Vía: HOY.es | Por CÉSAR COCA
Se edita un álbum con 82 discos que recoge sus grabaciones de los años 70 casi un cuarto de siglo después de su muerte
El filón Karajan es inagotable. Cuando está próximo a cumplirse el primer cuarto de siglo de su desaparición (murió en 1989), el sello Deutsche Grammophon, para el que grabó la mayor parte de sus trabajos, lanza al mercado una caja con 82 compactos que recoge todas las producciones de los años setenta. Nadie sabe con exactitud cuántos discos ha vendido este director autoritario, ególatra, genial e irrepetible, pero las estimaciones más fiables hablan de una cantidad superior a los 300 millones de álbumes. Muchos de ellos después de muerto. Una especie de Cid musical que ha logrado algo que quizá solo han podido igualar los ‘3 Tenores’: meter la clásica en hogares totalmente ajenos a ella; colocar alguno de sus discos en anaqueles hasta entonces ocupados en exclusiva por los reyes del pop, el rock o la música disco. Herbert von Karajan cabalga de nuevo en el mercado discográfico.
Una vez más, habría que decir, porque si en vida no hubo otro vendedor como él, tras su muerte las reediciones han sido continuas. Hace poco más de un año, DG ya lanzó un cofre similar con las grabaciones de los sesenta. Y en 2008, con motivo del centenario de su nacimiento, publicó 24 álbumes múltiples, entre ellos la integral de sus registros para el sello, que ocupaba 240 compactos. EMI, su otra gran casa discográfica, tampoco se quedó atrás entonces, con dos recopilaciones que contenían 87 y 71 compactos. Sony, que se había dedicado sobre todo a conciertos filmados, publicó varias colecciones, una de ellas con 37 DVD. Y aún hubo reediciones a cargo de Decca y otros sellos. Una avalancha que se sumó a lanzamientos con motivo de aniversarios anteriores de su muerte -los hubo al año y a los diez- o sin coartada alguna y de escasa relevancia artística pero cifras millonarias: las dos entregas de ‘Adagio Karajan’, por ejemplo, vendieron casi cuatro millones de discos.
El Karajan de los setenta, que es el que ahora regresa al mercado, es discutido con frecuencia por los críticos, que prefieren sus grabaciones de los cincuenta y comienzos de los sesenta, como su integral de las sinfonías de Beethoven de 1962. Pero los manierismos que tanto se le criticaron no aparecen hasta finales de esta década y se hacen especialmente notables en los ochenta, así que hay muchas grabaciones de gran interés en esta colección.
Y variedad, porque el repertorio registrado durante la década va del barroco de Corelli, Locatelli y Vivaldi -ese período nunca fue la especialidad de la casa, pero los amantes del sonido refinado hallarán aquí un paraíso- a los grandes del primer tercio del siglo XX: Schönberg, Webern, Berg, Stravinski y otros. Algunos ciclos son especialmente reseñables: su nueva integral sinfónica de Beethoven -la tercera de las cuatro que hizo en disco-, aunque en conjunto inferior a la de la década precedente, tiene un sonido de una calidad extraordinaria; los ciclos con las sinfonías de Brahms y Chaikovski rayan a gran altura; las sinfonías de Mahler son más discutibles pero las de Bruckner en cambio van ganando fuerza, como si preparara la ‘Séptima’ grabada poco antes de morir y que es un ejemplo de tensión dramática.
Hay Bach, por supuesto, y aunque los puristas torcerán el gesto hay un sentido teatral en su ‘Pasión’ que la hace muy interesante. No faltan tampoco las oberturas de ópera, tanto alemana como italiana. Están por ahí el Réquiem de Verdi y el de Mozart, nada desdeñables; las sinfonías de Schumann, piezas de Mendelssohn y un puñado de autores más. Hay pocas obras con solista, pero entre los invitados no faltan algunos de sus clásicos: la violinista Anne-Sophie Mutter en conciertos de Mozart y el Triple de Beethoven (junto a Yo-Yo Ma y Mark Zeltser, en una versión que no hace sombra a la que lanzó en 1970 con Oistrakh, Rostropovich y Richter, para el sello EMI); el pianista Lazar Berman, en el concierto de Chaikovski; y los cantantes Dietrich Fischer-Diskau, Mirella Freni, Christa Ludwig, Nicolai Ghiaurov, Walter Berry, Peter Schreier, Anna Tomowa-Sintow, Agnes Baltsa, José van Dam… La lista es interminable. La orquesta es la Filarmónica de Berlín, completa o en formación de cámara, aunque excepcionalmente aparece alguna otra, como la Sinfónica de la Radio de Colonia.
Luego están las rarezas. Esos discos extraños lanzados en busca de nuevos nichos de mercado o quizá caprichos del todopoderoso director. Hay dos compactos con marchas austriacas y prusianas compuestas por autores desconocidos por estos pagos, como Julius Fucík -tío del periodista de izquierdas del mismo nombre, asesinado por los nazis y autor del ‘Reportaje al pie de la horca’- o Karel Komzák, y por otros muy célebres pero no en esa faceta artística: es el caso de Federico el Grande. Y hay un álbum doble de calado político: el que, con el himno de la UE como pieza estelar -arreglado por el propio Karajan a partir del Himno a la Alegría de Beethoven-, incluye también las partituras oficiales de países del continente, algunos de ellos no pertenecientes a la Unión: Francia, Alemania, Austria, Dinamarca, Chipre, Islandia, Noruega, Turquía… Quizá por razones políticas no está el de la entonces URSS, que hoy es el oficial de Rusia.
Para todos los gustos
El cofre con los discos se acompaña de un folleto de 180 páginas que recoge abundante información sobre el director, y cada compacto lleva la portada original con la que fue lanzado al mercado en su momento, entonces en formato LP.
Un Karajan para todos los gustos, en el que solo escasean las obras para solista instrumental, que grabó en abundancia durante la década anterior. Esos discos reinaron en el mercado de la clásica durante los años setenta, una etapa en la que raro era el mes que no había un ‘karajan’ nuevo porque no hay que olvidar que, de vez en cuando, abandonaba la disciplina de Deutsche Grammophon y grababa para otros sellos. Ahora vuelven, y con seguridad solo es un preparativo de otra avalancha que llegará el año próximo, cuando el mundo de la clásica le homenajee por el 25 aniversario de su muerte. Al día siguiente de su fallecimiento, ‘Le Monde’ tituló así la noticia: «Dios ha muerto». Desde entonces, no ha parado de resucitar.