Alegría de vivir es lo que necesitamos estos tiempos. También riesgo. Tras un invierno de pesadilla, no se me ocurre mejor idea que entrar en la primavera de este año que ojalá pase pronto de la mano de Claudio Abbado y su Orquesta Mozart. Será dentro del espectacular ciclo de Ibermúsica que contracorriente, contra todos malos augurios y peores tormentas nos ha regalado este año Alfonso Aijón.
A su empeño y a su audacia han respondido los grandes. Y no hay mayor nombre hoy sobre el podio que el de Claudio Abbado (Milán, 1933). El milagro de conservarle en el circuito merece todo reconocimiento. La segunda vida de este músico imponente es incluso mejor, más cercana, más asequible para todos los públicos.
Aunque siempre se preocupó por sacar de los escenarios elitistas a la música clásica. Desde que hacía conciertos con su amigo Maurizio Pollini en fábricas y talleres de la Italia de los sesenta, aunque no cejó en cada una de las grandes instituciones de las que ha sido responsable –desde la Scala, a la Ópera de Viena o la Filarmónica de Berlín- de vivificar con la música de nuestro tiempo los sonidos eternos que exprimía su batuta, Abbado no deja de sorprendernos en su radical compromiso constante con el arte al cabo de la calle y se nos muestra reinventándose a sí mismo, comprometido y genial, cercano y feliz, en la huella que desea dejar para la posteridad.Lo hace en grandes dimensiones y en otras más de andar por casa. El Abbado del siglo XXI –en plena forma después de superar un cáncer de estómago del que fue operado en el año 2000- celebra la música junto al sueño hecho realidad de la Orquesta de Lucerna, una formación integrada por los mejores maestros de Europa, y siembra nuevos fenómenos a escala universal. En esa ambición se enmarca su labor europea, creando las mejores orquestas jóvenes del continente –como la Mahler o la Mozart, junto a la que ahora nos visita- y atento a los talentos del otro lado del Atlántico, involucrado al cien por cien con el proyecto de José Antonio Abreu en Venezuela en el que participa activamente.
La visita a Ibermúsica tiene un aliciente español. La presentación junto al maestro de Lucas Macías (Valverde del Camino, 1978), su oboísta de cabecera, podríamos decir. La carrera de este instrumentista andaluz ha ido de la mano de Abbado. Lo integró en su Orquesta Joven Gustav Mahler, en la selección de champions que hizo para Lucerna y ahora es uno de los solistas jóvenes más consolidados en el panorama internacional.
Parte sin duda de la locura con la que Abbado concibe la música y que definió como reto vital alguna vez cuando hablaba de lo que quería hacer en el Festival de Lucerna. Aparte de disfrutar del placer de compartir música rodeado de los mejores amigos de uno, el maestro añadía: “Nos reunimos para divertirnos, para tocar con compromiso y pasión. Cada uno de nosotros está deseando realizar las mayores locuras y yo les empujo a ello por el bien de la música. Desde volar a caminar sobre el fuego”.
Volar o caminar sobre el fuego… ¿Se puede pedir más al mismo tiempo?