Por Pablo Kohan | Para LA NACION
Cuestión de carácter
Como compositor, de principio a fin, fue maravilloso, profundo, único, magistral. Pero su carácter y, en general, su personalidad y sus conductas eran impredecibles. Cuando era joven, fue fogoso, irritable y pasional. Más maduro, sereno y sabio, aunque nunca dejó de ser algo huraño, algo intratable. Pero a lo largo de toda su vida, Johannes Brahms siempre tuvo los sarcasmos a mano. En cierta oportunidad, un joven músico se quejaba de que se estaba demorando la edición de su primera obra. Brahms fingió consolarlo: “¡Paciencia, joven! Usted puede darse el lujo de no ser inmortal por algunas semanas más”. Del mismo modo, esas ironías pesadas podían surgir para con sus amigos más cercanos. Antonin Dvorák le hizo llegar una nueva creación para que estuviera al tanto de su actualidad. Es de suponer que su respuesta no fue la imaginada por Dvorák. En una carta breve, Brahms no pudo con su genio y le escribió: “Mi querido amigo, nunca podremos componer música tan bella como la de Mozart. Por eso, al menos, deberíamos ser más prolijos y esforzarnos por mejorar nuestra caligrafía”. En Viena, en una reunión de conocidos, en un día particularmente complicado, no pudo reprimir la emisión de comentarios punzantes y ofensivos que, incluso, podían afectar a algunos de los presentes. La catarata de opiniones, con una importante carga de violencia e intolerancia, continuó indetenible hasta que, en determinado momento, tal vez consciente de que había excedido cierto límite, se puso de pie y se dispuso a retirarse. Pero esa intimidad sarcástica irrumpió invicta y, en lugar de disculparse como fuere, desde la puerta, dirigiéndose al grupo, dijo: “Si hay alguien a quien hoy no haya insultado, le ruego me perdone”.