Vía: www.elnuevoherald.com | Por POR SEBASTIAN SPRENG
No sólo es el tenor de esta generación sino uno de los artistas mas completos que han pisado los escenarios en las últimas décadas. Y además como actor, Jonas Kaufmann se equipara al cantante, lo que es mucho decir, paseándose por un repertorio amplísimo que abarca de Wagner y Verdi hasta opereta e incluso canzonetta napolitana. Como no podía ser de otra manera el Lied (canción alemana) lo halla como pez en el agua, ya demostrado en aquel temprano, espléndido álbum de canciones de Richard Strauss (que dicho sea de paso odiaba el registro tenor) y confirmado con La bella molinera y El viaje de invierno, los dos ciclos cumbres de Schubert, así como también en recital. Kaufmann es tanto un Liederista de raza como cantante de ópera que intrépido como ninguno se atreve a las Canciones de Mathilde Wesendonck de Wagner, La canción de la tierra de Mahler en solitario y hasta con las Cuatro últimas cancionesde R. Strauss.
Después del registro del Otello verdiano, el tenor bávaro regresa con un recital en las antípodas, grabado en plena pandemia como para disipar el aire enrarecido, uno íntimo conformado por veintisiete Lieder proponiendo una sucesión de miniaturas líricas que reflejan una elección exquisita. Quizás favoritos personales, es un programa apetitoso donde el cantante se transforma mas que nunca en narrador de historias; en mas de un aspecto semeja un descanso en el camino y posiblemente, un punto de inflexión. Desde todo punto de vista, el emprendimiento semeja a un artista queriendo compartir sus preferencias con su público, loable iniciativa porque gracias a su popularidad motivará al neófito a explorar y descubrir las delicias de la canción de cámara, mas allá del sempiterno Nessun Dorma.
Con todo a favor, paradojicamente Kaufmann suena tentativo en algunas y en otras hasta poco convincente, en instancias la voz emerge opaca, granulada, sin el lustre característico. Mas allá de estos reparos, el tenor se sumerge en el universo liederístico con la familiaridad y consustanciación esperada sin contar con la dicción perfecta y espontaneidad que le caracterizan.
La menos conocida de este grupo de canciones románticas, de amor y abandono, titula el álbum Selige Stunde (Hora dichosa) de Alexander Zemlinsky, uno de los mas logrados de un compacto donde Kaufmann literalmente “susurra”, por momentos en exceso, cada Lied como una confidencia cuando no confesión. Si Adelaide de Beethoven no lo halla en plenitud, Verschwiegene Liebe (Amor callado) de Hugo Wolf y el “Chopinesco” In mir klingt ein Lied (perpetrado sobre el Estudio Op 10/3) logran su cometido asi como un impecable Allerseelen de Strauss. En el popular Annchen von Tharau no borra la memoria de Fritz Wunderlich pero remonta alto con el breve Da unten im Tale de las Canciones Populares Alemanas de Brahms. Las versiones en alemán de clásicos como Te amo de Grieg, Un corazón solitario de Tchaicovsky y Canciones que me enseñó mi madre de Dvorak son vertidas con convicción, aunque sin particular esmero.
Otras menos frecuentadas como Quieto como la noche de Carl Bohm (1844-1920) resultan buenas inclusiones al programa que se inicia e intercala varias de Schubert -una rutinaria Trucha y un notable Der Jungling an der Quelle– y un excelente Mondnacht de Schumann. Las últimas son cuatro bellas despedidas cercanas a su sensibilidad comenzando por la tradicional canción de cuna de Brahms, un inspirado Verborgenheit de Hugo Wolf, la extraordinaria Canción del caminante nocturno donde Kaufmann conmueve aportando un aire tristanesco y para el final Me he apartado del mundo, incomparable Mahler que el tenor hace suyo con desarmante honestidad.
Con el apoyo invalorable de su acompañante habitual, el ilustre Helmut Deutsch al piano, uno de los grandes cantantes del momento comparte sus canciones favoritas, Lieder que a partir de hoy lo serán de quienes quieran conocerlas, lo han sido siempre de los adictos a este género tan íntimo como universal.