Las melodías sinfónicas del país deben competir por un espacio en la programación de las orquestas, que en su mayoría ejecutan repertorios de autores europeos. Aseguran que es necesaria una política de difusión de obras
Compartimos el artículo publicado en El Nacional y escrito por Carmen Victoria Inojosa | Vía: www.el-nacional.com | @ElNacionalWeb | Ilustración Mauricio Lemus
El silencio acompaña la música sinfónica venezolana. Son melodías que después de ser escritas comienzan a jugar el escondiste y pueden pasar años hasta que sean descubiertas por una orquesta. Y aunque en ocasiones algunas de ellas logran ser interpretadas, en este momento la curva melódica de muchas composiciones no ha salido del papel.
En los repertorios de la Sinfónica de Venezuela, la Filarmónica Nacional y las agrupaciones que forman parte del sistema nacional de orquestas, de acuerdo con lo reflejado en los calendarios de conciertos de este año, tienen mayor peso autores como Mozart, Haydn, Brahms, Beethoven, Debussy, Mahler, Ravel, Stravinsky y Tchaikovsky. Obras de músicos venezolanos ya fallecidos se han incluido en los programas, aunque no con la misma regularidad y variedad. Dos de las piezas más interpretadas son la Cantata criolla y la Glosa sinfónica margariteña, de Antonio Estévez e Inocente Carreño, respectivamente.
La Compañía Nacional de Música en coordinación con la Orquesta Filarmónica Nacional tiene como competencia promover la composición, así como también la difusión de las expresiones sinfónicas del país. Sin embargo, el Ministerio de Cultura en su memoria y cuenta de 2015 indica que solamente se realizaron “53 presentaciones artísticas musicales nacionales”. Más allá de eso, no especifica autores, proyectos ni nuevos lineamientos en atención a este sector.
“Los compositores somos artistas olvidados en la sociedad musical venezolana, no basta con tocar una obra de vez en cuando. Estamos urgidos de una política de Estado para la creación. Se han gastado millones de bolívares en música y en la composición es cero la inversión”, afirma la directora de Cultura de la Universidad Simón Bolívar, Diana Arismendi.
El compositor Paul Desenne dice que históricamente han competido contra un catálogo de siglos que las orquestas ya conocen. El director de la Sinfónica Juvenil de Chacao, Florentino Mendoza, asegura que esos repertorios son una referencia necesaria para la formación académica de un músico; sin embargo, eso no significa que se excluyan las obras venezolanas de del siglo XX, pues es un programa obligatorio en el sistema de orquestas. “Tienen su espacio. En este momento estamos viviendo una época importante en la música contemporánea. Además, siempre se incluye un autor, al menos latinoamericano, en nuestros conciertos”, agrega.
La frecuencia con la que se ejecutan piezas de autores venezolanos sigue siendo baja dada la cantidad de orquestas existentes, señala el ganador por segundo año consecutivo del concurso alemán Diabelli, Gerardo Gerulewicz. Por esta razón, el compositor José Baroni propone establecer una metodología a través de la cual sea posible incorporar las obras nacionales a las programaciones de las orquestas con mayor regularidad. A su juicio, “las agrupaciones se han transformado en una estructura automática que tocan los mismos repertorios”.
Hasta el momento no existe una institución comprometida con esto. Y aunque el maestro Vicente Emilio Sojo lo intentó en 1930 al fundar la Sinfónica de Venezuela, Baroni destaca que en la actualidad no ocurre: “No hay quien toque nuestras composiciones. Lo primero que pienso es quién va a interpretar eso que escribí. Tengo que apelar a los amigos instrumentistas y preguntar si están interesados”.
No solamente la música de los compositores ya fallecidos y de quienes en este momento cuentan con una larga trayectoria artística se encuentra silenciada. El camino de los jóvenes también es difícil. De hecho, es una de las advertencias que Gerulewicz les hace a sus estudiantes. El músico Icli Zitella menciona que muchos de ellos requieren de contactos con las directivas de las agrupaciones para que sus obras puedan ser programadas. “No veo futuro alentador para ellos a menos que se haga una política de difusión. Las obras continúan durmiendo el sueño de los justos en una gaveta”, indica el director coral César Alejandro Carrillo.
Desenne menciona que no es frecuente la inclusión de nuevas obras cuando se estructura el calendario de ensayos de las orquestas porque estas requieren más tiempo. El autor de Los martirios de Colón, Federico Ruiz, expresa que gran parte de las agrupaciones están subsidiadas por el Estado, por eso considera que en retribución deberían tocar más repertorio venezolano: “Por lo menos una pieza por concierto”.
Ruiz acumula un repertorio con más de 30 años que se ha ejecutado en un par de ocasiones. Con Viajes ganó el Concurso José Ángel Lamas en 1981 y desde entonces ha sido interpretada en dos oportunidades. Su primer Concierto para piano de 1979 suma tres presentaciones. Música para guitarra y cuerda quedó olvidada desde 1984. Aún así dice que se siente afortunado, pues asegura ser de los más tocados en el país.
“Pero tampoco es que eso ocurra todos los días. Lo ideal sería que se interpretara todo de forma permanente. Si el público de hoy va a escuchar una obra cada 12 años no tiene sentido. Si ese es el panorama, uno mejor se dedica a otra cosa”, reflexiona el músico.
Advierte que con esta situación la función social del compositor se va quebrantando: “Muchas veces me he preguntado cuál es mi papel si la mayoría de lo que escribo no se interpreta”.