Publicado por Álvaro Guibert, elcultural.es
El Digital Concert Hall es como el Orbyt de la Filarmónica de Berlín. Puedes ver en directo la temporada de Simon Rattle y los berlineses desde casa, en pijama, como leo yo el periódico al desayunar. Orbyt, no sé, creo que no, pero el DCH pierde dinero, según mis espías paraguayos, porque a la gente le cuesta suscribirse a lo que sea. Ellos siguen adelante, sin embargo, porque el futuro está ahí… probablemente. Han renovado la plataforma, que ya de por sí era buena. Emiten en multistreaming y graban en la Philharmonie con ocho cámaras robotizadas, lujo de iluminación y fantástica toma de sonido. Aparte del directo, tienen un archivo notable. Ahora que Herbert von Karajan está de actualidad, a los 25 años de su muerte, han dispuesto un “especial Karajan” que trae, entre otras cosas, las filmaciones de las nueve sinfonías de Beethoven y las cuatro de Brahms que don Herbert hizo para Unitel.
Karajan era el rey del mambo cuando yo nací a la música, en los primeros setenta. Reinaban él y “el sello amarillo”, Deutsche Grammophone. Sus versiones nos parecían “las” versiones y el sonido Karajan nos parecía el súmmum: potente, hipernítido, de exactitud cuasifascista, como él. Según sus críticos —que entonces eran poquísimos— andaba escaso de gracia.
Se le ha llamado director dictador por su estilo de mando (que encantaba, tanto en Berlín como en el Festival de Salzburgo), pero yo lo veo más bien, por su concepción del arte musical, como un director totalitario, que no es lo mismo. En los títulos de crédito de las filmaciones, que él controlaba en todos sus detalles, se firmaba como Gesamenleitung, Director Total. Además de oírlo, a Karajan hay que verlo, porque sus gestos, su mise en scène, ayudan a explicar por qué suena como suena. El plano tipo nos lo muestra en claroscuro, con más contraluz que luz directa, dirigiendo hacia dentro: los ojos cerrados siempre, incluso al dar las entradas, es decir, dirigiendo con los oídos. El mensaje explícito a los músicos es: “No os veo, porque estoy concentrado en vuestro sonido y en Beethoven; no necesito miraros, porque sois muy buenos y sabréis entrar cada cual cuando os toque; pero os oigo a todos, a los ochenta, uno a uno y en conjunto, y no se me escapa ni un detalle; sabéis de sobra como quiero que suene cada nota; más os vale que me guste lo que oigo. Mensaje implícito: “No os miro porque, en lo que a mí respecta, no sois personas, sois sonidos”. El mensaje al público es: “Esto que oís lo toco yo, sale todo ello de mis adentros;aquí estamos únicamente Beethoven y yo; estos ochenta señores de la orquesta (todos varones, sin excepción) son en realidad teclas de un piano fantástico que yo hago sonar a voluntad. Sin necesidad de mirarlos, extraigo de ellos un sonido perfecto”.
Ved estos cajones-grada en los que encajonó Karajan a sus filarmónicos, los mejores músicos del planeta, para grabar la Tercera y la Séptima de Beethoven. (Lectura inevitable de este plano: los músicos, en el tendido, cual espectadores; en la arena, donde confluyen todas las líneas, yo). Contad músicos: ¡cinco flautas, ochenta profesores para la “Heroica”! Hoy, Gordan Nikolic la toca con treinta amigos, como se estrenó, y sin director. Hay otra explicación para esta escenografía.Karajan odiaba los atriles. Les pasa lo mismo a todos los realizadores de televisión que hacen conciertos, y con razón: los atriles son una pesadez y lo tapan todo. Solución Karajan: subo diez metros a los músicos de manera que, para ver al director tengan que mirar hacia abajo, lo que me permite bajar muchísimo los atriles. Resultado: planos como éste, que muestra a treinta violinistas casi de cuerpo entero. De los atriles, aunque están, ni rastro.
Karajan era un director total de concepción masculina, sintética, preocupada por la reunión perfecta de los sonidos. Lo digo porque existió también el director total analítico, femenino, más preocupado de los sonidos en sí que de su perfecta reunión. Era igual de mandón que el otro, o más, pero mandaba con la mirada y, en lugar de subrayar la solidez del discurso, lo detenía para tener tiempo de destripar la sensualidad de cada nota y cada acorde. Así era el gran Sergiu Celibidache, el gitano, el archienemigo de Karajan. ¡Vaya dos! ¡Y qué tiempos aquellos, cuando la música nos venía dada, nos era revelada, por uno u otro semidiós! Espero que tarden en volver.