Las sutiles texturas venezolanas de notas inusuales
Parece ser que los clásicos Proms divididos en tres partes han quedado en el pasado. El programa de este domingo, agendado para las 3 de la tarde, pudo haber complacido al pianista y crítico Stephen Hough – cuyas peticiones escritas para conciertos más cortos de alguna manera se excedieron más de lo necesario. Sin embargo, este programa nos dejó sedientos, no sólo de Ravel en la segunda mitad sino también de la franqueza particular de la Simón Bolívar, que se dio rienda suelta sólo en la vivaz repetición. Sutileza, en su mayor parte, fue el verdadero nombre del juego de Gustavo Dudamel.
Vía: www.theartsdesk.com | Por David Nice
Fotografía: Prensa FundaMusical Bolívar Nohely Oliveros
Traducido por Luis Contreras | Licenciado en Idiomas Modernos | Profesor de la ULA |
Fue sorprendente descubrir tanto de ello durante la primera parte en un programa latinoamericano lleno de melodía, ritmo y una orquestación creativa con tan buen equilibrio. Así fue tanto para la obra más reciente, Hipnosis Mariposa, del compositor venezolano Paul Desenne, y para el gran descubrimiento de la noche: Bachianas brasileiras No. 2 de Villa-Lobos, la cual sólo pocos la habrán escuchado en su totalidad.
La principal melodía de Desenne en 5/8 es un tributo al cantante y compositor venezolano Simón Díaz, la bien conocida tonada “La vaca Mariposa“. Pieza a la que se le ha atribuido un gran colorido caleidoscópico, resultando tan gratificante para los músicos que la convierten en una pieza orquestal. De hecho, todo el concierto pudo haber sido realizado para resaltar al músico Diego Hernández (flauta-piccolo), haciendo la primera de cuatro grandes tácticas con el silbido de periquitos.
El tema de apertura de Villa-Lobos de la segunda fusión idiosincrática de Bach y la música popular – como él mismo lo define, aunque es difícil escuchar algo de Bach por estos lados – es mucho más particular que el éxito de Simón Díaz, una melodía completamente original que escapa a través de distintas tangentes. José Álvarez añadió cierta distinción en el saxofón antes de darle paso, entre otros, al trombonista Pedro Carrero. El chelista Aimon Mata fue la estrella durante el movimiento suave, The Song of Our Country, en un trabajo que de manera astuta favorece los tonos bajos durante su interpretación, incluso en el relativamente famoso final que yo conocía en la escuela como The Little Train of the Caipira. Esta es una modesta travesía regional a través de los hermosos campos, acompañada de una carismática melodía de violín para crear una buena combinación, y nada como el grandioso Pacific 231 de los inicios de Honegger.
Durante la transición de los paisajes brasileños hacia los idilios clásicos, Dudamel engalanó las dos primeras partes del Daphnis et Chloé Suite No. 2 de Ravel a su antojo. Las orgiásticas Danse générale lograron estremecer con lo mejor de sí, pero siempre se extraña el toque gráfico adicional por parte del coro, una ausencia notable en ambas suites del concierto.
La Valse inició con sedosos bajos que apenas rompían el silencio, encontrando tranquilas cuerdas embelesadas con las arpas que terminaron de manera apoteósica a medida que el vals tomaba forma. La repetición fue más de lo mismo, un baile tradicional, Pajarillo, de la obra Aires de Venezuela, arreglada por Giuseppe Terencio, que se complementa con el toque de maracas por parte de uno de los tantos percusionistas. Este es el sonido profundo y característico de la Simón Bolívar que todos conocemos tan bien. Sólo habría deseado un poco más de eso, como parte de la ingeniosa estructuración del programa.