Vía: hoy.com.do |
La música de los grandes compositores rusos Dimitri Shostakovich, Sergei Rachmaninoff y Peter I. Tschaikovsky fue interpretada en el segundo concierto de la Temporada Sinfónica, dirigido por el maestro venezolano Gerardo Estrada y en el que participó el pianista también venezolano Alfredo Ovalles.
Asistir a un concierto sinfónico es una fiesta, un regocijo del espíritu para aquellos amantes de la música, y en consonancia con este sentir el programa abrió con la “Obertura festiva” de Shostakovich. Esta vibrante pieza con “vida propia” comienza con una fanfarria llena de júbilo, da la bienvenida; las trompetas sonoras retumban, se alzan jubilosas, se unen otros vientos, luego las cuerdas.
El “tutti” orquestal intenso, a un “tempo” rápido, trasunta el temperamento del director.
El programa continúa con la Rapsodia sobre un tema de Paganini, para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov. La rapsodia, basada en un tema de Paganini –Capricho No. 24– no es un concierto propiamente dicho como género, pero es una de las obras concertantes de mayor relevancia compuestas en el siglo pasado. Estructurada en variaciones libres, estas se suceden y recuerdan los clásicos movimientos.
La introducción crea expectación, aparece el tema de Paganini. El joven pianista Alfredo Ovalles asume a conciencia cada variación, y como un juglar, junto a la orquesta transmite cada momento, recreando esa atmósfera pletórica de emociones que propicia el compositor. En el segundo tema el “Dies Irae” antiguo canto medieval que se vuelve recurrente, el solista muestra emotividad y técnica virtuosa; fusionado a la orquesta en la que domina el fagot, asoma el “fatum”, el destino.
El tema más trascendente de la obra, la famosa variación No. 18 -inversión melódica del tema de Paganini- es interpretada por Alfredo Ovalles con intenso lirismo, la bellísima melodía produce en el espectador –en los más adultos–, momentos de añoranzas, el hermoso tema nos lleva a evocar películas inolvidables como Rapsodia o El Peñón de las ánimas.
La dirección eficiente de Estrada consigue tras cada movimiento, la integración armónica del solista y la orquesta. El piano en solitario, tenue, suave, enfrenta el final, dejando una sensación de quietud y sosiego. Alfredo Ovalles tras los aplausos prolongados del público, retribuyó con un “encoré” verdaderamente novedoso y por demás atractivo.
El director Estrada se convierte en acompañante del pianista y provisto de pequeñas maracas, marca el ritmo delicioso del “joropo” de Moisés Moleiro que interpretado por Alfredo Ovalles, adquiere un encanto particular.
Tras el intermedio, la orquesta interpretó la cuarta Sinfonía, en Fa menor de Tchaikovski, que consta de cuatro movimientos. Impresiona en esta obra la belleza de la melodía y su extraordinaria orquestación. La introducción contiene el germen de la sinfonía, la idea fundamental. El segundo movimiento, “Andantino in modo di canzona” un oboe expresa la melancolía que invade al compositor.
El tercer movimiento no expresa sensaciones, son imágenes caprichosas, fugaces, que se expresan en las cuerdas en “pizzicato” a las que se unen los instrumentos de viento-madera, para terminar suavemente de nuevo, con el pizzicato, dejando una impresión imborrable.
Este movimiento es logrado con preciosismo por nuestra orquesta, debidamente pautado por el director; luego en el final “Allegro con fuoco”, se escucha una canción popular rusa “Hay un árbol alto en mi campo”, vuelve el tema nostálgico del primer tiempo, no obstante la sinfonía concluye con brillantez.
El director Gerardo Estrada logró un buen balance en las intensidades sonoras, obteniendo de la Orquesta momentos verdaderamente luminosos; nos cautivó además su accionar elocuente y su temperamento reflejado en su particular forma de entender cada momento musical.
Conteste con nuestra impresión, el público -puesto de pie- lo ovaciona. El director agradece y sale de escena; llamado por los aplausos aparece de nuevo con una especie de bufanda colocada alrededor del cuello, en cuyos extremos se ve la bandera de su patria, Venezuela, y en un nacionalismo a ultranza que lo enaltece, regala un extra, el más famoso joropo venezolano, considerado el segundo himno nacional, “Alma llanera” del compositor Pedro Elías Gutiérrez, tocado admirablemente por nuestra Orquesta Sinfónica. Un hermoso fin de fiesta.
Saludamos la presencia de estos artistas venezolanos en nuestro país.