Vía: elcomercio.pe/ Por Alonso Almenara
El gran tenor italiano Luciano Pavarotti habría cumplido hoy 80 años. Su presencia va más allá de los confines de la ópera
Cuando Luciano Pavarotti falleció en el 2007, víctima de un cáncer al páncreas, su época de gloria ya había terminado: la crítica se esmeraba en darle la espalda desde mediados de los noventa, denunciando sus continuos flirteos con la música popular, y sus mejores interpretaciones, inigualadas hasta ese entonces, databan de 30 años atrás. Su leyenda, sin embargo, permanecía –y permanece– vigente. Es cierto, Pavarotti tenía una personalidad atípica para un intérprete de música clásica: bromeaba en programas de entrevistas, solía montar a caballo en desfiles, e interpretó, contra todo pronóstico, a un sex-symbol en la película “Yes, Giorgio”. Pero su contribución al género de la ópera fue mucho más consistente de lo que permiten entrever las pintorescas anécdotas que sus biógrafos no se han cansado de enumerar. Cuando a fines de los setenta, en su mejor época vocal, el tenor italiano protagonizó las primeras transmisiones en vivo desde el Metropolitan Opera de Nueva York, millones de televidentes se estremecieron con sus explosivas performances y encontraron en ellas una conexión invaluable con una disciplina artística que parecía estar en peligro de extinción.
“Recuerdo que cuando empecé a cantar, en 1961, alguien me dijo ‘empieza a correr, porque a la ópera solo le quedan 10 años de vida’”, le confesó Pavarotti a la revista “Opera News” en 1998. “En ese momento el género estaba de capa caída. Pero tuve la suerte de participar en la primera transmisión en vivo desde el Met. Al día siguiente, la gente me reconocía en la calle. Así me di cuenta de la importancia de acercar la ópera a las masas. Creo que hasta ese momento había mucha gente que no sabía lo que era este género. Ahora lo asocian con ‘La Bohème’, que es una obra maravillosa”.
UN ÉXITO INESPERADO
De niño escuchaba las grabaciones de ópera de la colección de su padre, Fernando, un panadero y tenor aficionado. El joven Pavarotti tenía la costumbre de acompañar con su pequeña voz de entonces las piruetas vocales de los tenores estrellas de una época anterior, como Beniamino Gigli, Enrico Caruso y Tito Schipa. También profesó una debilidad temprana por las películas de Mario Lanza, cuya imagen solía imitar frente al espejo.
Nacido el 12 de octubre de 1935 en la ciudad de Módena, el futuro gran tenor italiano estudió originalmente para ser profesor. Sus primeras experiencias como cantante las tuvo, junto a su padre, en el coro de su ciudad, con el que viajó a Gales y terminó ganando el primer premio en la Competencia Internacional de Llangollen. Este éxito inesperado encendió las ambiciones musicales de Pavarotti.
Luego de estudiar con Arrigo Pola y Ettore Campogalliani, ganó el prestigioso Concurso Internacional Achille Peri en 1961 y ese mismo año hizo su debut operístico como Rodolfo en “La Bohème”, en el teatro Municipal de Reggio Emilia. Desde entonces y hasta la década de los 70, Pavarotti se dedicó a cultivar con perseverancia el sonido que lo distinguió como la gran voz operística masculina de su generación –el ‘Rey de los do de pecho’ es el apodo con el que lo solía llamar la prensa internacional–.
Pero su voz no solo era capaz de alcanzar las notas más altas y penetrar grandes espacios con facilidad. Destacaba también por su elegancia viril, colores brillantes e impecable dicción italiana. Pavarotti no era perfecto: tenía pocas dotes para la actuación y era un intérprete intuitivo que no poseía el rigor intelectual de Plácido Domingo, su amigo y principal rival. A pesar de ello, el cantante italiano era capaz de llegar directamente al corazón de un personaje, y su comprensión del poder emocional de las palabras en la música era ejemplar. Quizá el más bello testimonio de este talento son sus grabaciones de Donizetti, “modelos de gracia natural y prístino sonido”, en palabras de Anthony Tommasini, el crítico de “The New York Times”.
Luciano Pavarotti interpreta “Una furtiva lagrima” de Gaetano Donizetti. (Fuente: YouTube)
Además, tenía un corazón de oro. “Yo no soy un político, soy un músico”, le dijo el tenor a la “BBC Music Magazine” en 1998, a propósito de sus conciertos benéficos para Bosnia. “Me preocupo por darle a la gente un lugar donde pueda ir a divertirse y empezar a vivir de nuevo. Al hombre tienes que darle el espíritu, y cuando le das el espíritu, le has dado todo”.