Su autor, este sordo de carácter terrible, que apoyaba la oreja sobre la tapa del piano para sentir la vibración mientras sus dedos recorrían las teclas, fue fundamental para quitarle el corsé a la música que luego, tristemente, ha vuelto a ponerle la infinita mediocridad de muchos de los que hoy brillan en los ojos de las masas y mañana serán sepultados unos sobre otros en montañas de olvido, como es apropiado e indispensable. Pero no Beethoven ni sus sonatas, conciertos y sinfonías, especialmente la Novena, sin exageraciones, quizá la hora y pico de puro gozo mejor aprovechada de la vida musical de una persona.