Vía: Elimparcial.com | JUAN JOSÉ LABORDA MARTÍN es Consejero de Estado-Historiador.
Un 23 de enero de 1989 fallecía en Figueras, Gerona, Salvador Dalí, uno de los artistas más conocidos del siglo veinte. Él fue un “artista total”, una categoría filosófica que acuñaría Richard Wagner, con quien Dalí tiene muchos elementos comunes.
Desde luego amaba la música de Wagner, y alguno de los biógrafos de Dalí relatan que escuchaba “Tristan y Isolda” -la musicalmente rupturista ópera wagneriana- en sus últimos momentos vitales. Pero el concepto de “artista total” tuvo, después de Wagner, significados precisos. Dalí, como Wagner, fueron artistas totales, pues llegaron a dominar diversas artes y técnicas con gran maestría.
Wagner integraba en sus “poemas sinfónicos” (que para él eran distintos que las óperas al modo italiano) sus propias creaciones literarias, filosóficas, escénicas y visuales.
Salvador Dalí hizo lo propio con su pintura: su creatividad se expresó también en la escultura, el grabado, la literatura (Dalí fue un escritor sobresaliente), la escenografía, el diseño de ropas, la fotografía y el cine. Su participación en el cine nos ayuda a percibir sus conexiones con Wagner como “artista total”. Dalí se hizo famoso por sus colaboraciones con Buñuel en dos obras maestras del cine: “El perro andaluz” (1929) y “La edad de Oro” (1930), pero años más tarde trabajaría en proyectos y en películas de Alfred Hitchcock y de Walt Disney.
Richard Wagner no llegó a conocer la invención del cinematógrafo; pero su música, y su técnica de identificar los personajes de sus óperas con unos compases melódicos, reconocibles en todo momento (leitmotive), fue una novedad escénica que luego usaría el cine, al asociar una música con personajes o con determinados ambientes. John Williams, el autor de la partitura de “La Guerra de las Galaxias” o “Tiburón”, creó unos compases famosos que se escuchaban cuando aparecían “Darth Vader” y el gran tiburón, los dos símbolos del mal en esas películas. Richard Wagner hizo lo mismo con sus héroes operísticos, y por eso las partituras del compositor alemán han sido bandas musicales de muchas películas (todos recordamos “La cabalgata de las valquirias” en “Apocalipsis Now” de Coppola).
Pero esa capacidad de Wagner y de Dalí por dominar técnicas, artes y ciencias no sería nada nuevo si los comparamos con los grandes genios del Renacimiento, por ejemplo Leonardo o Miguel Angel.
Lo nuevo reside en que ambos expresan la condición romántica del artista, según la cual el arte sirve para transformar la vida de los seres humanos, y muchas veces pretende cambiar radicalmente la sociedad y las instituciones políticas. El artista debe ser un revolucionario; el arte no sólo transforma al artista, sino que éste creará con su actividad los nuevos hombres y ciudadanos del futuro.
El artista adquiere con el romanticismo un papel central en las sociedades de los Estados liberales. Es significativo que el romanticismo primigenio surgirá de intelectuales como el primer Goethe, quien con su novela “Las cuitas del joven Werther” creará el héroe contemporáneo, un joven insatisfecho con el mundo, que se suicidará como acto de protesta individual.
Isaiah Berlin, el extraordinario crítico británico, ha escrito que el romanticismo tuvo una influencia en las sociedades europeas y americanas sólo comparable con la influencia del cristianismo en esas mismas sociedades. El romanticismo es inseparable del nacionalismo, de la revolución como ideal político, y de la mayoría de las corrientes culturales que aparecerán durante los siglos diecinueve y veinte. Los lectores de estos artículos quizá recuerden que yo sostengo que esos conceptos románticos, la nación y la revolución sobre todo, han entrado en crisis después de 1989.
Volvamos a Dalí. Él y el surrealismo fueron puro romanticismo. El joven Dalí no sólo se revolvió contra el mundo, las instituciones, la sociedad, la familia, contra su padre (que le costó ser repudiado y desheredado por él), sino que estuvo comprometido con un grupo de revolucionarios, la mayoría de los cuales, como André Breton, abrazaron la militancia comunista. Fue una época -para mi gusto- que resultó la mejor de su vida como artista, con obras tan impresionantes como “El gran masturbador” (1929) y “La persistencia de la memoria” (1931).
Después de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, Dalí siguió innovando artísticamente, pero ya había dejado de ser un revolucionario. André Breton dijo de él que era “Avida dolars”. El inconformista de los años treinta, alabó, eso sí, cómicamente, a Franco y a otros sujetos igualmente repudiables. Teniendo presente que murió unos meses antes de la caída del Muro de Berlin, Dalí no pudo ver el cambio mundial que vino después. ¿Anuncian los cambios de su vida el final de la era romántica? Es una reflexión que tiene que ver también con la anacrónica pretensión de que Cataluña, que Dalí vivió de manera cosmopolita, se declare soberana. Surrealismo de supermercado.