Decía Otto Klemperer que la carrera de un director de orquesta empezaba a partir de los cincuenta años. No sólo por razones de experiencia profesional. También porque se trata de haber vivido y de haber encontrado un rumbo personal más allá del virtuosismo o de la precocidad.
Viene a cuento mencionar al maestro germano para situar la edad de Esa-Pekka Salonen y para evocar a quien fue la referencia totémica de la orquesta que él colega finlandés dirige como titular desde 2008.
Aludimos a la Philharmonia londinense y, por extensión, al los conciertos previstos el domingo y el lunes próximos en Madrid como apertura del ciclo sinfónico de Ibermúsica.
Comparece Salonen no con 50 sino con 55 años cumplidos en junio. Y lo hace en una suerte de madurez y de hondura cuya evidencia sobrepasa el entusiasmo que supuso su irrupción como “enfant terrible” hace tres décadas.
Recuerdan aquél fenómeno los maestros más veteranos de la Orquesta Philharmonia. Recuerdan que un ignoto e imberbe director nórdico tuvo los redaños de subirse al podio con 25 años para conjugar la “Tercera sinfonía” de Mahler en la sede londinense.
Fue una emergencia. Indispuesto Michael Tilson Thomas, tuvo que encontrarse un sustituto de emergencia. Tan de emergencia que Salonen nunca había dirigido la “Tercera” de Mahler, aunque el triunfal concierto (1983) puede observarse ahora como una premonición.
Tarde o temprano, Salonen debía ocupar el puesto de maestro titular. Lo nombraron principal director invitado entre 1985 y 1994, pero fue hace cinco años cuando se formalizaron las relaciones y cuando Salonen ocupó el “banquillo” que antes habían desempeñado Karajan, Klemperer, Riccardo Muti, Giuseppe Sinopoli y Christoph Dohnányi.
No ha sido sencillo el cambio de aires. Salonen procedía de la Filarmónica de Los Ángeles con todos los privilegios y obligaciones que implican asumir el símbolo absoluto de la actividad sinfónica californiana.
Era una estrella de la ciudad, como ahora le sucede a Gustavo Dudamel, pero las prioridades del cargo, prolongado durante casi 20 años (1992-2009), también le exigía pluriemplearse en la captación de patrocinadores y en el cortejo de millonarios, naturalmente en ausencia de recursos públicos.
“Londres supone ahora un cambio radical de actitud. La ciudad está llena de competidores. Impresiona el magma cultural. Hay un gran teatro de ópera, cuatro o cinco formaciones sinfónicas de gran altura y una actualidad musical desbordante. En un escenario como ése, se corre el riesgo de caer en el anonimato. Por eso hay que estimular a los espectadores con acontecimientos que les llamen la atención”.
Se refiere Salonen tanto a la audacia en la configuración de los programas -siempre hay un guiño de vanguardia- como a las producciones experimentales. Incluida una concepción multimedia de “La consagración de la primavera” que mimetizaba 29 cámaras entre los profesores de la Orquesta para que los espectadores pudieran sentirse realmente dentro.
La obra de Stravinsky no forma parte del programa con que recala en Madrid, pero sí lo hace su homenaje recurrente a Beethoven (“Tercera sinfonía”) y un díptico de Berlioz que comprende la “Sinfonía fantástica” y “Romeo y Julieta” al hilo de la versatilidad del maestro.