Vía: ABC.es | Escrito por Alberto González Lapuente / Salzburgo
En este gran teatro de ópera que es Salzburgo nada se hace sin intención. Dominador del escenario, el actual director artístico, Alexander Pereira, controla tiempos y situaciones. Deja que el público se siente dispuesto a ver «La Bohème» y, con la orquesta ya en el foso, aparece en el proscenio. Florea el discurso antes de explicar que el tenor Piotr Beczala está sin voz y, tras dejar sonar el inevitable suspiro general de decepción, aún tarda en anunciar la sustitución por Jonas Kaufmann.
La alegría es general, lo sabe, a nadie le importa la hora de espera mientras llega el artista y se prepara para la función. Apagadas las luces, Pereira todavía señalará que sobre el escenario estará el titular, y en un lateral con atril y partitura el sustituto. Se adivina su nerviosismo y la inseguridad ante «Che gelida manina!». Lo mejor queda para la tercera y cuarta escena. Entonces, «La Bohème» se hace grande.
En realidad, con Kaufmann canta el maestro Daniele Gatti que en esta actuación salzburguesa hace una creación. De memoria, con el gesto exacto y marcando minuciosamente, lleva a los cantantes en volandas, recreándose en el tempo, obteniendo de la Filarmónica de Viena un sonido depurado que se mece en pianísimos soberbios. Con razón está a gusto Anna Netrebko que confirma el dominio del papel, que es la gran estrella de la representación y que respira con el maestro. Hay de donde sacar porque el reparto es importante, con un grupo de románticos que incluye a Carlo Colombara, Massimo Cavaletti y Alessio Arduini, y el contrapunto de Nino Machaidze, algo temblona aunque de limpio registro agudo.
Para esta «Bohème» salzburguesa se ha estrenado una nueva producción firmada por el joven Damiano Michieletto. Defensor de que la ópera debe contar el presente, sitúa la escena en la casa de cuatro jóvenes de hoy, sin medios y cuyo fondo es una gigantesca ventana que se abrirá para el relato. El escenario inclinado, la visualidad colorista, con una divertida segunda escena sobre un plano vertical de París del que emergen edificios y la tercera, mejor aún, sobre una carretera nevada, dan a la obra una perspectiva cercana. El éxito ha sido grande. Todo contribuía a ello.