Vía: www.valenciaplaza.com | Por CARLOS AIMEUR
Asistimos a los ensayos de la próxima ópera del Palau de les Arts con Davide Livermore y el valenciano Gustavo Gimeno
VALENCIA. La sala Principal del Palau de les Arts está en penumbra, como si fuera una representación convencional. Unos pocos puntos de luz, en el atril del director, en el proscenio, alteran la oscuridad del patio de butacas. Los focos se dirigen sobre el escenario.
—Prevenidos.
Quien habla es Emilio López, el asistente del director artístico del Palau de les Arts, Davide Livermore. El turinés está ultimando la dirección escénica del próximo montaje del coliseo valenciano, una nueva versión de Norma de Vincenzo Bellini que se presentará este domingo. La ópera está coproducida con el Teatro Real de Madrid y la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera. En el atril, el pujante director valenciano Gustavo Gimeno, quien debuta con su primera ópera escenificada en su Valencia natal Sobre el escenario, la gran diva del bel canto Mariella Devia, la prometedora mezzosoprano armenia Varduhi Abrahamyan y el Coro de la Generalitat Valenciana. Esperando entre bambalinas el joven tenor estadounidense Russell Thomas.
—Prevenidos —repite López.
Mariella Devia acaba de cantar la celebérrima aria ‘Casta diva’, para deleite de la veintena de personas presentes en el ensayo. Lo ha hecho sobre lo alto del árbol que preside la escena, al cual accede subiendo una escalera interior. Normalmente los cantantes no suelen interpretar sus partes, sino que se dedican a lo que se denomina como ‘marcar’. “Parece que no sepa marcar”, dice de Devia uno de los presentes en la sala Principal.
En las primeras filas, a la derecha, el director del Coro Francesc Perales y el director de orquesta Jordi Bernàcer. A la izquierda, sola, la subdirectora del Centre Coreogràfic Inmaculada Gil-Lázaro. Por todo el teatro, yendo, viniendo, subiendo y bajando del escenario, Livermore.
El regista turinés es el autor de los más recientes éxitos del teatro de ópera valenciano: La Bohème, de Puccini, y las óperas verdianas Otello y La forza del destino, esta última merecedora del Premio Teatro Lírico Campoamor, y con la que Mehta se despidió del Festival del Mediterrani. “Tenemos un reparto de voces impresionante y no es mi mérito, es de doña Helga Schmidt”, dice Livermore señalando al escenario. “Ella siempre me ha dado la oportunidad de hacer grandes montajes con grandes voces”, comenta antes de levantarse y volverse a ir.
La disposición planteada por Livermore sitúa un gran árbol justo en el centro del escenario. A diferencia de su montaje para La forza del destino, en el que jugó con referentes del siglo XX, Livermore se ha ceñido en esta ocasión más al texto del libreto, si bien con variaciones. Hay romanos, hay galos, hay naturaleza… Una de sus aportaciones viene de la mano de los audiovisuales, que los ha realizado en los días previos la empresa D-WOK (“para mí es una suerte tenerlos cerca”, dice Livermore) y que se proyectarán sobre el fondo del escenario a la manera de decorado.
Es el turno de la cabaletta de ‘Casta diva’, la no menos famosa ‘Ah bello a me ritorna’ . Devia en lo alto del árbol; el Coro debajo, dividido en dos grupos. Los ensayos no siguen el orden cronológico de la ópera. Al igual que pasa en cine, se ajustan a las necesidades logísticas. Por ejemplo, la Orquesta de la Comunidad Valenciana, titular del Palau de les Arts, ya ha ensayado por la mañana. Ahora, por la tarde, es el momento del Coro y los cantantes. Gimeno se encuentra sólo con el pianista repetidor, Stanis Angelov. Aún así, Gimeno se dispone sobre el atril y maneja la batuta como si tuviera a la orquesta delante. En realidad dirige a los cantantes y al pianista, y mientras lo hace relee la ópera mentalmente y crea gestos para dar fuerza a las melodías, a los momentos dramáticos.
Comienza la interpretación. El árbol que preside el centro del escenario se dirige hacia el final del mismo. Los cantantes del coro simulan andar en torno a él. Realmente, el escenario se mueve en círculos y ellos los que hacen es andar siguiendo su ritmo. En el espacio no se mueven. Físicamente sí. Livermore admite que uno de sus objetivos es precisamente este: darle movilidad a la representación. “Es una ópera muy estática”, conviene. “Con esta ópera no te puedes esconder tras efectos especiales. Para mí es muy importante crear acción y no crear problemas, creer en la forma de hacer ópera belliniana. No hay acción. Todo ocurre fuera del escenario o ha ocurrido antes del inicio. Para los cantantes es una ópera de vértigo”.
Devia comienza a bajar de lo alto del árbol, que representa a la madre Naturaleza. Hay un problema. El árbol no gira; o mejor dicho, el suelo no gira. Alguien constata lo obvio en voz alta. Interrumpe a Devia. Gimeno deja de dirigir a los cantantes. El pianista repetidor deja de interpretar la melodía.
—Perdón, Mariella —murmura Emilio—. Gracias —añade.
Gimeno aprovecha el parón para aproximarse a Bernàcer y a Perales. Señala a lo más alto del árbol.
—El otro día me subí ahí arriba y me dio vértigo —bromea.
Segunda oportunidad. El movimiento sale bien. La escena se desarrolla como ambos directores, de escena y musical, quieren. El coro sube el volumen. Perales y Bernàcer se incorporan de sus asientos y dan indicación al coro de que baje el volumen, moviendo su mano de arriba a abajo. El coro sigue cantando. Los dos escuchan y asienten. Así. Perfecto. Devia concluye. Se escuchan aplausos.
Los dos directores dan por buena la prueba. El coro sale de escena. Perales, Bernàcer y Gil-Lázaro se van de la sala Principal. Son en torno a las nueve de la noche. Quedan sólo los tres grandes protagonistas del montaje (Devia, Thomas y Abrahamyan) y los niños que interpretarán a los hijos de Norma.
Hay un breve descanso. Los niños corretean por el patio de butacas. Suben al escenario. Livermore, mientras, da unas últimas indicaciones a su equipo. Se deshace en elogios a la hora de hablar de ellos. La iluminación de Antonio Castro, uno de suscolaboradores más estrechos, el vestuario de Mariana Fracasso y la escenografía del equipo Giò Forma son producto de horas de hablar y hablar, de mirar y remirar bocetos. Aún falta por perfilar los colores de algún vídeo. En pantalla se ve uno verde. Livermore matiza: “No será ese el color final; no es uno de mis colores”, sonríe.
Para el Palau de les Arts la cita de este domingo está marcada en rojo. Es quizá la más importante del año.Norma es el segundo título que el teatro valenciano produce con la ópera de Madrid después del éxito de L’elisir d’amore de Donizetti, que se ha podido ver también en Palermo y la ciudad austriaca de Graz. El montaje de Normasupone, a su vez, la primera colaboración con la compañía de ópera vasca. En el coliseo están convencidos de que después de su presentación en Valencia, su Norma también viajará por todo el mundo. Su alquiler vendrá muy bien para la cuenta de resultados
Hay expectación también por ver a Gimeno, la gran promesa de la música española. Él mismo considera que debutar con Norma es un reto. “Cuando me encontré con Davide [Livermore] me apuntó que quizás sea una de las óperas más difíciles para un director. Basculas entre el acompañamiento de bel canto que cada frase, cada movimiento, una coloratura, un adorno, una respiración, influyen en el tempo, y la tragedia que hay que interpretar. Y después hay otro reto: Esto es anterior al verismo, es de 1831. Estamos hablando de una época totalmente diferente [a la actual] y hacerlo que suene como toca, evitar la influencia de Puccini y Verdi, es muy difícil“.
Livermore usa también la palabra reto para definir a la producción. “Para realizarla bien hay que creer en la potencia del canto, en la capacidad dramática de la voz”, asegura. Y señala a Gimeno. “Debutar con esta ópera es como comenzar a esquiar en una pista negra. Ésta es la clásica ópera en la que una orquesta puede demostrar su amor a la voz. El ejercicio es quitar ego orquestal”, bromea.
El turinés sube de nuevo al escenario y habla en francés con la soprano armenia. Thomas está cerca. Livermore también le habla en francés. Al tenor no parece importarle. Lo entiende o parece entenderle. Después, el turinés se pasa al italiano para comentar un movimiento con Devia. Gimeno, por su parte, habla con el pianista repetidor en inglés. Livermore se gira y habla con su equipo en castellano. Raro es el ensayo en el que no se escuchen hasta cinco idiomas; desde el italiano al inglés, pasando por el valenciano, el francés y el castellano.
En medio de esta Babel, Gimeno se siente en casa. “Estar aquí”, dice señalando al patio de butacas, “es una sensación diferente a otros lugares. Y encima trabajar rodeado de un equipo fantástico es una maravilla”. El maestro valenciano exterioriza su satisfacción. Se le ve risueño aunque ello le obligue a un ritmo de trabajo extenuante. “Me paso todo el día aquí”, comenta con una sonrisa y los ojos cansados. “Entro a las diez de la mañana y salgo a las diez de la noche. Disfruto cada cambio, cada pase, cada ajuste escénico, musical, hablando con los cantantes, con el pianista“; y mientras habla pone la mano sobre la partitura que tiene en su regazo. “Es un buen trabajo hacerlo así y luego presentarlo al público”, añade.
En un momento del ensayo, mientras preparan el dueto de Pollione y Adalgisa, Russell Thomas le consulta una cosa al maestro valenciano. Gimeno sale del atril y sube al escenario. El norteamericano está tumbado en el suelo y a su lado se encuentra sentada Abrahamyan. Gimeno se acuclilla y habla con los dos. La conversación es en inglés.
Comienza a percibirse cansancio. Son ya más de cinco horas seguidas sobre el escenario. Llega ‘Mira o Norma’. Los niños se acercan a Norma, quien los rechaza. Devia y Livermore tienen un debate sobre cómo afrontar la interpretación. Es una discusión típicamente artística. “Una verdadera madre hace esto”, dice Livermore. Devia propone otra cosa.
Queda un último número por fijar, pero Livermore da un pequeño descanso. Los niños se van. Devia se sienta en primera fila en una posición mundana, reclinada, con sus piernas estiradas. Sonríe. Gimeno y Livermore hablan. Comentan cómo ha ido la jornada. “Era un día con mal karma y lo hemos superado”, dice después Livermore a sus colaboradores. “Vamos, valencianos, que podemos”, les anima.
Es el tramo final del ensayo. Los tres protagonistas van a afrontar el terceto ‘Oh, Non Tremare, O Perfido!’. Los cantantes comienzan a interpretarla. Se adelantan. Livemore pide parar. Uno de sus asistentes se acerca al proscenio y marca con una cinta adhesiva blanca los puestos de cada uno durante la interpretación. Livemore es cantante y se nota que su intención es que ellos puedan lucirse. Quiere que estén cerca del público, que éste les pueda ver y sentir ‘el poder dramático de la voz’. Segunda prueba. Los tres cantantes se adelantan. Están cansados. Hasta Devia marca y ya casi no canta.
Son las diez y cuarto de la noche. 15 minutos antes de lo previsto, Livermore da por finalizado el ensayo. El equipo se despide. Livermore habla con Gimeno y quedan para hablar a primera hora del día siguiente. El italiano aún tiene trabajo en el despacho. Sube al mismo tras recorrer el laberinto de pasillos, puertas y ascensores que es el coliseo valenciano, y se prepara un café corto con su Nespresso. Antes de dedicarse al papeleo, llama a Turín, a preguntar por su hijo, al que le han operado de una muela del juicio. Gimeno se va a cenar, un poco antes de lo esperado. “Mañana más”, se despide.
Los alrededores del Palau de les Arts están en silencio. El domingo por la noche, a la misma hora, estará rodeado por el público que habrá asistido al estreno. En ese instante Norma comenzará su vida pública. Cuando baje el telón tras la representación se desvanecerán las docenas de horas que día tras día Livermore y Gimeno le han dedicado a la producción. En ese instante, serán los espectadores los que dicten la última sentencia y certifiquen si el trabajo, el esfuerzo y los desvelos han tenido los frutos deseados. Pero no hay inquietud. Han aprendido a vivir en el filo que separa el éxito del fracaso. “Ésta es una ópera para valientes“, concluye Livemore sonriendo.