Carlo Broschi “Farinelli” fue el castrato más famoso de la historia, el “bálsamo” del rey Felipe V, el introductor de la ópera italiana en España, donde vivió 22 años, pero no tiene “ni una calle” en la capital, una “total injusticia”, según el periodista y escritor Jesús Ruiz Mantilla, su “negro”.
EFE Madrid | Ruiz Mantilla (Santander, 1965) publicó hace diez años “Yo, Farinelli, el capón”, una novela en la que se “traviste” del cantante (1705-1782), al que la emasculación que se practicaba en el siglo XVIII a los niños que apuntaban dotes de canto le confirió una increíble voz de mujer.
Ahora, dentro del acuerdo que tiene con la editorial Galaxia Gutenberg de recuperar sus dos obras de ficción -“Preludio” (2001) y “Yo, Farinelli, el capón” (2007)- y dos ensayos dedicados a la música, reedita la novela de Farinelli, a lo que se sumará próximamente un libro que prepara sobre el divismo.
“Aprovechando eso, le metí lejía y limpie bien los bajos. No lo notará el lector, pero lo noto yo y me quedo mucho más tranquilo. Es una cuestión de forma de la que el lector no tiene por qué enterarse más allá de que le funcione la lectura, que fluya. Sólo el escritor sabe el trabajo que cuesta”, explica el autor a EFE.
Le parece “penoso” que España no haya reconocido nunca al artista, a pesar de que introdujo la ópera italiana y alivió la tristeza que arrasaba a Felipe V cantándole cada día en privado.
“En España parece que nos repelieran nuestras historias cuando tienen un componente surreal, como era el caso de Farinelli y su cometido de curar la melancolía del rey mediante la música y el canto. De paso, como se aburría y se convirtió en su hombre de confianza máxima, le dejó introducir la ópera italiana en España a la manera de las grandes producciones del momento. Fascinante labor de pionero la suya, y no tiene ni una calle en Madrid”, subraya.
Ha sido, asegura, “el negro” -escritor profesional autor de lo que otro firma- de Farinelli, al “prestarle” su voz, para escribir una “autobiografía”, que asienta sus bases en los trabajos previos del estudioso francés Patrick Barbier.
“Tuve que meterme en la piel más íntima de alguien que en sus triunfos acarreó un buen cúmulo de frustraciones sentimentales”, porque, explica, “el precio de ser Dios” en aquella época era “soledad, una sensación de volatilidad, el sueño de querer llevar una vida normal y no poder, familia, hijos, compañía…”
Era, dice, “un hombre aclamado e idolatrado, pero con una gran melancolía y una enorme soledad”.
Para meterse en su piel tuvo, además, que estudiar los usos y costumbres de aquella época, las “políticas, teatro e intrigas cortesanas” y “darle un tono alejado absolutamente” de cualquier otro que hubiera escrito hasta entonces.
“Fue un ejercicio de travestismo literario fascinante, muy aleccionador, que cambió en gran parte mi manera de concebir la literatura. Pasé de la búsqueda de una voz propia a otorgar toda la fuerza a los personajes, a poder ser alejados de mí”, precisa.
Farinelli tenía, dice, una “personalidad encantadora, verdaderas dotes para la política, la diplomacia, el buen tacto. Todo el mundo habla bien de él en las crónicas, era un gran tipo”.
Era un divo “tremendamente cosmopolita, moderno e inteligente” pero no recibió el reconocimiento que merecía en buena parte debido a su empeño en ser prudente y reservado.
“Su discreción, su inteligencia, su perpetuo agradecimiento y su disposición para con sus amigos, ese carácter retraído, nada provocador y alejado de los ridículos caprichos de los divos de su condición, como Caffarelli o Senesino, lo convirtieron en una figura más apasionante si cabe por haber hecho de su vida una obra a contracorriente”, añade Ruiz Mantilla en su libro.