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Hace tres años, Warner remasterizó las grabaciones de estudio de María Callas con resultados espectaculares. Era de imaginar que tarde o temprano haría lo mismo con las grabaciones en vivo.
Vía: www.abc.es | STEFANO RUSSOMANNO
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Coincidiendo con los cuarenta años del fallecimiento de la cantante (16 de septiembre de 1977), el sello publica ahora una caja titulada «Maria Callas Live» que, salvo por alguna llamativa ausencia (faltan la mítica «Traviata» de 1955 con Giulini y el no menos legendario «Ballo in maschera» de 1957 con Gavazzeni), devuelve nuevo esplendor sonoro al legado discográfico más conspicuo de la soprano griega sobre el escenario.
Cabe tener en cuenta el carácter problemático de estas tomas sonoras, realizadas en condiciones a menudo precarias (algunas de ellas han sufrido, además, un importante deterioro con el transcurso del tiempo). Globalmente, estas nuevas remasterizaciones son superiores a todas las anteriores encarnaciones en cedé. El sonido es más nítido y espacioso, tiene mayor definición y transparencia, las saturaciones se han atenuado, pero tampoco hay que esperarse milagros. Ciertos registros (en especial «Nabucco», «Alceste» y «Armida») tienen déficits que admiten escasos márgenes de mejora; aun así, ningún título de los aquí presentes ha sonado mejor.
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Salubridad vocal
Algunas de las grabaciones de esta «Maria Callas Live» pertenecen desde hace tiempo a la historia de la interpretación operística. Es el caso de la «Lucia di Lammermoor» dirigida por Karajan (1955), «Sonnambula» bajo la batuta de Bernstein (1955), «Macbeth» con De Sabata (1952), «Anna Bolena» con Gavazzeni (1957) o la «Traviata» de 1958 al lado de Alfredo Kraus. Otros registros permiten disfrutar de Callas en su momento de máxima salubridad vocal («Norma» y «Armida» de 1952; «Medea» de 1953) o escuchar a la cantante en papeles que nunca grabó en estudio. Es el caso de Abigaille («Nabucco»), Kundry («Parsifal»), Elena («Vespri siciliani»), Lady Macbeth, Giulia («La vestale»), Maddalena di Coigny («Andrea Chénier»), Anna Bolena o Imogene («Il pirata»).fisticación.
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En diciembre de 1953, para interpretar «Medea» en el Teatro alla Scala, Callas se presentó ante el público con treinta kilos de menos.Cuentan que Giulini se cruzó con ella por una calle de Milán y no la reconoció. Poco quedaba (salvo su magnífica voz) de aquella chica griega que había llegado unos años antes a Italia con sobrepeso y descuidada vestimenta. La imposición de este régimen severo -las malas lenguas lo atribuyeron a la ingesta voluntaria de una tenia- respondía ante todo a la voluntad de presentar sobre el escenario una figura teatralmente plausible. ¿Alguien puede creerse una Violetta obesa? Si Callas eliminó michelines y papada fue con el objetivo de construir papeles que resultasen convincentes en todas las vertientes. El suyo fue un trabajo de intérprete a trescientos sesenta grados.
Llama la atención cómo una carrera a fin de cuentas tan breve pudo dejar una huella tan profunda. Callas impuso una revolución no solamente vocal. Ninguna otra colega igualó su glamur dentro y fuera de la escena. El «fenómeno Callas» sobrepasó pronto la dimensión musical para convertirse en un icono mundial de belleza, elegancia y sofisticación.
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En la escena de la locura de «Lucia di Lammermoor», Callas se quedaba inmóvil: «no necesitaba moverse de un lado a otro del escenario, la tragedia estaba toda en su voz».
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Actuar con la voz
Pese a la sobreexplotación comercial, el mito de Callas sigue vivo. Al margen de su impresionante rango vocal, de su técnica o de su facilidad para el agudo, queda el testimonio de un canto flexible, capaz de infinitas sutilezas psicológicas, de transmitir incluso en los más arduos virtuosismos una inflexión dramática.
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Sus agudos no eran simple luz, poseían también una cualidad oscura que los hacía portadores de un mensaje más profundo. Callas excavaba en la psicología de sus personajes con un grado de identificación que convertía sus interpretaciones en auténticas recreaciones. No hay más que escucharla en «Addio del passato» de su «Traviata» lisboeta, donde el desgaste de la cantante es uno con la fragilidad del personaje.
Los demás cantaban; Callas actuaba con la voz. El actor Paolo Poli recuerda que, en la escena de la locura de «Lucia di Lammermoor», Callas se quedaba inmóvil: «no necesitaba moverse de un lado a otro del escenario, la tragedia estaba toda en su voz».
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