Vía: www.plateamagazine.com/ Por Joan Sebastià Colomer
“¿Cómo podrá y deberá representarse una acción en la cual los sublimes misterios de la fe cristiana han de mostrarse en la escena de unos teatros como los nuestros, entre un repertorio operístico y ante un público como el nuestro? (…) Con justos sentimientos subtitulé mi Parsifal como Festival escénico sagrado. Por ello quiero dedicarlo a una escena igualmente sacra que anduve buscando y que sólo puede ser la de mi teatro de los festivales de Bayreuth. Entonces: es allí donde Parsifal es y será representado siempre y exclusivamente en el futuro” (Carta a Ludwig II de baviera, Munich. Siena, 28 de septiembre de 1880)
Afortunadamente este derecho de exclusividad caducó en 1914, no sin que antes Nueva York (1904), Amsterdam (1905) y Zurich (1913) lo hubieran violado. El Gran Teatre del Liceu de Barcelona se adelantó astutamente en virtud de la diferencia horaria con Alemania (una hora) y el hecho de que tal prohibición no recaía sobre el Preludio, y estrenó la obra a las 22’30h del 31 de setiembre de 1913. A partir de entonces Parsifal no es patrimonio exclusivo de los afortunados que acuden en verano al festival de Bayreuth y ahora se puede ver una vez más en Madrid, esta vez en la producción dirigida por Claus Guth.
Más allá de la anécdota, la voluntad expresada por Wagner en la carta citada se refiere al carácter extraordinario de la obra, la única de su autor (y de cualquier otro) consignada en el libreto no como ópera ni como drama musical sino como Bühnenweihtfestspiel (Festival escénico sagrado). Se trata por lo tanto de un ritual adscrito a un templo sagrado: Bayreuth. Es la única de las obras que Wagner escribió conociendo ya las características de ese espacio, incluída su acústica. Pero por encima de todo lo que nos interesa al respecto es en qué medida todo ello afecta a la música y el texto de Parsifal.
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