que se cruzan, una mirada sorprendida… y Beethoven poniendo el fondo a todo ello.
4. ‘Sonata a Kreutzer’ de León Tolstói y la obra del mismo título de Beethoven
Parece que esta novela del gran escritor ruso está inspirada, al menos en su punto de arranque, por los celos que el propio Tolstói sintió de su esposa debido a una relación, no se sabe si solo de admiración artística o hubo algo más, con el compositor Taneyev. Publicada en 1889, cuenta la historia de la pasión que surge entre la mujer del protagonista y un violinista. El hombre, enfurecido por ello, se marcha un tiempo fuera, y cuando regresa sorprende a la mujer al piano tocando junto al violinista la ‘Sonata a Kreutzer’ de Beethoven, que era la obra que ya había oído con anterioridad mientras la ensayaban. La novela termina en tragedia y de ella se desprende un confuso alegato en favor de la abstinencia sexual como vía para un mejor servicio a Dios y los hombres. La sonata de Beethoven que da título al libro es la Nº 9, fue estrenada en 1802 y se trata de una pieza muy exigente para el violinista –mucho menos para el pianista–, con un primer movimiento verdaderamente incendiario. Una música que, Tolstói lo sabía bien, desata pasiones.
5. ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust y la Sonata para violín y piano Nº 1 de Saint-Saëns
En el primer tomo de esa extraordinaria obra, una pequeña frase musical, correspondiente a una sonata de un compositor llamado Vinteuil, sirve para subrayar el arranque de una de las historias de amor más complejas y memorables de la historia de la literatura. No existió un compositor llamado Vinteuil, que es un personaje de ficción dentro de la obra. Pero Proust se basó en una sonata muy célebre, una de las partituras de cámara más importantes de la música francesa de todos los tiempos: la Nº1 para violín y piano de Saint-Saëns, estrenada en 1885. Algunos analistas apuntan que puede tratarse también de la Sonata de Franck (la ya citada a propósito del libro de García Márquez), que es de la misma época. Pero los comentarios posteriores del propio Proust parecen avalar que si bien tomó la obra de Franck como referencia para describir el Septeto de Vinteuil que aparece más tarde en la novela, la frase que inspira ese impulso amoroso está en la partitura de Saint-Saëns, que sin embargo a él no le gustaba demasiado. Esta es la música que suena mientras Swann y Odette se enamoran.
6. ‘El malogrado’ de Thomas Bernhard y las ‘Variaciones Goldberg’ de Bach
El malogrado es la historia de cómo un buen pianista llamado Wertheimer entra un día en el Mozarteum de Salzburgo y escucha a Glenn Gould mientras interpreta el aria de las Variaciones Goldberg de Bach. La impresión es tan fuerte que arruina su futuro porque se da cuenta de que él nunca podrá tocar así. La novela es el juego dialéctico, el diálogo entre Gould, el pianista y el narrador. Entre ellos discuten sobre el genio y el talento, hablan de música y de la vida, de la impotencia artística y de la inspiración. Mientras tanto, asisten a un seminario impartido por el pianista Vladimir Horowitz. Bernhard coloca frente al narrador –que puede ser un personaje inspirado en sí mismo– a un pianista dolorosamente consciente de sus propias limitaciones, que escucha a Gould una y otra vez en sus interpretaciones de Bach, sobre todo esas Variaciones que según la leyenda musical nacieron para combatir el insomnio de Hermann Carl von Keyserlingk y han pasado a la historia con el nombre del clavecinista encargado de interpretarlas. Glenn Gould no se habría reconocido, al menos del todo, en el retrato que un escritor tan duro y hermético como Bernhard hace de él. En parte porque el novelista fabula no poco en torno al personaje.
Esta es la interpretación de Gould de esa aria maravillosa que malogra la carrera de Wertheimer.