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Por allí por los inicios de los 80, en una calle empinada del pueblo de La Puerta, en Trujillo, había una casa blanca, de dos pisos, con un patio tan grande que ocupaba la cuadra entera, lleno flores y matas de icacos, por el que un riachuelo serpenteaba alegremente.
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Por Adela Barreto
Clavecinista de la Orquesta Barroca Simón Bolívar y miembro del Ensamble Zarabanda
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En el fondo del patio había una sala en la que ensayaban la orquesta y el coro. Yo iba, junto a mis hermanos, todos los sábados. Lo más chévere era encontrarse con los compañeros de la orquesta, que venían de varios pueblitos y páramos de los alrededores. En el largo muro junto a la entrada, se leía “Escuela de Música Adela de Burelli. Orquesta Nacional Juvenil, Módulo La Puerta”.
Primero recibía mi clase de violín. Después de almorzar, teníamos talleres de cuerdas y ensayo de la orquesta. Todo bajo la eficiente coordinación de Doña Elsa de Cabrita, siempre risueña y siempre con sendas manchas de rímel bajo sus ojos, porque se emocionaba a diario cada vez que escuchaba a los muchachos cantar o tocar.
Allí, en ese bucólico lugar, conocí a José Antonio Abreu. Como introducción a un concierto de los Niños Cantores de Valle del Momboy, pronunció un discurso tan emocionante, que tuve que esconderme tras una columna para que nadie me viera con los cachetes rojos y los ojos aguados. No recuerdo con exactitud sus palabras. Pero puedo sentir aun el entusiasmo avasallante con el que convenció a todos los presentes de la grandeza de lo que allí, en ese pequeño pueblo andino, estaba sucediendo. De lo importante que era formarse para cantar, para tocar, de aprender a hacerlo junto a los demás, de dedicar la vida a un ideal de belleza. Creía, y todos con él, que el arte era capaz de hacer de este mundo un mejor lugar. Era un hombre de fe y esa fe movió fuerzas políticas y económicas que hicieron realidad El Sistema de Orquestas, del cual los venezolanos estamos tan orgullosos, porque es la mejor y más reconocida carta de presentación del país.
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Creía, y todos con él, que el arte era capaz de hacer de este mundo un mejor lugar. Era un hombre de fe y esa fe movió fuerzas políticas y económicas que hicieron realidad El Sistema de Orquestas, del cual los venezolanos estamos tan orgullosos
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Muchos lo criticaron y lo siguen criticando. Como es natural que suceda con personajes que hacen tanto, que se exponen tanto, que arriesgan todo. Se preguntan porqué la Venezuela de Abreu está en la situación en que está, si la música podía convertir al hombre para el bien, lo enseñaba a vivir en sociedad, lo impulsaba a la paz, al respeto y la disciplina. Así de grande es su obra, que incluso los escépticos la consideran capaz de transformar el destino de una nación. En su incredulidad, en el fondo, creen tanto. El proyecto de Abreu si tiene ese poder y los resultados son más que evidentes. Igual sucedió cuando murió Bolívar, en el exilio, cuando parecía que su gesta había fracasado. La obra de Abreu cambió el destino de miles de personas. Incluyendo el mío, el de mi esposo y el de nuestro hijo mayor. El nuestro no es un caso excepcional: como nosotros hay miles de familias más. Dedicarse a la música no estaba entre los cánones familiares, en cambio hacer una carrera “tradicional” en la universidad si lo era. De manera que me gradué de abogado, trabajé en la recién creada Dirección Nacional del Derecho de Autor e hice una maestría en Propiedad Intelectual en la fría Inglaterra. Esa área del Derecho era la que me permitía estar más cerca del arte, porque nunca dejé de extrañar la música. Así que mi violín vino conmigo a Inglaterra y su música me consolaba en medio del invierno eterno, del viento gélido y los días grises. Allí tomé la decisión de rechazar una beca para el doctorado y regresar a ese camino del que Abreu habló con tanta vehemencia y pasión aquella mañana perfumada por el aroma de flores e icacos. Mi sueño era volver a El Sistema. Me inscribí en el curso de clavecín “de extensión” en lo que entonces era Unearte.
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Así de grande es su obra, que incluso los escépticos la consideran capaz de transformar el destino de una nación.
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Pero Abreu creyó en mí y eso bastó para que yo también lo hiciera.
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Un buen día recibí una llamada del Maestro: “te invitamos a tocar el clavecín en la Orquesta Jóvenes Arcos de Venezuela”. Me había escuchado una sola vez, en un pequeño recital en la sala del Museo Teresa Carreño. Estaba dando apenas mis primeros pasos en el arte del Bajo Continuo. Pero Abreu creyó en mí y eso bastó para que yo también lo hiciera. Me formé a través del método Abreu, que, en pocas palabras, consiste en aprender a tocar tocando, desde el atril en la orquesta, afrontando desde el inicio el repertorio de los más grandes compositores. Así fue como, en una orquesta de jóvenes tan entusiasmado como yo, tocando todo el L’estro armonico de Vivaldi, los Concerti Grossi de Händel y Corelli, más los Conciertos Brandeburgueses de Bach, entre otras obras, aprendí a hacer el continuo y a tocar junto con los demás. Esa fue mi escuela y ese constituye mi bagaje musical más precioso, que luego pude acrecentar en otras orquestas y agrupaciones de El Sistema y que tuvo su broche de oro con la Orquesta Barroca Simón Bolívar, una de las pocas orquestas estables del mundo dedicadas a ese repertorio y que lo interpreta a los más altos niveles, como ha demostrado en sus conciertos dentro y fuera del país.
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Así de grande es su obra, que incluso los escépticos la consideran capaz de transformar el destino de una nación.
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José Antonio pudo haber hecho una exitosa carrera personal como solista o director de orquesta. Su talento y tenacidad lo habrían llevado a triunfar en los mejores escenarios internacionales. Pero dejar de tocar – y luego incluso de dirigir – fue el sacrificio que decidió hacer para dedicarse a la gerencia de El Sistema, institución que no hizo otra cosa que crecer y lograr cosas maravillosas a lo largo de casi 40 años. Sin embargo, José Antonio, en su capacidad infinita de trabajo, no descuidó la parte musical por dedicarse a la burocrática. Entre otras cosas, se aparecía con frecuencia en los ensayos de las diversas agrupaciones de El Sistema. Cada vez que lo hacía, una especie de nerviosismo y alegría emocionante se expandía por entre las filas de la orquesta. Nerviosismo por querer hacerlo bien, por no equivocarse. Alegría por la presencia protectora de un padre, que siempre traía buenas noticias, que siempre se dirigía a los músicos para anunciar proyectos: seminarios, visitas de famosos maestros, solistas y directores; giras, construcción de nuevas sedes. Son muchas las sedes de El Sistema a lo largo y ancho del país. La más grande y moderna de todas está, como todos los venezolanos sabemos, en pleno corazón de Caracas, en Quebrada Honda. Caracas tiene, gracias a Abreu, un edificio con salas de conciertos, de ensayo, de clases, de grabación, de edición, de reproducción y de todo lo que las orquestas y coros puedan necesitar, dotados de los más sofisticados y modernos equipos, a la altura del primer mundo. En cuanto a la música, Venezuela es un país del primer mundo. Sus músicos son respetados en todas partes, sus orquestas, aplaudidas en los mejores teatros del mundo. Si algo bueno se sabe de Venezuela, además de su clima benévolo y vegetación exuberante, es que tiene un Sistema excelente (quizás el mejor) de formación de músicos, orquestas y coros.
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Las múltiples ocupaciones de José Antonio nunca lo hicieron perder el contacto directo con los miembros del Sistema. Respondía las llamadas, todas. Recibía las visitas, escuchaba las preocupaciones de todos, las atendía y ayudaba. Por muchos años, los músicos y el personal de El Sistema, contaron con condiciones laborales de primer orden.
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Cuentan que Abreu, para lograr hablar con algún ministro o funcionario público, llegaba a pasar el día sentado frente a una oficina, sin ausentarse ni para ir a comer. Si ese día no lo atendían, al siguiente volvía. Hasta lograr entrar, que era ya garantía de que lograría convencer a ese funcionario de crear una partida presupuestaria para financiar un proyecto. Sin importar a cuál partido político perteneciera. Eso era circunstancial. La doctrina de Abreu es que el Estado está obligado a invertir en la cultura y garantizar la mejor educación musical a niños y jóvenes, proveyendo de todo lo que sea necesario: profesores, instrumentos, accesorios, partituras, atriles, salas de ensayo. Su postulado es que todos tenemos derecho a recibir la mejor educación musical. Que la pobreza no podía impedir que un niño aprendiera a tocar un instrumento.
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Su postulado es que todos tenemos derecho a recibir la mejor educación musical. Que la pobreza no podía impedir que un niño aprendiera a tocar un instrumento.
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José Antonio convenció a todos los que tenía que convencer de esos argumentos. Nadie, ni el más insensible, ni la cabeza más dura, lograba resistirse a su retórica perfecta y apasionada. El Maestro logró su objetivo, hizo un milagro (o muchos). Venezuela sigue siendo un país – quizás el único en el mundo – en el que cualquier niño puede estudiar música, aunque su familia sea muy pobre. Cuando en casa se decidió que Eloy, nuestro hijo mayor, estudiaría violonchelo, fuimos al Núcleo de El Sistema en Chapellín. Por la estrecha Calle Real del Barrio 9, bajamos hasta llegar a la sede del Núcleo, que daba vida al barrio con el estruendo de los metales y la percusión. “¿Quieres tocar violonchelo?” – Le preguntaron. Como dijo que sí, le dieron inmediatamente el instrumento. Nuevo, de buena calidad, con su estuche y su arco. Ven a partir del lunes, éste es el horario, tu profesora será Berenice Martínez. No hay que pagar nada. Y así fue como mi hijo mayor, hoy un violonchelista de 17 años, comenzó su formación instrumental y orquestal. La música lo hace feliz y lo lleva por buenos senderos, llenos de experiencias hermosas y enriquecedoras.
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El Maestro logró su objetivo, hizo un milagro (o muchos). Venezuela sigue siendo un país – quizás el único en el mundo – en el que cualquier niño puede estudiar música, aunque su familia sea muy pobre.
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Sobre Abreu se puede decir tanto. Miles de personas tienen miles de anécdotas que contar, seguramente más interesantes y apasionantes que las que cuento aquí.
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Hay historias trágicas, vidas de niños marcadas por la violencia, por la pobreza, por un accidente, por el desamor; vidas que encontraron una senda digna por la cual transitar a través de la música, en la que encontraron consuelo, alivio, felicidad y prosperidad.
Son incontables los discursos y frases geniales de Abreu, que alguien seguramente estará recopilando para publicar, al menos los que quedaron registrados. Porque Abreu no era de los que leía lo que hablaba en público. Era un orador genial. Se pueden escribir muchos libros y hacer unas cuantas películas o documentales sobre José Antonio. Ya los hay sobre El Sistema, que para él, era lo que importaba. No le gustaba hablar de él. Obviamente no porque tuviera baja autoestima, sino por humildad. Lo grande era el Sistema, sus integrantes. Fue lo primero que me dijo cuando lo visité en la pequeña oficina de un sótano en Parque Central, para decirle que quería escribir un libro sobre sus ancestros. La historia me atrapó desde que leí que sus abuelos maternos habían emigrado de Italia a Venezuela a finales del Siglo XIX para establecerse en el pueblo cafetalero de Monte Carmelo, en Trujillo. Prefería que no se hablara de él, sino más bien de las orquestas, de los conciertos, de los músicos. Pero finalmente accedió, consciente que el origen de El Sistema está en esa historia, que espero terminar y publicar muy pronto, como un pequeño aporte al conocimiento de esta figura tan importante para los venezolanos y para todo el que tenga una fibra sensible a la música, al arte, a la juventud, a la justicia, a la paz.
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José Antonio, que trabajó mucho y durmió poco durante toda su vida, siempre decía a los que se dejaban abatir por el cansancio en los largos ensayos: “Para el descanso, el descanso eterno”. Descanse en paz, Maestro. Su obra brillará por siempre. ¡Que viva Abreu, que viva El Sistema, que viva la Música!.
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