Vía:www.am.com.mx | Por: ERIKA P. BUCIO
Rolando Villazón es un tenor que come salchichas. Es su único alimento en un día de función, sea en la Ópera de Viena o en La Scala de Milán. Cuando viaja, algo que sucede 200 días al año, nunca falta un libro en su maleta y acaba de terminar el Ulises , de Joyce.
Ha pasado un lustro desde la crisis vocal que lo mantuvo alejado de los escenarios durante un año.
El tenor de 41 años vive un momento dulce. En Viena, acaba de interpretar a Don Ottavio en Don Giovanni , de Mozart; justo antes de Navidad, apareció en el programa televisivo Plaza Sésamo y acaba de lanzar su nuevo disco de arias de Mozart con Deutsche Grammophon —que en México comienza a circular el 11 de febrero.
“Me siento establecido, afortunadamente no tengo que demostrar nada, ya no tengo que ganarme mi lugar, después de estos 16, casi 17 años, he logrado un lugar”, dice vía telefónica desde Viena.
Logró conjurar los malos augurios para la carrera brillante de un tenor intenso y apasionado en el escenario, no pocas veces señalado para ser el sucesor de Plácido Domingo y que deslumbró en el Festival de Salzburgo en 2005 con La Traviata , haciendo pareja con Anna Netrebko.
“Todo el mundo me decía que no volvería a cantar, estar de regreso en los mejores escenarios y pudiendo cantar así como estoy cantando y, yo diría, con una técnica más depurada que antes es un momento de mucha satisfacción”, comenta.
El punto de quiebre ocurrió en enero de 2009, mientras interpretaba a Edgardo en Lucía de Lammermoor , de Donizettim en el Metropolitan Opera House.
El crítico Anthony Tommasini del periódico The New York Times , escribió que Peter Gelb, gerente general del teatro, anunció antes del acto final que Villazón había cantado a pesar de estar enfermo y que terminaría la función, pero pidió la comprensión del público. Durante su actuación, su voz se había quebrado en varias notas altas.
En la escena de la boda, el tenor convirtió una nota aguda fallida en un golpe dramático.
“Villazón, un actor convincente, abandonó la nota con la que estaba batallando, lanzó una mirada amenazadora a (Anna) Netrebko en silencio, carraspeó, luego la cantó de nuevo, esta vez con vehemencia”, relató Tommasini.
Sus problemas vocales habían forzado al tenor a cancelar funciones a finales de 2007 y principios de 2008.
El cantante se hizo ver por no menos de una docena de doctores antes de que uno diera en el clavo: un quiste congénito en una cuerda vocal que era necesario remover con cirugía. El diagnóstico fue un alivio para Villazón.
Pasó un año en rehabilitación, dedicado a la familia, a leer sobre filosofía y la historia de los payasos. En su juventud, trabajó como payaso en fiestas infantiles. Incluso, aún se pone la nariz roja cuando visita a niños en los hospitales europeos como embajador de la organización Narices Rojas.
Retomó la actividad operística en marzo de 2010 con El elíxir de amor , de Donizetti, en Viena. Volvió a Londres, París, Salzburgo, Viena, Nueva York… Debutó como director de escena con Werther en la Ópera de Lyon. En 2015, ya está comprometido para dirigir tres títulos.
Ignora si ahora se cuida más que otros colegas, pero sí toma sus precauciones: evita el reflujo, vigila su alimentación. Las salchichas hervidas han probado ser un alimento seguro para salir a cantar. Tiene unas ligeras alergias al trigo y al arroz; nada grave, pero lo suficiente para provocar flemas.
“La vida sigue adelante. Sobre todo, no quiero ser esclavo de mi instrumento”.
Cuando se le plantea que desde la crisis de salud cada cancelación suya es motivo de preocupación, Villazón ataja: ha cancelado muy poco en estos cinco años e, incluso, a veces, se avienta a cantar con gripe.
Ha dejado atrás el ritmo frenético de la juventud, una estación por la que todo cantante ha de pasar al comienzo de su carrera. Villazón discrepa del consejo de los veteranos hacia los jóvenes de saber decir “no”, le parece que puede ser contraproducente, sobre todo en un mundo como el de la ópera, donde los compromisos se cierran con años de anticipación.
“A veces la espera es de otros cinco años y se van los trenes”.
Su consejo, en cambio, es estar preparado para saber decir “sí”.
“Saber tomar al toro por los cuernos. Un artista que no toma riesgos no es muy interesante desde mi punto de vista”.
No es que ahora tenga menos compromisos, basta con revisar su agenda, pero Villazón cree que se ha vuelto más eficiente con su tiempo.
Ahora intenta pasar más tiempo en París, con su esposa y sus dos hijos. Ríe cuando se le pregunta si cuando está en casa lleva la vida de un hombre cualquiera.
“No sé que hace un hombre normal”, dice el cantante, que adora a Brahms y si se quiere regalar un rato de felicidad escucha a Silvio Rodríguez.
Su esperado regreso al Palacio de Bellas Artes, una invitación que le han extendido los sucesivos directores de ópera del recinto, es una cuenta pendiente.
“El problema es mi calendario y la distancia”, responde. “Trato de ser muy cuidadoso de permanecer el mayor tiempo posible cerca de la familia”.
Su agenda de 2014 rebosa de Mozart, cuyas óperas ha ido agregando a su repertorio.
Tuvo su primer acercamiento al compositor en el Conservatorio Nacional. Hacía falta un tenor para cantar en Il re Pastore y su maestro Enrique Jasso le pidió hacerlo. Lo suyo era el repertorio belcantista. Entendió que Mozart no era un compositor para aprender a cantar.
“A Mozart hay que llegar con una técnica consolidada”.
La Scala de Milán lo espera el 25 de mayo para un recital con Daniel Barenboim al piano con las arias de concierto; juntos planean hacer Cosi fan Tutte en junio próximo.
Fue Barenboim quien un día le explicó, durante una comida de amigos, para qué le serviría la fama: para tener libertad artística.
“Gracias a mi fama vendo discos y lleno teatros, y puedo seguir haciendo conciertos. Puedo decidir qué es lo que hago”.
Aunque su fama como cantante parece no haber impresionado a los editores en México, que no se han interesado por publicar aquí su novela, Malabares , sobre el circo y los payasos. Se lo advirtió su agente literario: sería difícil que lo tomaran en serio como escritor.
Pero él no tira la toalla. Escribe a mano, no tiene ni correo electrónico. Lleva avanzada una segunda novela que planea terminar en estos meses, aún sin título, y que cuando esté lista enviará al escritor Jorge Volpi, el primer lector de Malabares .
Después de media hora de conversación, Villazón debe irse. Se lo recuerda su agente del otro lado del teléfono. El tenor está de regreso.