Vía: cultura.elpais.com/ JESÚS RUIZ MANTILLA
Agradecidos con María Elisa Flushing por enviarnos tan interesante artículo
Todo el mundo alababa la pasta de Gioacchino Rossini. No digamos los canelones, cuya receta con su apellido —rellenos de foie gras, puro vicio salido de una mente y un estómago epicúreos—, inventó él. Aun así, la gloria le vino gracias a la música. No sólo por el talento en la creación de varios títulos tan endiablados como imperecederos, de El barbero de Sevilla a La italiana en Argel o Guillermo Tell, sino por la invención de todo un estilo: el bel canto,cuyas piruetas vocales le convirtieron en el pujante héroe a imitar por todo el mundo.
Pero el dinero… El dinero le entró, sobre todo, tal y como prueba Juan Hugo Barreiro Lastra, catedrático de Guanajuato (México), en su aún inédita investigación sobre el músico, de prestar sumas a grandes personajes de la época. Entre ellos a Carlos Miguel Fitz-James Stuart, el entonces XIV duque de Alba.
Nada más traspasar la puerta principal del Palacio de Liria en Madrid, sede de la casa de Alba, hay un busto del músico a la derecha. Justo al lado, queda la biblioteca y un poco más al fondo el archivo, donde reposa una carta fechada el 17 de febrero de 1831, en la que el compositor, con tono un tanto distante, reclama una deuda de 16.000 ducados napolitanos —con sus intereses al 8%— que por medio de su esposa, la cantante Isabel de Colbrán, prestaron al entonces duque.
Se dirige al mismo en perfecto español, probablemente por medio de uno de sus secretarios, en la misiva a la que ha tenido acceso EL PAÍS: “V. E no ignora que el 2 de septiembre de 1820, doña Isabel Colbrán, mi esposa, hizo un préstamo a V. E. de 16.000 ducados de Nápoles al interés de aquel reino y en el modo y forma que las leyes de allí previenen. Este capital, fruto de nuestros afanes fue confiado a usted por los seguros bienes y riquezas y por la amistad y afecto particulares que siempre me ha manifestado…”.
Si lo devolvió o no es una de las incógnitas —pocas— que quedan en el aire dentro del descomunal trabajo que Barreiro ha realizado sobre el músico. Estas dan al traste o, mejor, arrojan luz, sobre muchos de los misterios de su vida. El libro, Rossini en los teatros de Madrid, salido de una tesis doctoral leída pero aún no publicada en la Universidad Autónoma, aparecerá en la editorial de dicha institución el próximo otoño, dentro de la colección que coordina Begoña Lolo.
Rey del ‘bel-canto’
Gioacchino Rossininació en Pésaro (Italia) en 1792 y murió en París en 1868. A lo largo de sus 76 años de vida, dedicó 19 a componer óperas.
Desde La cambiale di matrimonio (1810) a Guillermo Tell (1829), compuso títulos fundamentales como El barbero de Sevilla, se convirtió en el rey del género bufo e inventó el belcantismo.
La investigación de Juan Hugo Barreiro, que aparecerá publicada en otoño, aporta una teoría que explica su retirada en plena gloria. Decidió dedicarse a la usura como prestamista, con la que hizo gran fortuna.
Su otra existencia, la del Rossini aparentemente jubilado, ciclotímico, maniacodepresivo, gourmet, vedette lobista de nobles y monarcas absolutos, feroz crítico de sus sucesores, fue objeto de todo tipo de teorías y chismorreos. Sobre todo, desde que muy joven, a los 37 años y después de haber firmado con un éxito descomunal 39 óperas en 19 temporadas, abandonó la composición y se dedicó, según unos a la cocina, según otros, como su seguidor Gaetano Donizetti, directamente a devorar la vida.
Al menos esto es lo que su compadre dentro del género belcantista le esgrimió a un amigo común cuando le preguntó por qué su colega tardaba tanto en acabar las partituras. Creía que era un vago. Al parecer, Rossini se tiraba, incomprensiblemente para la época, un mes a vueltas con las notas, mientras él era capaz de resolver L’elisir d’amore en tan sólo una semana. La pista que ha seguido Barreiro tiene sede en España. Rossini hizo de Madrid una base importante. “Sobre todo en sus conexiones con Alejandro Aguado”, asegura. El prestamista de los desaguisados de Fernando VII fue su mentor en los negocios. “Lo mismo que otros banqueros belgas y franceses”, afirma el estudioso cubano.
El desastroso Borbón, la pesadilla decimonónica, el más siniestro y despótico de la línea dinástica, intervino al parecer en el desencuentro con la casa de Alba a favor del músico. “Medió, pero no sé si con efecto o no”. Carlos Miguel Fitz-James Stuart era un comprador compulsivo, amante de la ópera, el arte y los desparrames en París. También de irse sin pagar la cuenta, según parece. Rossini se lo fue pasando un tiempo más que prudencial. Contrajo su deuda 11 años antes de ser reclamada. Pero se dejó caer por la corte con algunos asuntos más y con hilo directo en palacio, gracias a Aguado.
Su relación con el dinero se encona dentro de sus prioridades como una obsesión enfermiza. Hallaba hueco dentro de una personalidad excesiva y paradójica, marcada por diversos traumas de una infancia donde reinaba la escasez. “Al fin y al cabo, ahorró y acumuló para donar luego toda su fortuna a músicos desahuciados”, comenta Barreiro: “Ese era Rossini, un tipo imprevisible”.
El investigador, como si de un inspector de Hacienda se tratara, ha seguido la pista de sus cuentas desde casi el primer pago que recibió por una obra de cámara hasta los 10.000 francos que se embolsó por su última ópera en París. Así hasta consignar los 2,5 millones de dicha moneda que dejó a su muerte, en 1868.
No fue caprichosa su salida de la capital francesa entonces. También ese detalle resulta novedoso en el libro. “Es Luis Felipe de Orleans quien veta su carrera, por eso, entre otras cosas, busca salidas en Madrid”, asegura Barreiro.El catedrático ha dedicado prácticamente su vida al estudio y la representación de Rossini. No sólo en la investigación. También en los escenarios: ha sido cantante y director, así como descubridor del último fenómeno belcantista mundial, el mexicano Javier Camarena.
Sus conclusiones van a reavivar la perspectiva del músico. Defenestrado, por un lado. Usurero, por otro. “Hizo más fortuna como prestamista que en la ópera”, sostiene. Su tesis: “Que una forzada salida de la que entonces era la sede más glamurosa de Europa, unida a una obsesión sin tregua por el dinero, le obligan a cambiar radicalmente de vida”. Fin del interrogante, pues.
¿También de las especulaciones? Las teorías de Barreiro abren campos insospechados para el debate de una de las figuras más importantes de la historia de la música. Y cierran gran parte del misterio que ha llevado a cientos de estudiosos durante casi dos siglos a preguntarse por qué lo dejó en plena madurez.