«Me siento mucho más estrella en las aulas que encima de un escenario»

El pianista Dmitri Bashkirov, protagonista hoy del Encuentro de Santander, lamenta que se jubile a los profesores de música a los 65 años «cuando están en su mejor momento»


Vía: www.eldiariomontanes.es | Por ROSA RUIZ

Dmitri Bashkirov, considerado uno de los mejores pianistas del mundo, acaba de cumplir 85 años. En su larga carrera ha actuado a las órdenes de directores de la talla de Yevgueni Mravinski, Yevgeny Mravinski, George Szell, Zubin Mehta o Daniel Baremboin y con las orquestas más prestigiosas. Hace cinco años decidió dejar de dar conciertos, «me di cuenta de que ya no iba a poder tocar mejor de lo que lo hacía y tampoco me apetecía seguir y que llegara un momento en que lo hiciera peor», explica. Sin embargo, no renuncia a dar clases, a seguir transmitiendo todos sus conocimientos a los jóvenes pianistas. Reconoce que le gusta muchísimo ser profesor y que a día de hoy «me siento más estrella en las aulas que encima de un escenario». El Encuentro de Santander Música y Academia le homenajea este año en agradecimiento a su contribución al mundo de la música y a la Escuela Reina Sofía donde imparte docencia desde 1991, una colaboración que se inició, precisamente, en los Cursos de Verano que la Fundación Albéniz impartió en la capital de Cantabria. El homenaje será un reconocimiento musical por parte de sus mejores alumnos, actualmente destacados pianistas como Plamena Mangova o los hermanos Víctor y Luis del Valle. Además hoy, a las 19. 30 horas, será protagonista de un encuentro con el público, patrocinado por El Diario Montañés, en la sala Pereda del Palacio de Festivales. Será una especie de entrevista con el director artístico del Encuentro, Peter Csaba y el director de orquesta Fabián Panisello en la que el público conocerá de su voz detalles de su trayectoria y también podrá disfrutar de la actuación del Dúo del Valle y otros participantes del Encuentro. «Cuando he llegado a Santander y he visto el programa de homenaje que me han preparado casi me desmayo. Yo pensaba que me iban a dedicar un recital, pero son cinco conciertos en total. No sé si merezco tanto», explica feliz.

«A los alumnos de hoy les cuesta transmitir emoción»

Dmitri Bashkirov cree que desde que empezó a dar clases de piano hace 60 años los alumnos han cambiado mucho. «Los de 2017 son completamente distintos a los de entonces. Es algo que pasa en todos los países», explica. «Los de ahora técnicamente son espectaculares. Mueven los dedos de forma rapidísima y poseen un gran nivel. Sin embargo, creo que les resulta mucho más difícil transmitir las ideas y que eso quita pasión a las interpretaciones». El pianista ruso afirma que los profesores de ahora también han cambiado con respecto a los de sus inicios. «Veo una estandarización. Antes había otra imagen de los maestros. Eran grandes figuras y músicos ilustres».

Confiesa que le debe a su abuela el haberse convertido en el gran músico que es. Ella era una pianista destacada, pero desgraciadamente a los 20 años perdió el oído a causa de una enfermedad y su carrera se vio truncada. Sin embargo, conservó la pasión por la música que no dudó en transmitir a su nieto. «A los cuatro años empezó a enseñarme a tocar el piano. Me ponía muchísima música en casa, pero no ‘cancioncillas’ infantiles, si no obras de Beethoven o de Chopin y a los seis me llevaba a conciertos, con ella vi a la Filarmónica de Leningrado», recuerda.

A los siete años entró en una escuela especial «para niños dotados» de su ciudad, Tiflis (Georgia), y a los doce ya daba conciertos. «Mi primera profesora fue Anastasia Virssaladze, la abuela de la famosa pianista Eliso Virssaladze», rememora. Seguramente de ella y de su abuela heredó la pasión por la docencia y el ‘método’ pedagógico. «La base es importantísima, pero nunca pienso en el presente del alumno o en los conciertos que está preparando en ese momento, si no en lo que va a poder hacer dentro de diez años cuando yo ya no le de clase. Así que mi principal objetivo es que en el futuro pueda hacer uso de todo lo que le he enseñado», dice.

Él empezó a dar clases en los conservatorios de su país en el año 1957, al tiempo que era solicitado para tocar en las mejores orquestas del mundo, pero afirma categóricamente que la docencia le permite «explorar cosas más interesantes». Por ello le entristece que en la mayoría de los países europeos «retiren» a los profesores a los 65 años. «Es la mejor edad para enseñar, para transmitir experiencias. Es cuando los músicos vivimos nuestra época de oro». Así que se siente muy agradecido de que la Escuela Reina Sofía y su presidenta Paloma O’Shea sigan contando con él en el claustro de profesores. «Me ha permitido seguir estando en activo».

Defiende que el piano no se toca sólo con los dedos y que las manos del intérprete por sí solas no hacen nada sin el impulso del resto del cuerpo o del movimiento de los pies. «Es un topicazo lo de que los pianistas nos cuidamos tanto las manos», dice entre risas. Aunque sí cree que hay que tratar al piano como si fuera un ser vivo y no como a una caja de madera, plástico y metal «si queremos que él también nos devuelva algo vivo».

En el año 1955 ganó el concurso Maguerite Long de París, un galardón que le dio a conocer en todo el mundo y que le abrió las puertas de escenarios, orquestas y grupos de música de cámara. Se le recuerda que ha estado a las órdenes de los mejores directores y asegura que no puede destacar a ninguno por encima de otro, «porque de todos he aprendido y me han hecho crecer como músico». Menciona a sus compatriotas rusos, Yevgueni Mravinski o Yevgeny Mravinski, y también hace una referencia a Daniel Barenboim, su yerno. «Tengo una gran vinculación familiar con él, desde hace treinta años es el esposo de mi hija Elena que también es pianista y da muchos conciertos, pero ante todo es un grandísimo músico», concluye.

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