Entrevista exclusiva con Lázaro Azar | Vía: L`Orfeo
Este 21 de diciembre, el pianista húngaro András Schiff cumplirá 60 años. Para celebrarlo, ha estado tocando una amplia serie de recitales por el mundo. La mayoría de ellos, con música de Bach, que ha grabado (casi) en su totalidad más de una vez en su vida. Así como en su momento quienes dieron la pauta de “cómo debería tocarse Bach en el piano” fueron Glenn Gould o Rosalyn Tureck, hoy día el individualísimo estilo Schiff, es modelo a seguir.
Tras una negociación que iniciara Lidia Camacho hace cerca de tres años, con miras a traerlo al Festival Internacional Cervantino, este viernes 18 de octubre András Schiff se presentará por primera vez en México, ya no en Guanajuato, sino en el Palacio de Bellas Artes.
“Me apena tanto que a pesar de todo lo que he oído de México, no he podido estar ahí antes y ésta será una visita muy breve. Espero haya muchas más, más adelante”, me confía desde su suite con vista al Océano Pacífico en el Hotel Huntington de San Francisco. El inmenso repertorio que abordará en los tres recitales del Ciclo Bach que ha programado también en Los Angeles y Nueva York, además de los recitales aislados como el que le trae a México parece no preocuparle. Sabida y admirada es su memoria prodigiosa, sin embargo, hay algo que le inquieta: el clima. Es evidente que está padeciendo lo mismo que agudamente señaló Mark Twain al decir que “el peor invierno de su vida, fue un verano en San Francisco” pues dada la posición de la bahía, los vientos suelen ser inclementes. Calan.
“Qué tal está el clima estos días en la Ciudad de México”, me pregunta tras disculparnos mutuamente por no desenvolvernos fluidamente en un tercer idioma que no es nuestra lengua materna, y tras la risa que le dio cuando le dije que no se preocupara pues por mucho que se diga que aquí solemos vivir los climas de las cuatro estaciones en un solo día, nuestro invierno es bastante benévolo, iniciamos esta cálida charla en la cual saltamos de un tema a otro con el mismo entusiasmo que sus dedos danzan al recrear una Giga de Bach, ese compositor al que más que su favorito, considera un Dios al que empezó a comprender a los 14 años, cuando viajó a Inglaterra para estudiar con George Malcolm.