“Maestro, ¿qué es la música?”, “la música soy yo”, dicen que respondió Herbert von Karajan a la pregunta de un reportero. No sé realmente que tan confiable pueda ser este testimonio, pero es probable, es decir, no dudaría que tuviera una fuerte dosis de verdad. No sé, estas suelen ser frase que quedan bien en boca de un director de orquesta y tendríamos que aceptar que mucho hay de verdad en estos testimonios que en labios de otros, de quien sea, de cualquier otro sonarían petulantes, absoluta fanfarronería, pero créeme, si las dice un director de orquesta adquieren sentido y se convierten en una declaración de principios, nada de poses ni manejo de imagen, es incluso, una actitud humilde de quien asume un compromiso enorme y se atreve, casi indignamente, a hacer esta confesión y consciente de todo lo que esto representa.
¿Sabes?, yo me enamoré de la música escuchando la Sinfonía Novena de Ludwig van Beethoven con la Filarmónica de Berlín, las voces de la Wiener Singverein y la batuta de Karajan, claro, por televisión, no vayas a pensar que estuve en la legendaria Philharmonie en Berlín escuchando en vivo a la que para muchos es la mejor orquesta del mundo históricamente hablando, para nada. Tendría yo unos 6 o 7 años, me senté con mi papá frente a aquel viejo televisor Philco a ver ese concierto.
Yo no tenía idea de nada, no recuerdo quiénes eran las cuatro voces solistas, no sabía que estaba escuchando una de las más imponentes catedrales de la música universal, no sabía qué estaba sucediendo, pero recuerdo con una nitidez impresionante que cuando terminó la ejecución de la gloriosa Novena tenía yo la piel chinita, y no exactamente por frío, y sentía una emoción que todavía hoy, a mis 53 años de edad, mantengo fresca en la memoria.
Karajan estaba ahí, en esa eterna pausa de dos o tres segundos que corren entre la última nota ejecutada y la conmovedora explosión de aplausos, bravos, gente emocionada, conmovida. Por Dios, no entendía muy bien qué estaba sucediendo, yo en mi casa en la calle Díaz de León, muy cerca del templo del Encino viendo por televisión la grabación de un concierto en Berlín a miles, muchos miles de kilómetros de mi casa en el barrio de Triana muy cerca del centro de la ciudad de Aguascalientes, pero yo estaba ahí, y sin duda fue en ese momento cuando surgió, casi de manera natural, esa bendita melomanía, esa sensación progresiva, regenerativa y vital que me ha acompañado toda mi vida. Y ¿sabes?, fue culpa de Karajan, de Herbert von Karajan.
Creo que él es mi director de orquesta favorito, y digo creo porque prefiero concederme cierto margen de error ya que considero arriesgada una afirmación así, categórica, es como decir que Jimi Hendrix es mi guitarrista favorito o que Keith Jarrett es para mí el mejor pianista de jazz, o que mis grupos de rock favoritos son The Beatles, Le Orme, Pink Floyd, Led Zeppelin y Emerson, Lake & Palmer. No sé, parece una afirmación muy atrevida, pero creo que puedo correr el riesgo. Me gusta Arturo Toscanini, un ortodoxo en su concepción de cómo debe ser la música. Evidentemente no se puede entender la dirección orquestal sin el doctor Wilhelm Furtwangler. Georg Solti es un indispensable y disfruto inmensamente del trabajo de Eugen Jochum, sobre todo cuando dirige a Buckner. Sir Simon Rattle es un genio, y así podría nombrar una enorme lista de grandes directores cuyos trabajos disfruto inmensamente, pero Karajan… no sé, Karajan tiene algo especial para quien esto escribe. Él es mi puerto de acceso a la gran música de concierto, se convirtió en mi primer referente, en un modelo, es mi primer héroe en la música académica.
Cómo, dime cómo, amigo invitado a degustar de este banquete, cómo no sentir la piel chinita, cómo ser indiferente ante aquella casi mitológica imagen del maestro parado ante la centuria de músicos que no le quitaban la vista de encima con el fin de hacer surgir la música de acuerdo a sus exigencias, hacerle los honores a la música, a su majestad la música, de verdad, eso no es cualquier cosa.
Cómo permanecer indiferente ante el pensamiento musical de Karajan que tuvo el atrevimiento de definir en su propia persona el arte de la música.
Herbert von Karajan murió en 16 de julio de 1989, esa noche yo estaba en el Teatro Morelos disfrutando de un concierto de la Camerata Stuttgart dentro de un programa que existía por aquellos años de parte del Instituto Cultural de Aguascalientes llamado “Julio, mes de la música”, hoy, por fortuna, tenemos estos grandes festivales de verano que le dan sentido a esta temporada estival, fue entonces que conocí la noticia. No recuerdo bien, pero me parece que alguien comentó eso durante el concierto y se propagó como pólvora, finalmente se hizo público desde el escenario.
Se dicen muchas cosas de Karajan, como aquella de que les corrigió la plana a Sony, los inventores del disco compacto que duraría originalmente 60 minutos, Karajan les dijo que entonces no cabría en uno sólo disco la novena sinfonía de Beethoven, motivo por el cual, los primeros CD’s duraban 74 minutos, no sé qué tan cierto sea eso, de lo que sí estoy totalmente seguro es que de mi suculenta y exquisita melomanía, si es por culpa de Herbert von Karajan.