Escrito por: Jesús Ruiz Mantilla | El País
Existen personajes a los que uno va conociendo a lo largo de la vida que merecen en su honor el ejercicio del periodismo al revés. Kristian Zimerman es uno de ellos. Pianista atípico, artista obsesivo, imprevisible conversador –si accede a ello-, este intérprete de piano merece una entrada en nuestro concertino por no venir a España.
Hace una semana, sus asistentes enviaban una nota escueta mediante la cual comunicaban que cancelaba todas sus fechas en Europa hasta fin de año. Entre ellas, las reservadas en España durante este mes. Aquel anuncio nos llevó a sus admiradores a sentir nostalgia y un fuerte deseo de volver a disfrutarle pronto sobre nuestros escenarios.Perseguir a Zimerman para una entrevista es uno de los ejercicios más desconcertantes a los que uno puede entregarse. Y entrevistarle, igual. Al artista polaco le gusta citar un domingo a las 9 de la mañana o un día cualquiera, tras su recital, a las 12 de la noche. No tiene horario de oficina y detesta los aeropuertos. Su último altercado en Estados Unidos muy bien podría quedar explicado por los efectos del jet lag. El caso es que ante los atónitos californianos que le seguían en el Walt Disney Hall, se plantó Zimerman en mitad de su actuación para denostar la política estadounidense en Irak con otra advertencia: “Apartad vuestra manos de mi país”.
No demuestra interés en elevarse más allá de la música. Por Europa le resulta más fácil. Si vive en Suiza con su esposa y sus dos hijos, justo en el centro del continente, es porque se siente a media distancia de coche entre todas partes. Y así le resulta más fácil viajar de norte a sur con la carreta para caballos que lleva detrás del coche en la que transporta su piano Steinway especialmente afinado para cada programa.
Maniático de las grabaciones, cuenta con un estudio en su casa donde registra todo. Obliga a sus asistentes a grabar cada recital para comprobar en qué nota ha podido fallar, pero se pone histérico y se marcha si siente que alguien recoge el sonido sin su consentimiento en la sala. Con las entrevistas hace lo mismo. Si al periodista se le olvida la grabadora, él porta una a mano para dejar constancia de lo que se habla. Pero entre toda su parafernalia, sus salidas de tono, su carácter de mil demonios y su radicalidad política, destaca un alma hipersensible a la música, manos de poeta atormentado y perfeccionista al piano, ese instrumento que, dice, sueña con él.
Nostalgia de Zimerman es la que nos entra y recuerdo de sus recitales titánicos, hondos y generosos con sus soberbias versiones de Chopin, Beethoven, Debussy, Bach, Lutoslawsky… Exigente y metódico, fanático del arte, la fotografía, la pesca y las matemáticas, Zimerman vive entre el cielo de sus interpretaciones y el infierno del horror ante la imperfección. Contempla la música como un arma transversal, que lo mismo pueden disfrutar ciudades recónditas como grandes salas de concierto.
Anima a jóvenes intérpretes y ataca los concursos, donde ha renunciado a ser jurado por considerarlos un mal rasero del talento. En este mundo donde impera el marketing y el foco, el ejemplo de Zimerman asombra y envuelve los enigmas paradójicos de las grandes figuras. Cuenta que una vez visitó a Artur Rubinstein cuando este ya era anciano y estaba ciego. Lo encontró feliz. “No sabe lo que uno puede descubrir en el mundo a través del oído”, le comentó su compatriota pianista. Las ventajas de saber aprovechar al máximo las circunstancias le abrieron la mente. Hoy Zimerman anda azorado y esquivo, encerrado en su mundo sin ánimos para tocar. Ojalá podamos ver pronto a través de lo que nos entre por el oído escuchando su poderosa música en el aire.