por JOSÉ LUIS MUÑOZ | Vía: revistatarantula.com/
La banda sonora de una buena novela negra es el jazz. Piensen en Miles Davis, su mala vida, al lado de su gigantesco genio musical, y como nos lo transmite de forma desgarrada en cada nota de Mistery, por ejemplo. El jazz es negro, y no porque muchos de sus cultivadoras pertenezcan a esa raza que parece llevarlo impreso en su ADN. Y el cine se hace eco. Recuerden Bird, de Clint Eastwood, sobre otro gigante del jazz, Charlie Parker, película sin crímenes pero que era esencialmente negra. El jazz infectó uno de los mejores relatos de Julio Cortázar, El perseguidor, también inspirado en Charlie Parker. Por lo tanto no es nada extraño que la segunda novela de una cantante de jazz, la argentina Tatiana Goransky (Buenos Aires, 1977), sea una novela negra y se llame ¿Quién mató a la cantante de jazz?
Tatiana Goransky toma los arquetipos y la estructura de la novela negra, en los que se siente muy cómoda, para elaborar un juego literario en el que, en muy pocas páginas, consigue ganarse la complicidad del lector. La Cantante de jazz está muerta. Su cuerpo desparramado afuera del Salón Champagne en plena Avenida de los Incas. El vestido negro rasgado a la altura del vientre, la bombacha de tul al descubierto, y una marca fina alrededor del cuello. Murió asfixiada. Sus compañeros de banda la miran con ojos llorosos y empiezan a tocar espontáneamente. Eso es lo que se hace cuando muere una cantante de jazz.
Con este inicio tan arrebatador, tan lleno de pequeños detalles, la cantante de jazz escritora seduce al lector y lo lleva a través de una prosa de fraseo breve, bella y efectiva, a su terreno, al mundo del jazz que tan bien conoce, adoptando, según se tercie, el punto de vista de la víctima que parece hablar desde la ultratumba, como el cadáver de William Holden flotando en la piscina de El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (La mañana de mi muerte amanecí con unos dolores de panza espantosos. Vomité tres veces antes de poder tomar el desayuno y las paredes no dejaban de girar) como el de alguno de los componentes de la banda (Los primeros dos meses estuve enfermo todo el tiempo. Las náuseas hacían mi labor insostenible y mi estómago producía ruidos que no se pueden imitar con la trompeta) sin que deje de flotar sobre todo el conjunto un sentido del humor elegante.
Toda la novela, desde principio a fin, sabe a jazz. Hasta Martínez, el policía, entra en el cuerpo por ese motivo. No estoy muy seguro de por qué decidí convertirme en policía, o tal vez sí, tal vez haya sido por la impotencia que sentí aquella noche tirado en la orilla, observando el cadáver del mejor músico que existió.
Como juego cortazariano, la brevísima novela de Tatiana Goransky se lee como se bebe un buen whisky, paladeándolo; va de atrás a adelante y, libérrima, pasa de la primera persona a la tercera, sin perder en ningún momento su ritmo, como una buena pieza de jazz, anárquica pero con un melodía interna, y para quien entienda de música el libro adjunta las partituras musicales que deben acompañar su lectura.
El libro llega a España de mano de una nueva editorial, la gaditana Cazador de ratas, y con prólogo de Fernando Marías.