Madrid, 21 nov (EFE).- Es hijo y nieto de músicos, pero no se sintió forzado a seguir la trayectoria familiar: “Podía haber escogido lo que quisiese. Me dedico a la música clásica porque me gusta y me produce una gran satisfacción, pero también porque pensaba que era algo que debía hacer”, dice Michael Barenboim.
Nacido en París en 1985, el benjamín de la pareja formada por el pianista y director de orquesta Daniel Barenboim y la también pianista rusa Elena Bashkírova tiene una amplia trayectoria como violinista y una agenda repleta de conciertos para los próximos meses.Ahora ha recalado en España -ayer en Zaragoza y hoy en Madrid, aunque no es la primera vez que actúa en el país- con la gira de la Filarmónica de Múnich, dirigida por Lorin Maazel, y un repertorio dedicado a Beethoven en la que el menor de los Barenboim interpreta como solista el Concierto para violín en Re menor.
Michael no ha heredado la personalidad arrolladora de su padre ni su manejo del español, aunque domina inglés, francés y ruso. Preguntado en una entrevista con Efe por el peso de su apellido en su carrera, responde con naturalidad: “No puedo decir si es una ventaja o una desventaja ser hijo de Daniel Barenboim. No conozco otra situación: siempre he sido su hijo”.
No pretende seguir los pases de su aclamado progenitor, ni como pianista ni como director de orquesta, aunque tampoco buscó diferenciarse de él cuando escogió el violín: “Simplemente, me gustaba cuando era pequeño”, y empezó a estudiarlo a los siete años.
Escuchar música no entra dentro de sus actividades de ocio: “Yo no escucho mucha música en mi casa, porque me ocupo todo el tiempo de eso. Si pongo una pieza, a menudo clásica, no es para divertirme”.
Y es que, añade, le resulta “difícil” escuchar música mientras hace otra cosa. “La mayor parte de la gente puede llegar a su casa y ponerse música mientras hace otra cosa, pero yo no puedo hacerlo: me dedico sólo a escucharla”.
Michael Barenboim, que echa de menos a gente de su edad en los conciertos de música clásica, critica “la falta de una buena educación musical en la escuela”, aspecto que considera “clave” para que aumente el público de este género.
“Mis amigos de la escuela, que son gente cultivada y muy inteligente, jamás van a un concierto de música clásica salvo que sea mío. Es una situación común en esta sociedad; por eso subrayo la necesidad de una buena educación musical. Si se le da a un niño la posibilidad de aprender algo, le va a interesar”, asevera.
Menos determinante se muestra a la hora de decantarse por un compositor -“hay un montón a los que admiro”- o un intérprete -“me encanta tener mucha competencia, porque lo contrario sería una auténtica pena”-.
Ni siquiera admite tener un director de orquesta favorito, labor por la que su padre cosecha éxitos y premios, sino “muchos”.
Sí es más explícito a la hora de alabar su legado musical. “Mi padre ha aportado a la música muchísimas cosas: la West-Eastern Divan Orchestra y todos los proyectos de educación musical en Palestina y Alemania; las creaciones junto a Pierre Boulez o las interpretaciones nuevas de obras clásicas”.
Daniel Barenboim creó la West-Eastern Divan Orchestra en 1999 para reunir a jóvenes músicos de origen israelí y árabe y, un año más tarde, se incorporó Michael, con catorce.
Sobre este proyecto que busca aunar música y convivencia, apunta que los intérpretes participantes “son transformados en el pensamiento por el contacto con el otro, el desconocido”, oportunidad que no tuvieron sus padres.
Por ello alberga cierta esperanza con respecto al recrudecimiento de la violencia entre Israel y Palestina: “La tregua siempre es posible. Evidentemente, cuando más avanza la violencia es menos probable, pero es posible”.
Entre tanto, su agenda está repleta para los próximos meses: un recital en Múnich, un concierto en Berlín, actuaciones con la Divan en América o con la Sinfónica de Chicago bajo la dirección de Zubin Mehta. “¿Mucho trabajo? Sí, al menos eso intento”.
Pilar Salas.