Vía: www.pagina12.com.ar/ Por María Zentner
La orquesta dirigida por Alejandro Iglesias Rossi surgió a partir de preguntarse por qué los únicos instrumentos para los que se crea son los del instrumentario sinfónico europeo. Mañana y el 27 de noviembre presentará su espectáculo Sonidos de la América oculta.
“Surgió de una pregunta: ¿por qué los únicos instrumentos para los que se crea son los del instrumentario sinfónico europeo? ¿Por qué no puede haber obras para wacrapucu, mohoceño, erkencho, chapareque? ¿Qué pasa ahí, que América no existe? Entonces, la cuestión fue plantear algo desde lo musicológico, que no fuera un museo. Asumir el desafío a partir de la formación de cada uno.” Alejandro Iglesias Rossi relata de este modo la génesis de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), que dirige desde hace más de diez años. El músico, formado en el Conservatorio de Música de Boston y en el de París y director de la Maestría en Creación Musical, Nuevas Tecnologías y Artes Tradicionales de la Untref, cuenta que el proyecto nació en 2001 como ensamble –Fronteras del Silencio–, con el objetivo de modificar el concepto de composición y ejecución musical: crear nuevas formas de ser, de hacer y de pensar surgidas de sonidos ancestrales. Fue así cómo lo sagrado y lo profano, el cuerpo y el espíritu, lo viejo y lo nuevo, el arte y la naturaleza hicieron síntesis en la orquesta, que se prepara para presentarse en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), mañana a las 16 en la Ballena Azul, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil José de San Martín, y el viernes 27 de noviembre, en la Sala Argentina, con el espectáculo Sonidos de la América oculta.
“El núcleo fundamental es una transformación espiritual a través de la música. Esta orquesta no funciona y no funcionaría nunca como una tradicional”, asegura Iglesias Rossi. Y es verdad. Desde el horizonte de la música contemporánea, la orquesta brinda un espectáculo en el que lo ritual se confunde con lo mágico. Los instrumentos respiran y laten. Y la música está viva.
–¿Cómo es componer para instrumentos que construyeron a partir de investigaciones, pero que nunca vieron ni oyeron sonar?
–Nuestra búsqueda no es la de recuperar los sonidos tal como se utilizaban antiguamente. Eso sería una ilusión. Nuestra idea es utilizarlos para composiciones de música contemporánea. Estos instrumentos tienen una potencia en la belleza, en la ritualidad, en el simbolismo, que impactan multisensorialmente. La cuestión de hacer el instrumento, aprender a tocarlo, componer para él, le da una forma propia. Para mí, eso es algo fundamental: que cada uno encuentre esa forma única que hace que esta sinfonía del universo realmente suene.
–¿Cómo define usted la música?
–Como un camino de conocimiento. Me parece que esa definición es la más cercana a la visión de la orquesta, en la cual el eje es esa búsqueda de la belleza multiforme. Los intelectuales precolombinos tenían muy en claro que las cosas no debían ser sólo operativas, que también debían ser bellas, que tenían otro impacto. La idea de orquesta antes no era como la de hoy, en la que los músicos son intercambiables. ¡Las orquestas de hoy son como Tiempos Modernos! Cada instrumento debería sonar diferente, expresar el alma de la forma más fiel posible. Y cada alma es única. Es un misterio único que está totalmente perdido. Si cada uno de nosotros llegara a cumplir su misión y a ser quien tiene que ser, este sistema se caería a pedazos, no funcionaría. Este sistema necesita tornillos y tuercas.
–En sus obras y en las presentaciones de la orquesta confluyen categorías que generalmente se consideran opuestas, como lo tradicional y lo moderno o lo espiritual y lo físico.
–Esos son los ítem alrededor de los cuales gira la orquesta. Creo que el gran trabajo que tenemos en el tiempo que nos toca estar en la Tierra es unir todo lo que parecería separado en nosotros. La dicotomía es un invento. Es producto de una doctrina. No es libertad. Hay una dimensión de libertad absoluta que es como estar al borde de un abismo. El coraje de tirarnos al abismo no lo ganamos antes de tirarnos, lo ganamos cuando estamos cayendo. Hay un entrenamiento que hemos tenido todos de chicos: que el conocimiento es sumar cosas que nos van diciendo. En inglés es understandig, ¡standing under! ¿Abajo de qué? En realidad, lo que tenemos que hacer es recordar. Esa fue la gran búsqueda de los filósofos griegos, de las tradiciones precolombinas, inclusive de la tradición judía. Esa es también la búsqueda de la orquesta: esa fe absoluta en que cada uno de nosotros tiene algo para decir. Todo el conocimiento lo tenemos nosotros. Pero hace falta sacarle toda la hojarasca, ese standing under de entrenamiento desde los 6 años, seis horas todos los días. Cada uno elige el camino. Nosotros elegimos éste, que tiene que ver no sólo con la música sino también con la belleza.
–¿Esa libertad construye identidad?
–Existe una geocultura. Nosotros somos hijos de unas coordenadas espaciotemporales. Si yo me comprometo profundamente con esa libertad, el producto va a ser profundamente personal y, al mismo tiempo, telúricamente propio del lugar. No creo que uno se pueda plantear “voy a hacer algo que identitariamente sea argentino”. Tengo que buscar con la más terrible inflexibilidad mi persona. Cuando alguien es profundamente personal, es universal al mismo tiempo. La búsqueda de la persona es lo que precede a una manifestación, en el ámbito que sea, que se puede reconocer luego como propia del lugar.
–¿Y en el caso de la orquesta? ¿Construye una identidad hacia afuera?
–Si la pregunta es en relación a si es una declaración de principios, sí, lo es. La orquesta es, en el sentido más noble del término, un combate político. Si hay una búsqueda espiritual, tiene que plasmarse de forma política y cultural. Hay una búsqueda que implica, desde el punto de vista identitario, decir que no queremos ser colonizados. Esta orquesta no podría haber salido de otro lugar que no fuera Latinoamérica. Y no es una cosa forzada. Es el camino inverso: interiorizarse, ir hacia adentro en relación con los componentes propios.
–¿Cuáles son las “fronteras del silencio”?
–Creo que lo más interesante de la música es poner en valor el silencio. Lo que se deja escuchar. Esta idea de ser canales de algo que es inefable, que nos trasciende completamente. A mí nunca me interesó el diálogo interno sino hasta qué punto el creador se puede vaciar para ser atravesado por algo que lo trascienda. Esa es una frontera con el abismo, que es como si fuera una interfase entre el silencio profundo y la manifestación sonora.