Vía: Hágase la Música | Energía, impetuosidad, inflexibilidad, perfeccionismo y autocrítica fueron algunos aspectos de su personalidad. Arturo Toscanini ha sido el director de orquesta más famoso del siglo XX y durante cuarenta años de su vida, una leyenda viviente. Las resonancias que creaba su personalidad superaron con creces el ámbito de la música para proyectarlo a un plano donde compartía prestigio y honores con figuras públicas como Charles Chaplin, Albert Schweitzer, Pablo Picasso, Georges Bernard Shaw o Winston Churchill.
Ese estatus de privilegio lo logró a través de una carrera artística formidable donde su enorme talento y poderosa personalidad produjeron una serie de cambios fundamentales: la interpretación operística tiene un antes y un después a partir de su aparición en el mundo musical.
Había nacido el 25 de marzo de 1867 en Parma, Italia, y comenzó sus estudios a los 9 años en el conservatorio de esa ciudad donde se graduó en 1885 con excelentes notas en cello y composición.
En 1876 ingresó al Conservatorio de Parma y durante nueve años estudió violonchelo, piano y composición, graduándose con los máximos honores en 1885. Comenzó su vida profesional como violonchelista y estaba en la orquesta que estrenó Otello de Verdi en La Scala en 1887. Pero por esa época ya incursionaba como director, demostrando una excepcional memoria y oído musical, una insaciable curiosidad, gran poder de concentración y un carácter dominante e intransigente. A los 19 años, durante una gira por Brasil con una agrupación italiana, una serie de accidentes condujeron a su promoción desde los cellos hasta tomar a su cargo la presentación de Aída en Río de Janeiro el 30 de junio de 1886. Dirigió sin partitura de una forma notable logrando gran éxito.
Durante la siguiente década Toscanini trabajó en diversos teatros italianos y ganó una creciente reputación como un director exacto y enemigo tanto de la mediocridad como de la rutina. Se le relacionó con las obras de Catalani y con aquellas de la escuela verista, estrenando Pagliacci de Leoncavallo (Milán, 1892) y La Boheme de Puccini (Turín, 1896). Promovió especialmente a Wagner, cuya música era relativamente desconocida en Italia en ese entonces, y demostró interés por la música sinfónica, lo que era extraño para un director italiano del período. En 1895, además de dirigir el Teatro Regio de Turín, fue invitado a formar una orquesta municipal, la que en 1898 ofreció una serie de 44 conciertos en la Exhibición de Turín, incluyendo obras de Beethoven, Brahms, Schubert, Berlioz, Tchaikovsky y Verdi. A los 31 años fue contratado como director artístico de La Scala e inauguró esta actividad presentando Los Maestros Cantores en diciembre de 1898.
Aunque estuvo en La Scala solamente 15 de los cerca de 70 años que duró su carrera, Toscanini consideró a este escenario el punto focal de su existencia, el símbolo de su lucha por concretar su ideal de la ópera como un arte dramático integrado totalmente. Una vez que rompió con dicho teatro no volvió a dirigir ópera excepto como invitado en los festivales de Bayreuth y de Salzburgo. Pero hasta el final de su vida continuó observando el destino y asistiendo a La Scala.
El repertorio de Toscanini durante su primer periodo en La Scala se basaba en Wagner, Verdi, nuevas obras y estrenos italianos de obras como Eugenio Oneguin, Pelleas et Melisande, La Condenación de Fausto y Euryanthe. Desde el principio estuvo involucrado en cada aspecto de la interpretación operática, incluso en los más pequeños detalles de la escenografía. Insistía en que sus cantantes estudiaran y manejaran por completo el libreto, así como los preparaba compás por compás poniendo atención tanto en la inflexión y en los gestos como en el tono y el fraseo musical. El estándar del conjunto y las presentaciones creció de manera sorprendente, pero hubo una feroz batalla, no sólo para sobrepasar los malos hábitos tradicionales de cantantes y las evasiones económicas y administrativas, sino además para educar al público logrando una actitud más seria hacia la ópera. La iluminación del teatro se disminuía, las damas tenían que sacarse el sombrero y no se permitía concluir una presentación de ópera con un ballet. Pero lo más difícil fue suprimir los pedidos de encores. Fue durante uno de tales requerimientos, en una presentación de Un Ballo in Maschera en la última temporada 1902-3, que Toscanini dejó La Scala.
Estuvo ausente durante tres temporadas, conduciendo en Buenos Aires, Bolonia y Turín, realizando giras por Italia con la orquesta de Turín, con la que ofreció los estrenos italianos de obras de Richard Strauss y Debussy, hasta que volvió solamente por dos temporadas a La Scala. En 1908 se trasladó a Nueva York como director artístico del Metropolitan y durante los siete años siguientes gobernó sobre una de las más sorprendentes constelaciones de cantantes en la historia de la ópera (entre ellos Caruso, Scotti, Farrar, Destinn y Martinelli) logrando en cierto modo imponer su particular disciplina. Entre los estrenos, tanto mundiales como norteamericanos, estuvieron los de Boris Godunov, La Fanciulla del West y Armide de Gluck. Sin embargo, nuevamente hubo desacuerdos con la administración y la impaciencia tanto por las condiciones como por la autoridad le llevaron a renunciar.
Pero también hubo otros factores. Por un lado, su aventura amorosa con Geraldine Farrar, su principal soprano, que entró en crisis por esa época, y por otro lado, un intenso patriotismo, que le mantuvo intranquilo mientras su país estaba en guerra. Estando en el Metropolitan pasó sus veranos en Europa y en 1913 organizó presentaciones de Falstaff y La Traviata para el centenario Verdi en Busseto. Y en 1915 retornó a Italia, permaneciendo por cinco años sin una posición o ingresos fijos. Dirigió una corta temporada en el Teatro dal Verme de Milán, ofreció muchos conciertos gratis para apoyar a su país en guerra y formó una banda militar con la que estaba actuando en el frente durante el asalto a Monte Santo.
En 1920 fue nombrado director artístico de una Scala reorganizada. Formó una orquesta de 100 instrumentistas, un coro de 120 voces y, mientras el escenario y el auditorio eran reconstruidos siguiendo sus consejos, realizó una gira por Italia, los Estados Unidos y Canadá, conduciendo 137 conciertos en tres períodos de 28 semanas en total. El régimen de Toscanini culminó en 1929 cuando llevó a la compañía en una triunfal gira por Viena y Berlín. Su renuncia ese año se debió a diversos factores, entre otros, la crisis financiera de La Scala, su propio cansancio, crecientes defectos en el sistema de repertorio que había creado, y quizá el definitivo reconocimiento de la imposibilidad de concretar sus ideales en un teatro de ópera. También sintió necesario exiliarse de Italia debido al conflicto surgido con el régimen fascista. Aunque compartió en un principio las ideas de Mussolini y fue candidato fascista en Milán en 1919, al poco tiempo se opuso apasionadamente al fascismo y en numerosas ocasiones rechazó dirigir el himno fascista Giovinezza. En 1938 Roosevelt tuvo que intervenir para que el pasaporte de Toscanini fuera devuelto.
La política jugó una parte decisiva en la carrera de Toscanini a partir de la década de 1930. Habiendo conducido en Bayreuth en 1930 y en 1931 (y fue el primer director no alemán en hacerlo), rompió con el festival en 1933 con la prohibición de Hitler de los artistas judíos y nunca retornó ahí. Asimismo sus apariciones en el Festival de Salzburgo finalizaron abruptamente con el Anschluss. En 1938 y en 1939 estuvo en el Festival de Lucerna conduciendo una orquesta formada principalmente de refugiados del nazismo. Además dirigió el concierto inaugural de la Filarmónica Palestina en Tel-Aviv el 26 de diciembre de 1936 y posteriores conciertos en Jerusalén, Haifa, Cairo y Alejandría, retornando en 1938.
Durante este período Toscanini también actuó en Londres, París, Bruselas y Escandinavia. Pero el centro de actividades de los últimos 25 años de su carrera fue Nueva York. Siendo director de la Filarmónica de Nueva York, entre 1928 y 1936, Toscanini alcanzó un apogeo en términos de claridad, precisión e intensidad interpretativas. Luego pasó a la recién formada orquesta de National Broadcasting Corporation (NBC), principal entidad durante los 17 años restantes. Con ella realizó muchas grabaciones y giras por Sudamérica y los Estados Unidos. En 1946 retornó a Milán para inaugurar una reconstruida Scala y condujo varios conciertos en los siguientes años. Su última presentación con la NBC fue el 4 de abril de 1954 y después de su retiro continuó trabajando en la edición de sus grabaciones hasta unos meses antes de su muerte.
Energía, impetuosidad, inflexibilidad, perfeccionismo y autocrítica fueron algunos aspectos de la personalidad de Toscanini. Fue famoso por sus feroces demandas artísticas, una naturaleza casi dictatorial y terribles ataques de rabia. Aquel constante estado de hipertensión con el que trabajaba se reflejó en la vehemencia de sus versiones, sobretodo las de su período final destinadas a los compositores clásicos vieneses. Pero el lado más positivo y significativo de su impaciencia fue la intensidad casi eléctrica de sus más finas interpretaciones, las que por su cuidado en el detalle de texturas, dan la impresión de estar concebidas como un único todo orgánico. Toscanini tenía un especial talento para manejar las grandes estructuras musicales, la continuidad rítmica, la línea de canto y la melodía de amplio espectro.
Tales cualidades se sumaron a su infalible memoria musical, una personalidad dominante y una insistencia en la primacía y la pureza del texto musical. Por lo mismo se adelantó al estilo moderno de conducción marcado por un respeto a las intenciones del compositor, contraponiendo la interpretación objetiva y fiel de la partitura a aquel estilo más subjetivo de su rival Furtwängler. Y aunque Toscanini fue uno de los grandes fenómenos de la historia de la interpretación musical de los últimos cien años, fue criticado por la estrechez de repertorio surgida en una etapa tardía de su carrera, ignorando las obras contemporáneas y la música de Mahler, la Segunda Escuela de Viena y el neoclasicismo de Stravinsky. Pero como intérprete del siglo XIX fue notablemente amplio, abordando la música de Richard Strauss, Puccini, Debussy, Brahms, Berlioz y Tchaikovsky tan bien como la de sus tres favoritos, Beethoven, Wagner y Verdi.