Por Mariantonia Palacios | Publicado en “El Desafío de la Historia” Nº 41, Año 6, pp.24-25.
Joseph de los Ángeles del Carmen Lamas (1775-1814) es uno de los compositores coloniales venezolanos que goza de mayor celebridad en nuestros días. Además de que la Escuela de Música más antigua del país lleva su nombre, una de sus obras, el Popule Meus, es interpretada durante la Semana Santa en todos los rincones de Venezuela.
Contradictoriamente, Lamas siempre se mantuvo ajeno a la fama y la gloria durante su vida. Su existencia transcurrió entre la intimidad del hogar y la capilla musical de la Catedral de Caracas, institución a la que ingresó a los catorce años como integrante del coro. Allí permaneció hasta su muerte, inmutable frente a lo que ocurría a su alrededor. Se dedicó a tocar el bajón, el violín, y tal vez el órgano y el oboe, a cantar, y a componer música para los servicios religiosos.
Extremadamente humilde y retraído, Lamas tuvo una vida apacible y tranquila de la que se tienen muy pocas noticias. Murió a los 39 años en la más absoluta pobreza. “Fue su entierro todo de limosna”, reza su partida de defunción, y no dejó testamento “por no tener bienes”. Fue sepultado en el cuarto tramo de la Iglesia de San Pablo el 10 de diciembre de 1814.
Este templo fue demolido por Antonio Guzmán Blanco en 1876 para construir el Teatro Municipal. Las investigaciones realizadas por el historiador Manuel Landaeta Rosales permitieron ubicar el cuarto tramo donde fue sepultado Lamas. Estaría situado en una franja de terreno “entre la baranda de la calle hacia el oriente y los muros orientales del teatro Municipal”. En ese espacio se plantó un pequeño jardín donde floreció por mucho tiempo un rosal que fue bautizado como “el rosal de Lamas”. Incluso llegó a considerarse la posibilidad de levantar allí un monumento que honrara la memoria del compositor.
Cuando en 1948 se ensancharon las calles aledañas al teatro, se excavó el jardín donde estaba el rosal y se encontró una lápida partida con las letras LAM. El hallazgo interesó a Mauro Páez Pumar, quien, tras algunas investigaciones, sugirió que la lápida y los restos hallados correspondían al compositor. El Consejo Municipal designó entonces una comisión para encargarse del asunto. Sin embargo, cuatro meses después, una noticia aparecida en el diario “Últimas Noticias” da cuenta de que los despojos encontrados habían sido dejados “dentro de un viejo, destartalado y polvoriento cajón… en un rincón de la barraca situada al lado izquierdo del teatro Municipal donde los obreros que reparaban el Coliseo guardan sus herramientas y materiales”.
Allí, en ese cajón, quedaron olvidados los restos de José Ángel Lamas, el compositor colonial venezolano que es recordado por la feligresía cada vez que se interpreta su Popule Meus durante la Semana Mayor.