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Con el fin de acompañar a los niños que en los años venideros iban a deleitar al mundo con sus obras, Giuseppe Verdi asomó su pequeña humanidad en Roncale, Italia, el año 1813. Entre sus futuros colegas se contaban Mendelssohn, de cuatro años; Chopin y Schumann, ambos de tres; y Franz Liszt, de tan solo dos años.
Vía: labellezadeescuchar.blogspot.com
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Pero Giuseppe no va a ser pianista sino compositor de óperas.
Desde la humilde aldea de Roncale, donde sus padres manejaban una pequeña posada y una tienda de comestibles, llegó a Milán en 1832 para proseguir sus estudios mediante una beca conseguida por intermedio de un comerciante mayorista que abastecía al modesto negocio de la familia. Sin embargo, el futuro compositor resultó rechazado en el Conservatorio y debió acudir a la enseñanza privada. Aún así, la estancia en Milán constituirá una experiencia capital en su vida pues es allí donde descubre el mundo del teatro y con ello su verdadera vocación.
El comerciante mayorista Antonio Barezzi había sido uno de los primeros en advertir el talento artístico del pequeño Giuseppe porque, además de comerciante, ejercía el cargo de presidente de la Sociedad Filarmónica de la cercana localidad de Busseto. Antonio tenía cuatro hijas. La mayorcita, de nombre Margherita, no tardó en llamar la atención de Giuseppe y en 1836 lo aceptó como esposo, luego que el compositor consiguiera los puestos de organista y profesor de la escuela de música de Busseto, a su regreso de Milán.
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Pero la vida de ambos constituyó una sola y gran desgracia por el corto tiempo en que se sucedieron la muerte de su primer hijo, luego del segundo y finalmente, en 1840, de la propia Margherita, a sus 26 años.
Por ello, talvez, la primera gran obra maestra de Giuseppe no pudo surgir sino hasta dos años después, en 1842, cuando se estrenó en La Scala de Milán la ópera Nabucco, basada en una historia bíblica que recoge el episodio de la esclavitud de los judíos en Babilonia.
La obra, en el acto tercero, nos revela un momento único en la historia de la ópera cuando el coro interpreta la pieza llamada Coro de los Esclavos, o Va Pensiero (Vuela, pensamiento), un canto de libertad que en su época encontró una identificación inédita entre público y música, dadas las circunstancias que vivían los pueblos de la futura Italia bajo la dominación austríaca.
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Hoy, con el coro Va Pensiero los pueblos del mundo celebran las ceremonias que saludan actos que consideran grandiosos. Así ocurrió hace poco en la misma Italia para celebrar los 150 años de creación de la nación, con Berlusconi presente obligado a escuchar el bis junto a un ardiente reclamo por la “muerte de la cultura” pronunciado por el director Ricardo Muti. Así también, modestamente, los chilenos celebramos el fin de la dictadura, en 1990, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile.
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