El pianista y director orquestal argentino-israelí Daniel Barenboim, figura universal de la música clásica y símbolo de la conciliación política, celebrará hoy jueves sus 70 años con un concierto en Berlín ofrecido por la prestigiosa Filarmónica de la ciudad.
Con una sensibilidad y enfoque que lo convirtieron en el intérprete por excelencia de Richard Wagner, Barenboim apeló a la música del compositor alemán como uno de los estandartes de su predicamento político por el diálogo en Medio Oriente.Argentino de nacimiento, con familia judía de origen ruso, naturalizado israelí y español, y con la ciudadanía palestina, el pianista y director utilizó el lenguaje musical para establecer un código común sin ignorar diferencias, conflictos ni asperezas políticas distantes del hecho artístico.
Barenboim festejará mañana sus 70 años con la Filarmónica de Berlín y un programa que abarbará el “Concierto para piano Nro. 3”, de Ludwing van Beethoven, y el “Primer concierto para piano”, de Piotr Ilich Tchaikovsky.
El argentino también es el director de orquesta del West-East Divan Orchestra, formada con músicos procedentes de Israel, países árabes y España, que se ha convertido acaso en el mayor emblema político del universo musical.
“Lucho contra la ignorancia de los israelíes y de los palestinos”, afirma cuando es interpelado sobre el conflicto en Medio Oriente.
La prédica conciliadora del director no fue recibida siempre con la benevolencia que suele acompañar las buenas intenciones.
El 7 de julio de 2001 dirigió a la orquesta Staatskapelle de Berlín, que interpretó la ópera de Wagner “Tristán e Isolda” en el festival de Israel celebrado en Jerusalén.
La música del alemán estaba ausente de los recintos públicos desde la Segunda Guerra Mundial y, por ese hecho, Barenboim fue tildado de “pronazi” y “fascista”, aunque sea difícil encontrar elementos antisemitas entre las partituras wagnerianas.
Hijo de músicos (su padre Enrique y su madre Aída también fueron pianistas), Barenboim ofreció su primer concierto público a los 7 años, en Buenos Aires.
Inmediatamente fue invitado por el Mozarteum de Salzburgo para continuar sus estudios en esta ciudad, en cuyo reconocido festival triunfó tres años más tarde. Estudió con Nadia Boulanger e Igor Markevitch.
“No conocía a nadie que no hiciera música. Mi percepción de aquellos tiempos era que todo el mundo tocaba el piano”, rememoró.
Con el apoyo de Arthur Rubinstein, el pianista se presentó en los escenarios más exigentes de Londres, París y Nueva York y, en 1966, se incorporó a la English Chamber Orchestra.
Desde entonces fue protagonista del panorama musical de la música clásica al frente de numerosas formaciones: la New Philharmonia Orchestra, la Opera de la Bastilla, el Festival Mozart, la Orquesta Filarmónica de Chicago o la Deutsche Staatsoper de Berlín, con un repertorio amplio que incluye a autores contemporáneos como el polaco Witold Lutoslawski o el francés Pierre Boulez.
“Si dirijo una sinfonía de Anton Bruckner seré, conscientemente o inconscientemente, centroeuropeo. Pero si toco tango al piano, soy argentino”, afirmó sobre sus múltiples pertenencias.
“No soy ni sólo judio, ni argentino ni sólo un músico afincado en Alemania”, se definió. “Una persona moderna se define, sobre todo, por la posibilidad de tener más de una identidad”, aseguró Barenboim, militante pertinaz de esa ambiciosa idea.