[et_pb_section bb_built=”1″][et_pb_row][et_pb_column type=”4_4″][et_pb_text _builder_version=”3.0.89″ background_layout=”light”]
El público barcelonés vibra en L’Auditori con una galvánica ‘Sinfonía fantástica’ de Berlioz por la Filarmónica de Viena
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row][et_pb_column type=”1_3″][et_pb_text _builder_version=”3.0.89″ background_layout=”light”]
Gustavo Dudamel no caería en decir aquello de que es más famoso que Jesucristo –frase por la que John Lennon tuvo que dar muchas explicaciones–, pero su prédica logra siempre una reacción inmediata de los feligreses de la clásica.
Vía: www.lavanguardia.com | MARICEL CHAVARRÍA
[/et_pb_text][/et_pb_column][et_pb_column type=”2_3″][et_pb_text _builder_version=”3.0.89″ background_layout=”light” text_orientation=”justified” module_alignment=”left”]
Ayer, un luminoso domingo barcelonés pero de cierto azote invernal, no cabía un alfiler en L’Auditori. La troupe melómana no quería perderse la histórica cita: la Filarmónica de Viena dirigida por la batuta venezolana, un tándem que se vio por televisión en el concierto de Año Nuevo del año pasado. Histórica era también la cita para la propia sala, que por primera vez programaba a uno de los tres más grandes ferraris orquestales del mundo.
Sorprende que este caramelo de concierto no tuviera lugar en el Palau de la Música, recinto natural de Dudamel desde su éxito del pasado marzo con la integral de las sinfonías de Beethoven. L’Auditori, en todo caso, asumía un papel de coproductor con Duetto, que se ha buscado una aportación de Crèdit Andorrà para asegurarse la sostenibilidad económica del evento.
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row][et_pb_column type=”4_4″][et_pb_text _builder_version=”3.0.89″ background_layout=”light” text_orientation=”justified” module_alignment=”left”]
El magnético maestro salió al escenario exultante –algo habrían tenido que ver los aplausos de la noche anterior en el Teatro Real–, presto a ofrecer un programa que él mismo calificaba de ecléctico, pues nada tiene que ver el Adagio de la inconclusa y algo sideral 10ª Sinfonía de Mahler, su opus última, con la Sinfonía fantástica que Berlioz compuso con 26 años, en 1829. Una pieza para hacer brillar la orquesta y en la que novela su autobiografía dejando ver sus miedos, sus inseguridades, el amor, la muerte…
Pero vayamos por partes: un mahleriano de pro como Dudamel, heredero de Claudio Abbado, asía ayer en el escenario de L’Auditori las bridas de la orquesta de la que el propio Mahler fue director. Ninguna otra sección de cuerda puede respirar el Adagio de la 10ª como la de los de Viena. Y el venezolano se empleó en ofrecer una versión preciosista, técnica, aunque tal vez la calidez y el alma se las llevó la acústica de la sala –o la temible corriente de aire que circula hasta que no se cierran las puertas–. La cuestión es que la mítica redondez de las cuerdas de la Wiener se antojó algo afilada. Eso sí, silencio lo hubo. Parece que la bronca de Barenboim surtió efecto y los casos de tos se pudieron contar con los dedos de una mano.
Pero la vis eléctrica de Dudamel llegó con este “episodio de la vida de un artista en cinco partes” de Berlioz que reúne los colores de un calidoscopio orquestal… y que es un puro delirio. Maderas, metales, cuerdas, timbales, todo en constantes tensiones, cambios de tempo, flash back… camino de la apoteosis final. Dudamel la sirvió a su manera galvánica, asegurándose la ovación.
Con el primer bis, el vals del Divertimento orquestal de Bernstein, devolvió las aguas al cauce de la Filarmónica de Viena, y con el segundo, una polca de Josef Strauss, hizo sentir que había comenzado el Año Nuevo. Es el rock de Dudamel.
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]